Capítulo 2

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Eridán despertó con alguien golpeando insistentemente la puerta de su casa. — ¡Ya voy! — gritó, mientras se desperezaba. Cuando abrió se encontró con una atractiva chica de quince años mirándolo con unos profundos ojos verdes en un delicado rostro que se escondía tras una larga cabellera rojiza. Lyle tenía un cuerpo delgado y no le llegaba más allá del hombro, estaba ocupando un vestido verde claro, que hacía juego con sus ojos, y un brazalete dorado en la parte superior de su brazo derecho. Además, tenía en su cabeza la característica corona de flores de la fiesta de la primavera e iba descalza.

— ¿Acaso se te ha olvidado qué día es hoy? —le reprochó la joven, mientras entraba a su casa.

—No lo he olvidado — replicó Eridán — pero, ¿es necesario levantarse tan temprano? — preguntó, mientras seguía a la chica que se dirigía al ropero.

— ¡Temprano! — gritó Lyle, volviéndose. — Es casi medio día, Eridán, hay muchísimas cosas que preparar y tú todavía estás aquí remoloneando entre las sábanas. Deberías estar afuera ayudando a tus padres a preparar el escenario para la noche.

—Lyle, cálmate — contestó Eridán, mientras la tomaba de los brazos para que dejara de hurgar entre sus ropas, buscando ropa que arrojarle. — El escenario lo dejé terminado anoche, por eso decidí dormir un poco más. Y, sé qué me pondré hoy, no es necesario que revuelvas el armario.

— Pero fui a revisarlo y no hay nada — replicó Lyle, soltándose y haciendo una mueca de enojo. — Y no veo que tengas nada preparado.

— Eso es porque no fuiste al lugar correcto — contestó Eridán con una mirada enigmática.

— ¿De qué hablas? — preguntó Lyle cortante, pero dejando entrar la curiosidad.

— Lo verás esta noche — contestó Eridán, mientras sacaba una camisa blanca y unos pantalones café de entre la ropa que había sacado la chica. — Ahora, si fueras tan amable, me gustaría limpiarme y vestirme. Además, necesito ensayar un poco para la noche.

—Eridán, no pretenderás que me vaya contigo actuando así de misterioso — dijo la chica suavizando su voz. — No me moveré hasta que me cuentes qué pretendes — terminó enfurruñada, cruzando los brazos y arrugando el rostro.

—No me sacarás ni una sola palabra, Lyle — contestó Eridán, mientras se sentaba en su cama — y puedo quedarme aquí todo el día esperando a que salgas. Sabes que tengo más paciencia que tú. Además, como dijiste, hay muchas cosas que hacer.

Lyle lo fulminó con la mirada durante unos instantes para luego darse vuelta y salir corriendo mientras gritaba:

—¡¡Me las pagarás, Eridán!!

Observó cómo la joven se iba corriendo, sumida en una rabieta que no le duraría más que un par de horas. Conocía a Lyle hace años, había sido su mejor amiga desde que había llegado al pueblo. Tenía una personalidad alegre, impulsiva y llena de energía que siempre lo había empujado, lo había obligado a salir de su mundo más tranquilo y pausado.

El joven se miró en un pequeño espejo de la pieza de sus padres mientras tomaba una esponja mojada y comenzaba a asearse. Era muy tarde para ir al río. Tenía el cabello castaño y liso cortado de manera irregular para evitar que formara una línea recta sobre su frente. Tenía las orejas más puntiagudas de lo normal y su ojo izquierdo era totalmente blanco, solo con el iris demarcado por una delgada línea negra. Nunca había experimentado problemas para ver, era algo netamente estético que en el pueblo habían aprendido a aceptar sin problemas. Medía alrededor de un metro setenta y cinco y era de contextura delgada con músculos desarrollados por el trabajo en el campo. Bajó la vista y observó sus manos con diversas durezas y cicatrices de todas las veces que tallaba junto a su padre y los días interminables de práctica con el laúd y la flauta.

El corazón de la músicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora