No soy quien crees que soy

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Hola, mi nombre es Katherine Dawson.

Una simple y corriente adolescente de las afueras de la ciudad, terminando mi último año de secundaria. De echo, mañana es el primer día de clases luego de unas largas y extrañables vacaciones de verano.

No soy una chica muy sociable, nunca me he sentido a gusto estando con un grupo de gente que luego sale a tomar unas copas de noche y al día siguiente se olvidan de tí. No me atraen esos tipos de rollos, pero eso no significa que no tenga amigos. No todos son iguales, siempre hay alguien como tu por pequeño que sea el porcentaje.

Emma había sido mi apoyo más reciente en estos ultimos años. Ambas podíamos contar la una con la otra para lo que sea, nuestra confianza crecía cada vez más con cada momento que pasábamos juntas. Lo único malo era que estabamos en cursos diferentes porque le había tocado una letra diferente a la mia aunque fueramos del mismo año. Losé, un coñazo. Pero gracias a dios existen los recreos, donde puedes verte con quien quieras seas del mismo curso o no.

Solía sentarme en el último pupitre del fondo de todo del aula para pasar desapercibida cada vez que entraba a clases, como ya he dicho, no me gusta mucho llamar la atención. Así que seguiré con mis viejas costumbres hasta que termine al fin con esta porquería.

-¿Kate? ¿Estas ahí?-.

-Sí papa!-Grité bajando el volumen de la música de mis auriculares y abriendo la puerta de mi cuarto-¿Qué pasa?-.

-Necesito que me hagas unos recados-.

El ruido de mis pisadas al bajar las escaleras fueron suficiente respuesta. Cuando cruzamos miradas, algo me decía que ya sabía que clase de recados era los que necesitaba.

-Porfavor-rogó con esa mirada suya de carnero que ponía solo cuando realmente era necesario-.

No pude evitar soltar un suspiro de cansancio antes de responder.

-Esta bien, papa. Pero solo por esta vez-.

-Gracias, sabes que te lo compensaré-mostró una sorisa hogareña-.

Minutos mas tarde después de coger mis cosas y meterlas en mi mochila, me despedí y me fuí. Ya regresaría mañana por la mañana cuando empezaran las clases. Hasta entonces, solo me limité a esperar al autobús que me dejaba a un par de calles de la casa de mi madre.

Eso es, como habréis podido deducir, mis padres están separados. Y de vez en cuando, mi padre quiere que vaya a visitar a mi madre para no perder del todo el vínculo con ella. Pero esa es otra historia.

Me gustaba llevar los auriculares encima cuando viajaba, la música siempre me hacía perder la noción de la realidad y el tiempo con ella. Era agradable en cierto modo. Por suerte, el bus no se había tardado en llegar y no iba muy lleno, así que pude sentarme en esta ocasión. De todas formas, era mejor no relajarme demasiado ni bajar la guardia, no era un viaje muy largo. Como mucho llegaría en quince minutos. Así que saqué los cascos de la mochila y me los coloqué. Luego elegí una canción y cerré los ojos. Era una canción lenta, suave. Mi padre solía poner música clásica cuando era pequeña y ambos la disfrutábamos bastante, aunque por aquel entonces aún vivíamos con mi madre. Y escuchar canciones con ese estilo me removía recuerdos de ese tipo. En momentos así lo único que deseaba era que la canción fuera interminable. Que el tiempo se detuviera y que la realidad tan solo fuera un mero producto de mi cabeza.

Pero entonces, a los cinco minutos de viaje, ocurrió algo. Algo que desbarató del todo mi completa tranquilidad. Algo que, desgraciadamente, me hizo volver a la cruda y fría realidad de la que tanto me quería escapar; El autobús había derrapado tan violentamente que provocó que mi barbilla chocara con el asiento de enfrente por un impulso involuntario. Su fuerte bocinazo más las bocinas de los coches de los alrededores empezaron a cubrir el sonido de mis canciones aún en reproducción. Me quité los cascos y miré por la ventana para ver qué había sucedido. Había gente con rostros desesperados, furiosos y gritando cosas que apenas podía escuchar con tanto escándalo, aunque apuesto a que sus gritos no serían nada que no quisiera oír. El bus se detuvo y el chofer bajó. Apenas podía distinguir del todo lo que había sucedido, pero no pintaba nada bien. La gente del autobús con expresiones asustadizas tan solo se limitaban a mirarse entre ellas sin saber qué hacer o decir. El chofer sacó su móvil y marcó un número mientras intentaba en vano calmar los gritos de la muchedumbre que lo abalanzaba.

Había ocurrido todo tan rápido y tan repentinamente que me costaba asimilarlo. Mis nervios empezaron a fluir por mis venas y me estaba empezando a poner ansiosa por saber si tardaríamos mucho más en volver a continuar con el viaje que se estaba retrasando, así que decidí abrir la ventana y sacar mi cabeza por ella para tener una mejor visión de la situación de la escena del accidente y poder sacar mis propias conclusiones.

Y por el amor de dios, ojalá nunca nadie me hubiera permitido hacer tal cosa de la cuál no había sido consciente hasta entonces. 

No, no era mi madre, pero casi me da un paro cardíaco al creer por un segundo que lo era. Sus facciones eran idénticas, o eso me parecía. Mi mente me estaba jugando una mala pasada. Decidí frotarme los ojos y volver a mirar. Os juro que pondría las manos en el fuego declarando que si no era mi madre, era su hermana gemela perdida. Sin embargo, algo en su rostro me decía que no lo era. Algo me había aliviado para que pudiera darme cuenta de que no lo era del todo. Pero eso no significa que no me provocara escalofríos y mal rollo cada vez que la veía.

 Su cuerpo perdía cada vez mas sangre por cada minuto que pasaba y la ambulancia no llegaba, pero supongo que el número al que habría llamado el chofer es a urgencias, así que solo quedaba esperar.

Mientras tanto, decidí calmarme un poco internamente y pensar en un segundo plan de cómo retomar mi viaje, porque mi madre no estaba todo el día libre, ni si quiera los domingos. Tenía un horario fijo de visitas y, en especial, para mi. Y no podía perder más tiempo si quería cumplir con el recado de mi padre, al que no quería defraudar.

No mucho más tarde de empezar a oír a lo lejos la sirena de la ambulancia, me bajé del autobús y paré a un taxi, ya que nos habíamos accidentado en medio de una avenida. Me subí y le pasé la dirección a la que quería llegar.

 Diez minutos más tarde habíamos llegado por fin a la casa de mi madre. Le pagué y me bajé satisfecha, ya que me había dejado en la puerta de su casa. El taxista arrancó y se fue. Luego me acerqué a la puerta y toqué el timbre. No pude evitar pensar en el aire oscuro que tenía ese taxista mientras esperaba, en ningún momento pude verle bien su rostro, ni si quiera por el retrovisor. Y tampoco me había preguntado nada del accidente, sabiendo que yo era una de las pasajeras de ese autobús.

Decidí no comerme mucho el coco y mostrar mi mejor sonrisa cuando me abrieron la puerta, ya tenía suficiente con el mini susto que me había provocado a mi misma al ver el cuerpo desangrándose. 

Me abrió mi abuela, lo que me pareció un tanto raro.

-¿Abuela?-pregunté-¿Donde está mamá?-. No tenía una cara muy agradable, al contrario, tenía una expresión de angustia como si le hubieran dado una mala noticia. 

Confundida, miré hacia el interior de la casa y de atrás de ella salió un policía. Tampoco parecía contento.

-Tu debes de ser la hija de la señora Dawson. Lo siento-. Dijo el pasma con una voz ronca y desanimada. 

-¿Lo siento? ¿Porqué, que ha pasado?-.

-Mi hija....-apenas pudo susurrar mi abuela-A tu madre la acaban de asesinar. Un autobús la ha atropellado, y no fue un accidente-.





Un viaje Inesperado. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora