Capítulo 12

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Para muchos la oscuridad es aterradora, fría e inimaginablemente enorme. Tanto, que podemos quedar inmersos en ella toda una eternidad. Un pensamiento horrible para muchos, pero reconfortante para otros, ¿extraño, verdad? Tal vez no.

A mí tampoco me gustaba mucho la oscuridad; me aterraba sentirme sola, sin saber que hay delante o detrás de ti. Siempre he sido una persona bastante dependiente en la mayoría de las situaciones. Así que se podrán imaginar a qué ritmo latía mi corazón al estar en ese lugar: oscuro, frío y con un inmenso olor a humedad que me fatigaba de la peor manera. Sentía algunas goteras caer a mi alrededor, y por el sonido al caer pude darme cuenta que era un lugar bastante amplio y vacío.

Me encontraba sentada en una silla de madera, atada de pies y de manos a la misma silla, con un trapo y una cinta bastante fuerte puesta alrededor de mi boca. Dolía demasiado.

Sentía heridas en mis muñecas y mis tobillos, porque ardían bastante. Al igual que en mi cara. La herida de mi pierna por el accidente parece haberse reabierto. Tengo mucha hambre y sed, he llorado desde que desperté (hace un par de horas) y nunca antes me había sentido tan estúpida, tan humillada y tan maltratada.

Estaba indignada, ¿cómo era que podían hacerle esto a un ser humano? Y para peor aún, ¿cómo es que hay gente que se hace llamar tu familia y te trata de esta manera? Porque estoy segura que mi madre es la responsable de todo esto, ¿quién más podría serlo? Ella fue la última persona que vi antes de esto y fue ella quién me durmió con cloroformo.

Unas horas después escuché como abrían una puerta y seguidamente vi la luz entrar. Cerró la puerta y encendió un bombillo que a duras penas lograba iluminar el lugar: era un sótano. Uno que jamás había visto antes.

Sus tacones resonaban por todo el lugar; bajó las escaleras y la vi con una mochila llena de cosas, agarró un taburete y lo puso frente. Me miraba con descaro, como si todo esto fuera normal. Yo tenía mis ojos llorosos, ella podía ver el dolor a través de ellos. Y a eso a ella parecía no afectarle en lo más mínimo. La odiaba. En este momento la odiaba más que a nada. Se sentó en el taburete y puso su mochila al lado.

-No me mires así, no fue mi culpa -dice reclinándose en el asiento.

Quise reírme pero mi garganta dolía y de todos modos no podía.

- Antes de encargarme de ti, te contaré la historia, tal y como te lo prometí... Así que escúchame bien, no lo voy a repetir... Hace muchos años, vivía en una gran casa con muchos integrantes de mi familia. Bueno, en realidad era una hacienda, había una granja y pequeñas cabañas por todos lados. Había muchos árboles y en sí nuestra casa era demasiado grande y siempre estaba llena de risas gracias nuestros tíos y primos. Hasta teníamos una especie de piscina, lo más pequeños siempre iban allí a divertirse. Éramos muy felices. Pero eso era cuando vivía en Claymouth, es un pequeño pueblo situado muy lejos, en realidad está en otro país. Bueno, al punto... vivíamos muy felices y tranquilamente -sacó de la mochila un álbum de fotos y me mostró la primera página, en ella había una foto familiar como las que ya había visto antes pero esta era diferente, en está había más personas y no había tachones.

» De entre toda la familia siempre resaltaban un par de chicas muy carismáticas. Siempre estaban juntas y se separaban para pocas cosas; siempre estaban felices, riendo y haciendo reír a los demás. Eran como un lucero en la oscuridad. Eran demasiado unidas, la una para la otra. Como si no fuera nada, ellas eran gemelas ¡eran como dos gotas de agua! Prácticamente idénticas, así que podrás imaginarte la cantidad de bromas que les hacían a sus padres y demás familiares. Pero siempre hacían el bien, y llevaban una buena relación con sus padres, abuelos, tíos y primos. Ellas se llamaban Alicia y Emily Thompson.

No subas al ático.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora