CAPÍTULO 3

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Natasha depositó con cuidado la tapadera de cartón de la caja junto a ésta. Dentro, una bolsa de plástico transparente contenía el arma que, presuntamente, habían utilizado para asesinar al senador Granters: un par de flechas.

Notó cómo las palmas de las manos le comenzaban a sudar dentro de los guantes que llevaba puestos. Las sintió ligeramente agarrotadas; abrió y cerró los puños para desentumecerlas en un movimiento que tenía más de inconsciente que de otra cosa. En todo aquel proceso, su mirada continuaba fija en el contenido de la caja. Al primer vistazo ya había sabido que aquellas flechas no eran de Clint, pero la parte sensata y profesional de su cerebro mantenía la prudencia. Tal vez sólo estuviera viendo lo que deseaba ver. La única manera de estar segura era sacarlas y examinarlas a la luz. Tomó aire antes de coger la bolsa con cuidado, colocándola bajo la luz de la linterna de Tony.

—¿Son o no son las flechas de Clint? —oyó a Tony preguntarle cerca de su oído, en voz baja. Parecía que el hombre le había leído la mente al sacarlas de la caja. Retuvo el aire en los pulmones antes de contestarle.

Natasha miró a su compañero por encima de su hombro. Cuando conoció a Clint, años atrás, sus flechas no estaban tan desarrolladas como lo estaban en la actualidad. Ella misma le había ayudado a realizar algunas mejoras durante todo aquel tiempo. Y, desde que la Iniciativa Vengadores se había consolidado como un equipo, y habían tenido acceso a la tecnología de Stark, Tony había hecho algunas innovaciones en las puntas y el desarrollo había sido mucho más importante, haciéndolas más mortíferas y eficaces

—Míralo tú mismo y dime qué piensas. Tú también las conoces.

Tony las tomó entre sus manos, como si se fuesen a romper de un momento a otro, con toda su atención puesta en ellas. Las acercó a su rostro, hasta que las tuvo a apenas dos palmos de su cara, como si fuese un experto en joyas que examina un valioso diamante. Las volvió a alejar y arrugó la nariz.

—No. No lo son — respondió Stark, dejándolas ante ambos—. No son las que yo le ayudé a modificar.

Natasha cerró los ojos con fuerza y dejó escapar el aliento que, hasta ese momento, había estado reteniendo sin saberlo. Negó con vigor, recalcando la respuesta de Tony.

—No, no son las flechas de Clint.

—Estamos seguros de ello, ¿verdad? —le preguntó mientras se giraba un poco hacia ella, para mirarla de frente—. Natasha, tenemos que estar cien por cien seguros de que no son suyas.

Apretando los labios, Natasha las miró una vez más. Pese a lo que la gente común pudiera pensar, no todas las flechas eran iguales.

—Estoy segura de ello, Tony. No son las flechas de Clint. Estoy absolutamente segura.

Tony la miró con seriedad.

—Bien. Hemos superado ese escollo. Ya contemplaremos la posibilidad de que él haya usado otras más adelante, cuando hayamos salido de aquí.

Natasha volvió a tomar la bolsa en las manos, sin quitar la vista de ellas.

—No podemos llevárnoslas. No ahora, que sabemos que no son suyas. Pueden ser una prueba a su favor —le dijo, mirando a Stark con seriedad—. Pero necesito hacerles una foto, algo que podamos estudiar más tarde.

Tony miró en dirección a la puerta, mientras sacaba su teléfono móvil del bolsillo de su pantalón.

—Jarvis. Necesito que escanees las flechas.

La voz de la inteligencia artificial contestó de inmediato.

—En seguida, señor.

Tony alzó su teléfono sobre la mesa donde estaban depositadas las flechas y un haz de luz verde las iluminó. Sólo habían transcurrido unos segundos cuando la luz se extinguió.

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