d u o

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2: p é t a l o s de una vida cambiante.

"Que los pétalos de mi flor cambien mi vida a mejor. Y que los acordes de tu música nos acerquen. Porque si hay algo que ansío más que salvar el mundo, es salvar mi mundo; es salvarte a ti. Entrégame un pétalo por cada lágrima que pierda, y yo te entregaré un pedazo de mi sonrisa por cada nube que tape mi cielo, por cada nube que te tape. Porque oye, puedo vivir en esta tierra aunque esté calcinada, puedo hacerlo. Pero no puedo vivir si tu -mi mundo- te derrumbas. Puedo vivir en un desierto mientras sepa que en el cielo brilla el sol, porque entonces sé que tu estás bien, ¿me entiendes?"

S t e v e.

La vida es como una flor. Nace bonita, radiante, plena; pero con el paso del tiempo empieza a marchitarse, a perder color. Se le caen los pétalos, uno a uno. Se muere, y con ella, nosotros también.

Puede que mi flor no estuviera tan bien como debería, puede que necesitara algo más que mi simple ilusión para que mejorara, para que sobreviviera muchos años más, y también puede que eso que necesitara fuera amor.

Y yo me pregunto, ¿qué es el amor? ¿un sentimiento? ¿una fantasía? ¿existe, acaso?

El amor te construye y te destruye a su antojo. Te da felicidad y te la quita.

Entonces, si la vida es como una flor, ¿el amor es algo así como el mar?

Puede llegar tan bruscamente como este al chocar contra las rocas en los temporales, y ahogar a la flor de la vida, matarla. Pero, en cambio, también puede rozarla suavemente, darla calor, agua para resistir, -como cuando el mar acaba en pequeñas olas sobre la orilla de la playa, mojándola levemente-.

Yo necesitaba un amor como el segundo, suave, reconfortante.

Y lo encontré. Lo encontré en él.

Al principio pensé que no podía ser real. Que, siendo la obra de arte más bonita, no podía ser real. No. Claro que no.

¿Por qué iba a tener yo, entonces, la oportunidad de contemplarle?

No podía ser real.

Todos los atardeceres, desde hacía demasiado tiempo, me apoyaba en la barandilla del paseo y le miraba.

Y todos los atardeceres, desde hacía demasiado tiempo, su guitarra, su música y él, me entregaban pequeños pétalos de rosa para colocar en mi flor.

Todos los atardeceres, desde hacía demasiado tiempo, me tomaba un café y le miraba. Y le miraba. Y no podía parar de mirarle. Y me ahogaba con el sabor amargo.

Me ahogaba por saber su nombre.

Su oscuro cabello ondeaba al son de una canción de nana cuando había brisa y la tenue luz solar que quedaba siempre a esas horas le iluminaba el rostro.

La melodía que le rodeaba me embriagaba y podía pasarme horas escuchándole.

Su voz se había convertido en mi canción favorita. Dios, su voz.

Algún día, solía pensar, cuando tenga el valor suficiente me acercaré y me apoyaré a su lado para observarle más de cerca. Para susurrarle que mi flor puede flotar gracias a él.

Algún día, solía pensar, cuando tenga el valor suficiente me acercaré y le invitaré a un café para que el sabor amargo nos envuelva a los dos. Para poder salvarnos.

Algún día, solía pensar, cuando tenga el valor suficiente me acercaré y le diré lo que siento.

Que me enamoré. Aun sin conocerle.

Everybody hurts ➳ stuckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora