Prólogo

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03 de Mayo de 2000

Estaba sentada en el sofá de la sala de mi casa viendo las caricaturas con mi mejor amiga: Rachel Turner.

Ella parecía estar muy entretenida viendo la televisión, y hasta soltaba una carcajada de vez en cuando; en cambio yo no dejaba de mirar el pequeño reloj de péndulo que estaba colgado en la pared encima del gran televisor.

Mis ojos se movían al compás del péndulo y mi rostro reflejaba totalmente los nervios y el pánico que sentía en ese momento, y es que sólo faltaban diez minutos para las seis.

Mis manos comenzaron a sudar y con tan solo sentir los latidos de mi corazón acelerarse, dejé de respirar como debía ser.

Mi respiración se volvió agitada y el sentimiento de ahogo no tardó en hacerse presente; dejé de mirar el reloj de péndulo para fijar mi mirada en el suelo y esperarme lo peor.

Mis ojos empezaron a hacerse vulnerables a la luz, y con ello, se me dificultó mantenerlos abiertos.

-Hannah, ¿te encuentras bien? -preguntó Rachel al notar mi respiración acelerada- ¿te...?

Yo sólo me limité a asentir dificultosamente, Rachel apagó el televisor y salió corriendo a la cocina. Cuando volvió, traía consigo un vaso con agua y una tableta de pastas que en el momento no pude reconocer, pero supuse que serían aquellas pastas que debía tomarme cada vez que me ocurría lo mismo. Y así fue.

Ella me extendió un par de pastillas y el vaso de agua; al principio me negué rotundamente a tomármelas, pero ella insistió tanto que tuve que aceptar.

Me las tomé y me recosté en el sofá, a tratar de tranquilizarme y a esperar a que esas pastillas que tanto odiaba hicieran efecto.

Logré calmarme y para entonces mis ojos ya no ardían y podía ver todo con perfección; tanto así, que justo antes de caer en el profundo sueño que causaban las pastillas, logré ver a alguien entrando por la puerta.

Rachel miró hacia la persona que estaba entrando, palideció y se alejó casi inmediatamente de mí, mas no se fue de la sala, sabía que ella no me iba a dejar sola en este momento.

Escuché pisadas fuertes, y supe que esa persona se dirigía hacia donde estábamos nosotras; me asusté un poco pero la presencia de Rachel me tranquilizaba.

Mis ojos empezaron a sentirse pesados y supe que lo peor estaba por llegar. Casi por instinto miré el reloj de péndulo que estaba colgado en la pared arriba del televisor: las seis en punto.

Y volví a sentir que mi pulso se aceleraba, pero para entonces ya era demasiado tarde. Rachel se encontraba con lágrimas en los ojos, corriendo hacia la puerta; musitó un "perdón" mientras me miraba y acto seguido salió de mi casa y cerró la puerta... dejándome, literalmente, sola.

Mi pecho dolía y mis ojos comenzaron a arder, pero ésta vez, era por las lágrimas que estaban saliendo; aquella persona que había entrado se había dedicado a llevar el vaso y las pastas a la cocina y quedarse allí, en vez de tratar de ayudarme.

Pero igual, ya sabía que era imposible ayudarme, lo mío no tenía solución... o al menos así lo veía yo en ese momento.

No subas al ático.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora