Capítulo 4

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Saria despertó ansiosa. Finalmente había llegado el día, su cumpleaños número sesenta, la asignación. Llevaba años entrenando para convertirse en canalizadora y, por fin, su sueño se haría realidad.

Se limpió rápidamente con el agua que tenía en una palangana de madera y se vistió con una túnica verde con un diseño de un brote de árbol en la espalda que denotaba su juventud. Sería la última vez que la usaría. Se ajustó un delgado cinturón de cuero para resaltar su esbelto talle y salió de su pieza en el árbol de la juventud.

Ante ella, se encontró con la tenue luz de la mañana que intentaba encontrar su camino a través de las frondosas copas de los árboles, que ocultaban la bella ciudad Nve Asari, del sol. Las linternas emitían un constante resplandor amarillento y apenas había gente en los puentes.

Caminó en silencio, sin ser capaz de ocultar su enorme sonrisa por el día que tenía por delante. En la tarde sería otra persona, tendría otro lugar dentro de la sociedad élfica: sería una de las privilegiadas que hablaban el lenguaje del mundo. Sabía que el entrenamiento que seguiría sería más duro que cualquier otro, pero no le importaba, su camino ya había sido duro para llegar a tener la posibilidad de merecer ser considerada para canalizadora. Se había esforzado para obtener las mejores calificaciones y el favor de diversos instructores, no había manera que no la seleccionaran.

Vagó por la silente ciudad por algún tiempo y vio cómo lentamente despertaba. Había madrugado, incapaz de seguir durmiendo, y no había mejor manera de pasar el tiempo que sumida en sus pensamientos y sueños de un futuro brillante mientras sentía el frescor de la mañana y algunas gotas de rocío que acumulaban las hojas de los árboles.

Durante años había rehuido de la compañía de sus pares y se había enfocado en ser la mejor, no necesitaba compañeros en un camino que debía ser solitario. Esa mañana no sería distinta, disfrutaría de su soledad, conociendo los beneficios que le traería.

Para una huérfana, todo era cuesta arriba en una sociedad donde cada árbol alberga una familia. Su madre había sido una renombrada canalizadora que había desaparecido hace más de quince años y a su padre nunca lo había conocido. Los elfos del árbol de la juventud la habían cuidado como si fuera hija de la comunidad, la habían mimado y la habían acompañado siempre, pero nunca se sintió realmente en casa. Añoraba a su madre y despreciaba a un padre inexistente.

Antes de la desaparición era una niña distinta, sociable y alegre. Pero ese día todo había cambiado. Desde que quedó sola, se dedicó a profundizar su soledad, alejó a sus amigos y se divorció con la sociedad élfica. La única forma que veía de reintegrarse era el estatus que le entregaba ser canalizadora.

Cuando se acercó la hora de la prueba, dirigió sus pasos hacia el árbol central, el anciano roble al que solo podría acceder para la transición y que luego debería cuidar como canalizadora.

Al llegar a la enorme abertura que constituía la entrada, se encontró con dos elfos vestidos con ajustados trajes negros y un colgante con una piedra transparente que, incluso el más sordo, podía percibir que cantaba constantemente. Este árbol era el único en el que la guardia no tenía jurisdicción, eran los mismos canalizadores los que portaban armas y cuidaban su entrada.

— Saria, bienvenida — dijeron al unísono, con voz solemne. — Hoy es el día de tu búsqueda y tu destino, ¿estás preparada?

— Estoy lista para conocer mi destino — contestó Saria. Conocía de memoria todas las palabras que debía usar durante la ceremonia y no fallaría por algo así.

— Deshazte de tu niñez y entra al anciano — replicaron.

Saria se despojó de su cinturón y luego de la túnica, quedando totalmente desnuda frente a la entrada del árbol. Sintió el frío de la mañana acariciando suavemente su piel y una pequeña gota de rocío que cayó y bajó por su tersa espalda. Miró a los guardias, sin un dejo de vergüenza por su desnudez, y recitó solemnemente:

El corazón de la músicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora