t r e s

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3: a c o r d e s de una vida destruida.

"Que sigas mandándome notas, y que el papel sea el pétalo que yo te entrego. Que sigas reviviendo mi corazón y que no dejes de sonreír. Por favor, no dejes de hacerlo. Como yo no dejaré de cantar, para poder verte un día más. Que tu letra es mi camino y tu mirada, mi inspiración. Que la música es el destino donde llega nuestra atracción".

Bucky.

Puedo sentir el peso del papel en el bolsillo de mi chaqueta. Puedo percibirlo como si de una piedra se tratase.

Mis dedos se ciñen inconscientemente sobre la nota, acariciándola como si así pudiera llenar el vacío que se queda en mí después de alejarme.

De alejarme de él.

Como si así pudiera traerle de vuelta a mi lado. Como si así pudiera alargar su presencia.

Puede parecer infantil, pero cuando mis dedos rozan el papel, puedo sentir que algo de él sigue conmigo, puedo sentir que su olor perdura un poco más.

Últimamente me es cada vez más difícil apartar la vista. No puedo evitar mirarle mientras canto. No puedo evitar mirarle a cada instante.

No sabría decir cuándo empezó todo, pero si cómo.

El cielo tronaba y algunas gotas rebeldes empezaban a caer sobre los pocos transeúntes que todavía quedábamos en el paseo.

Acabé la canción más rápido de lo normal, no queriendo que se me mojara la guitarra, y me puse a recoger.

Sentí una presencia junto a mí y me tensé. El miedo es mi más fiel compañero de viaje.

Recuerdo alzar mi cuerpo rápidamente y levantar mi brazo metálico para poder defenderme si fuera el caso. La violencia es mi segundo mejor amigo.

Recuerdo que miré hacia él, hacia unos ojos azules que parecían evaluarme, que transmitían fuerza y determinación, pero que se achicaron en una sonrisa suave cuando extendió una mano hacia mí para ayudarme a recoger.

Recuerdo quedarme paralizado durante unos segundos, no acostumbrado a ningún tipo de contacto con otro ser humano que no fuera esencialmente necesario.

Es raro para mí pensar que alguien pueda, tan sólo por amabilidad, ayudarme.

A mí.

Sus gestos eran delicados, como si tuviera miedo a romper cualquier cosa que estuviera tocando.

Recuerdo sorprenderme bastante por ello, ya que su cuerpo no es precisamente escuálido.

Cuando alzó la mochila de la guitarra, mi mirada se posó durante una fracción de segundo en los músculos del antebrazo que se le marcaban en la camiseta de manga larga.

Pestañeé, sin entender las reacciones de mi cuerpo, y, robóticamente, alargué mi brazo metálico para coger mi guitarra.

Su sonrisa no se había tambaleado ni un solo instante, y me pregunté cómo se sentiría ser feliz. Como se sentiría sonreír sólo por el placer de hacerlo, de manera natural.

Me pregunté cómo era vivir, pero igual que siempre, no encontré respuesta.

Asintió en forma de despedida y unos mechones de cabello rubio que se escondían tras una gorra se le cayeron sobre la frente.

Jadeé al darme cuenta de que me estaba conteniendo por alzar la mano y retirárselos de la cara.

No entendía qué pasaba.

Se colocó unas gafas de sol y echó a andar.

Recuerdo pensar que llevábamos una semana bastante gris y que el sol no había salido ni una sola vez, así que no entendí el porqué de su vestimenta.

Everybody hurts ➳ stuckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora