Cuando Eridán abrió los ojos, se encontró con el preocupado rostro de Saria. Ya no estaban fuera de la habitación de la música, sino que yacía en su cama mientras ella se sentaba en el borde, mirándolo de cerca.
— ¿Qué sucedió? — preguntó, algo confundido.
— Después de tomarme el hombro, caíste desmayado. Llevas horas inconsciente, ¿cómo estás? — contestó la chica.
Eridán sentía como si lo hubieran golpeado durante horas. Le dolía cada músculo de su cuerpo y su cabeza parecía como si le fuera a estallarAdemás, estaba famélico. Hacía horas que no probaba bocado y su estómago se lo manifestaba con furia.
— Fatal — fue todo lo que pudo contestar.
— ¿Era tu pueblo? — preguntó Saria.
— Sí. ¿Es real lo que vi? — contestó Eridán, compungido.
— No lo sé. No sé lo que me está pasando, no sé por qué estoy teniendo visiones ni por qué se han relacionado contigo — replicó. Su voz daba pistas de intranquilidad. El férreo control que había ejercido sobre sí misma durante años se derrumbaba frente a lo desconocido.
— Necesito ir y comprobarlo — pidió Eridán, mientras se sentaba en el borde de la cama, junto a la chica.
— Sabes que no te lo permitirán — contestó ella, mirándolo fijamente a los ojos. — No sé cómo, pero tienes un don innato para la canalización. Yo creía que era buena, pero después de lo que pasó en la habitación de la música entiendo por qué te quieren entrenar. No puedes dar vueltas por el mundo con esa habilidad sin controlar.
— Creo que deberíamos ir a comer algo — dijo Eridán, sin poder insistir en el tema. Tendría que encontrar la forma de escapar o que lo autorizaran a salir, pero por el momento debería seguirles la corriente.
— Estoy de acuerdo — contestó Saria, levantándose. Todavía no lograba recuperar el control de sus emociones y podía entender a Eridán. Si ella tuviera una pista sobre su madre, nada la podría detener. Sabía que, dentro de su fingida docilidad, él estaría pensando cómo huir.
Durante días, Eridán siguió con la tarea que Narsuyd le había encomendado. Durante horas, dejaba sus melodías fluir libremente en la habitación de la música. Fue un tiempo de llanto descontrolado, gritos y angustia, pero persistió y, a medida que lo hacía, comenzó a ver sus melodías como un río que podía ser controlado, una corriente que ya no corría salvaje, sino que era regulada por una presa que era su voluntad. De hecho, no solo podía controlar que sus emociones salieran o no, sino cómo lo hacían.
Saria le explicaba que un canalizador es capaz de influir en las personas que lo rodean a través de los ríos de sentimientos. Todo tenía música, cada persona y cada objeto cantaba una melodía ancestral que podía ser captado por oídos atentos. A medida que un ente era más complejo, su música era más difícil de identificar, controlar y canalizar. Una piedra podía emitir un par de notas, un objeto de artesanía podía llegar a expresar incluso su nombre, pero un animal y, en especial un ser pensante, presentaban complejas pautas que requerían un talento y entrenamiento mayor.
En esa ocasión, Eridán recordó el año que pasó con su flauta bajo el roble del pueblo y le preguntó si la palabra Milyel significaba algo. Saria sonrió y le contestó que era élfico y que quería decir paciencia. Él le contó de su flauta y que desde niño era capaz de oír las melodías de los objetos y las personas. No terminaba de comprenderlas, especialmente las últimas, y con la edad había intentado cerrarse, pensando que era una locura oír música en todos lados. Pero recordaba esos días, cómo hablaba libremente con las melodías de las cosas, cómo exploró su flauta — Milyel — y cómo había aprendido a crear imágenes cuando tocaba con sus instrumentos.
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El corazón de la música
FantasíaEl silencio ha comenzado a actuar después de años de aparente inactividad. Reinos completos caen bajo su influencia en instantes y la gente se sume en un profundo vacío. Las vidas se llenan de monotonía, las ciudades se vuelven grises y su poder se...