CAPÍTULO 15

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Happy había insistido en llevarlo hasta allí, y lo había amenazado con estropearle algunos de sus coches que sin decirle a cuál de ellos. Tony no tuvo más remedio que claudicar y dejar que su amigo de toda la vida, y chófer, lo llevara hasta las puertas del edificio en donde Justin Hammer había enclavado su cuartel general.

Tony se movió inquieto en el asiento de atrás del Lincoln. Aquella misma tarde había tenido una reunión con miembros del FBI y de la policía. Tanto unos como otros habían escuchado con atención su teoría acerca de los asesinatos. Ellos también habían aportado bastantes datos de la investigación que habían desarrollado y, de esa manera, todas las piezas parecían estar al fin encima de la mesa y comenzaban a encajar como un gigantesco puzzle. Y todos habían coincidido en que no debían dejar pasar ni un día más para empujar a Justin Hammer a que diese un paso en falso y se revelara como la mente pensante detrás de todos los incidentes de los últimos días.

Clint había estado allí con él, en un discreto segundo plano pero atento a todo lo que se hablaba y ocurría en aquella sala. Sabía que se estaban jugando mucho con aquella visita. No sólo esclarecer ambos asesinatos, sino limpiar su nombre y el de Natasha. Para alivio tanto del arquero como suyo, las autoridades los escucharon y les dieron la razón sin reservas.

Happy paró el motor del coche y se giró hacia él.

—¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí? —le preguntó.

Tony miró por la ventanilla que estaba junto a él, hacia la acera.

—Hasta que Hammer aparezca —le respondió, con la vista puesta en los viandantes que iban y venían.

Escuchó a su amigo moverse incómodo tras el volante del coche.

—No me gusta Hammer. Nunca me ha gustado y si tengo oportunidad de chafarle esa nariz suya, te juro que lo haré, Tony.

Entendía la animosidad que Happy sentía por Justin Hammer. Él había estado allí cuando Hammer intentó hundirlo con aquello de las armaduras para el ejército. Se incorporó hacia delante y, estirando un brazo, palmeó a su amigo en el hombro.

—Relájate, ¿quieres? Nadie le romperá la nariz a nadie, ¿entendido? —le dijo intentando calmar los ánimos. Entonces, con fingida inocencia, se encogió de hombros—. Y si alguien tiene que romperle la nariz, voy a ser yo.

Happy lo miró de reojo por encima de su hombro con cara de pocos amigos.

—No tienes gracia, Tony.

—Ni pretendo tenerla. Vamos a andarnos con cuidado, ¿quieres?

Su amigo lo miró a través del espejo retrovisor con los ojos entornados y la mandíbula apretada. Agarró con fuerza la gorra por la visera y se la caló hasta las orejas.

—Lo que tú digas; eres el jefe.

Tony se arrellanó de nuevo en el asiento de cuero de su coche. Junto con la policía y el FBI habían estudiado detenidamente los movimientos de Hammer desde que dejó la cárcel. Por ello, conocían a qué hora entraba por la mañana y cuándo salía para comer; a qué hora regresaba o cuándo se marchaba definitivamente del edificio. Y, según todas aquellas indicaciones, Hammer debía abandonar la torre de oficinas en cualquier momento.

Volvió a mirar hacia la entrada del edificio. El coche de Justin aguardaba delante de la puerta. El chófer, que había salido del interior y se había apostado de manera relajada contra una de las puertas, parecía ocupado en la pantalla de su móvil, con una sonrisilla boba en su rostro.

El plan era que Tony lo interceptara antes de que llegara hasta el vehículo y se marchara.

Le estaban comenzando a sudar las manos cuando lo vio salir del edificio. Se tocó el oído derecho con disimulo y sonrió.

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