Capítulo 3

29 10 3
                                    


    Lyle apenas entendía lo que había presenciado. Se había acercado a Eridán para regañarlo por desaparecer y decirle la sorpresa que constituyó el espectáculo, pero no esperaba llegar cuando su madre le confesara que ellos no eran realmente sus padres. Inmóvil, observó cómo Eridán escondía la cara entre sus manos y tiritaba arrodillado en el suelo.

No quedaba nadie más en el exterior del pueblo. Todos se habían marchado rápidamente para seguir con el festín. El viento jugueteaba con su vestido verde y su cabello rojizo, mientras miraba al joven sin saber qué hacer. Sentía un nudo en su pecho que le dificultaba respirar y su cuerpo comenzaba a temblar, en parte por el frío que subía desde el suelo por sus pies descalzos, pero también por pensar cómo se debía sentir el joven.

Caminó lentamente hacia su amigo y se agachó a su lado. Temerosa, extendió su brazo y comenzó a acariciarle la espalda suavemente. Eridán se sobresaltó y se volvió para mirarla.

Lyle tuvo que contenerse para no retroceder. Entre las lágrimas que cubrían la cara del joven, pudo ver que su ojo izquierdo, hasta ahora incoloro, tenía un profundo color verde. No solo había dejado de ser albino, sino que éste tenía un inquieto color que se movía de forma antinatural, como si estuviera vivo.

Eridán la miró, la abrazó y se acurrucó en su pecho, rompiendo a llorar. Lyle, sin saber qué hacer, devolvió su abrazo y le acarició la cabeza con ternura, mientras dejaba que la pena fluyera. Durante algunos minutos se mantuvieron en silencio, quebrado únicamente por el viento que hacía bailar las hojas de los árboles y los sollozos del joven.

— Todo estará bien — susurró, apoyando su frente en la cabeza de Eridán.

Cuando se hubo calmado un poco, Eridán se deshizo del abrazo y se sentó con las piernas cruzadas frente a la muchacha. Lyle no sabía qué decir ni qué hacer.

— ¿Escuchaste todo? — Preguntó Eridán, sabiendo la respuesta — No sé por qué lloro. Que no sean mis padres biológicos no cambia nada, pero al mismo tiempo siento que cambia todo. Quizás mis orejas y mi ojo significan algo después de todo.

— Eridán... tu ojo... — intentó interrumpir Lyle

— Tengo que ir al banquete a decirles que no se preocupen, que son mis padres y que los amo. Pero siento un vacío dentro de mí que necesita ser llenado. ¿Quiénes me engendraron? — siguió, sin dejar que Lyle hablara.

— ¡Tu ojo ya no es blanco! — terminó Lyle, antes que pudiera volver a interrumpirla.

— ¿Qué dices? — se detuvo Eridán — ¿Cómo no va a ser blanco? Los ojos no cambian de color.

— Lo tengo frente a mí, tu ojo ahora es verde y se mueve, como haciendo juego con una luz que no hay.

— Algo tiene este pendiente — contestó Eridán, sosteniendo la piedra. — Cuando tocó mi pecho me produjo un intenso dolor en el ojo, quizás ahí cambió de color.

— ¿Estás bien? — Fue todo lo que pudo contestar la muchacha. Parecía como si el joven se hubiera olvidado de lo que le habían confesado hacía algunos minutos. Quizás estaba ocupando el misterio del colgante y su ojo para escapar de la realidad, para darle tiempo a su corazón que tomara el peso de la noticia.

Eridán siguió hablando sobre el colgante y su ojo durante un rato mientras Lyle lo miraba en silencio. Sus planes habían cambiado drásticamente. No pudo evitar tantear la pequeña bolsita de cuero que llevaba amarrada a su cinturón donde había un pequeño laúd que había tallado para su amigo.

El corazón de la músicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora