CAPÍTULO 10

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En cuanto se apagó el indicador de mantener los cinturones de seguridad abrochados, Natasha se levantó como si algo la estuviese pinchando en el asiento. Clint la miró de reojo y suspiró. Conocía a Nat desde hacía mucho tiempo; conocía su manera de actuar ante diferentes situaciones, peligrosas o no, así como conocía cómo reaccionaría al respecto. Pero también conocía sus silencios, sus gestos contenidos y esa manera que tenía de apretar los puños contra sus piernas cuando estaba preocupada. En aquel momento, estaba observando todos y cada uno de esos indicadores.

Natasha recorría el ancho pasillo del avión privado, arriba y abajo, con la mirada clavada en el suelo como si ahí fuese a encontrar la respuesta a lo que pasaba por su cabeza, las cejas arqueadas en actitud reflexiva y mordisqueándose el labio inferior de manera compulsiva.

Clint sabía que era mejor tener paciencia, no preguntar nada y esperar a que ella quisiera hablar. Natasha podía ser una tumba cuando se lo proponía y la experiencia le decía que de nada le valdría preguntarle cómo se sentía o qué rondaba por su cabeza. Estaba completamente seguro de que, cuando ella quisiese o estuviese preparada, se lo contaría todo.

La azafata asomó por el comienzo del pasillo y llegó hasta él.

—¿Desean alguna cosa antes de que le sirvamos la cena?

Clint volvió a mirar de reojo a su compañera, que había llegado al fondo del pasillo, y regresó la mirada hasta la mujer.

—¿Puede ser un té? Verde y sin azúcar, por favor.

La azafata se limitó a asentir. Girando sobre sus talones, desapareció tras la cortina que separaba el pasillo de la minúscula cocina.

Natasha llegó de nuevo hacia él para desandar el camino que ya había hecho varias veces. Clint cerró los ojos y suspiró, sintiéndose cansado y preocupado. Todo aquello era un inmenso puzzle al que le faltaban varias piezas y, por mucho que lo intentara ordenar en su mente, se le seguían escapando detalles. Abrió los ojos unos minutos después, cuando escuchó regresar a la azafata con una taza humeante en las manos, que le tendió con una sonrisa.

Clint dejó el brebaje en la mesa que había delante del asiento de Nat. Ella tardó menos de un minuto en regresar al asiento y tomar la taza. Natasha dio un pequeño sorbo, sin mirarlo. Clint sonrió a medias y se reclinó en su asiento.

Después de un rato, Natasha aún mantenía la taza caliente entre sus manos cuando giró la cabeza hacia él.

—Esto no es algo al azar, Clint.

Clint la miró por unos instantes y asintió con brevedad. Ella estaba en lo cierto, no podía ser casualidad que se hubiesen perpetrado dos asesinatos en tan corto espacio de tiempo, e intentaran copiar la manera en la que ellos trabajaban. Para estar totalmente seguro le faltaban por saber muchos datos pero, al igual que Natasha, él también pensaba que había una intención detrás de todo esto.

Natasha se llevó de nuevo la taza a los labios y apuró lo que quedaba del té. La dejó en el platillo y se reclinó en el cómodo asiento.

—Gracias por pedirlo.

—Sabía que te sentaría bien —le contestó él—. Relájate y descansa un rato. Tenemos aún muchas horas de viaje por delante. Esperemos a hablar con Tony, ¿de acuerdo?

Bajando la mirada, Natasha negó con la cabeza.

—No puedo hacerlo, Clint. No puedo sentarme aquí y relajarme —le dijo ella mientras se giraba en su asiento hacia él, para poder hablarle de frente—. Primero... primero fue lo tuyo, y ahora esto. La caída de SHIELD, Steve que se ha empeñado en recuperar a su amigo perdido... es todo un poco. A veces pienso que es demasiado.

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