CAPÍTULO IX: ¿JUNTOS?

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Magnus y Alec tenían algo claro. Estaban enamorados el uno del otro. Magnus se enamoró primero. Se enamoró de la timidez de Alec. Se enamoró de su amabilidad, de su inteligencia. Se enamoró de las noches en que Alec le contaba del mundo de allá afuera. Se enamoró de su seriedad. Se enamoró de sus pecas, de sus ojos. De sus manos. Y se encontró a si mismo deseando ver más allá de esa toga.
Alec se enamoró más despacio. Se enamoró de la voz de Magnus. Se enamoró de la forma en que Magnus leía los pasajes de los libros que tenía. Se enamoró de la forma en que Magnus fallaba cuando intentaba usar el arco. Se enamoró de su piel dorada y sus ojos dorados. Esos ojos que alguna vez ofendió, ahora los veía como las joyas que eran. Amaba que esos ojos brillarán al verlo cada mañana.

Una noche, antes de dormir, Alec le estaba contando a Magnus acerca de Jace e Isabelle. Le contaba como solían ir al pueblo a proteger a la gente desamparada.

–Son como cazadores– dijo Magnus recostado a un lado de Alec maldiciendo la distancia que los separaba pero sin atreverse a quitarla– Son colo cazadores de la gente mala.

–Eso suena demasiado dramático ¿No crees? –Alec rió bajito– Además, es u título muy largo... “Cazadores de gente mala” no suena muy bien que digamos.

Magnus se quedó pensando un poco.

–Cazadores de sombras– dijo después de un rato– Ya sabes, la sombras son malas, la oscuridad es mala, entonces ustedes cazan a lo malo, a las sombras.

–Estas zafado –bromeó Alec– Pero me gusta como suena...–calló de pronto y luego lo miró –¿Por qué odias la oscuridad?

–Cuando era niño, un día un guardia apagó todas las antorchas y me dejó en completa oscuridad. Estuve así un par de días, y entonces empezó a llover –Magnus pasó saliva y cerró sus ojos al recordar eso– Lo hizo para vengarse de mi mamá por no querer acostarse con el...

–Soy un Cazador de sombras ¿No? –dijo Alec consternado por lo que acaba de oír– Mientras este contigo no debes temer a la oscuridad de nuevo.

Magnus trato de sonreír. Pero no podía. El sabía que estaba enamorado de Alec, pero él creía que no era correspondido. Para el, Alec era como una estrella que brillaba encima suyo, pero estaba lejos y jamás podría alcanzarlo.

–Pero un día te irás –soltó Magnus dándole la espalda– Te irás y volverás con Isabelle y Jace y yo seguiré aquí, enterrado en este lugar.

A diferencia de lo que Magnus pensaba, Alec moría de amor por el. Sin embargo, el amor es traicionero. El amor hace que supongamos cosas y eso le pasaba a Alec. El suponía que Magnus no lo quería. Para Alec, Magnus era como el sol. Brillando encima suyo, calentándolo con su luz, pero sin poder alcanzarlo.

–Te irás conmigo– respondió Alec seguro –No te voy a dejar aquí, y puedes traer a Miau contigo. Saldremos e iremos al pueblo a pasear.

Magnus sonrió de lado. Pasear con Alec. Ver el cielo con Alec. Quizás... Poder crecer con Alec.

–Eres muy iluso si crees que me van a dejar salir de aquí –dijo con una triste sonrisa– Pero es lindo soñar.

Alec al oír eso, sintió furia en el ¿Cómo podía decir esas cosas? Le dolía porque lo quería. Porque se imaginó a sí mismo saliendo con Magnus.
Fue entonces cuando recordó un relato. De como los dioses aprendieron a amar observando a los humanos. Él nunca había experimentado el amor carnal. Pero sabía que ese escalofrío que sentía en su columna al ver la espalda desnuda de Magnus, que ese nerviosismo que sentía al ver su mirar era la prueba irrefutable de que estaba enamorado de el.
Magnus en su lugar, sabía que quería a Alec. Había leído muchos relatos de historias de amor y añoraba un día poder sentirlo. No imaginaba que enserio lo lograría.

–Nos iremos juntos –sentenció Alec y Magnus volteo su cuerpo hasta quedar frente a él– No se cómo, no se como lo vamos a lograr pero nos iremos y entonces tú y yo vamos a poder ver el cielo, y el mar y el sol y...

No pudo continuar. Sintió un peso en sus piernas y una boca en la suya. Abrió sus ojos y se encontró con Magnus besándolo. En un acto de inercia, posó sus manos en la espalda desnuda de Magnus y sintió desfallecer al sentir la calidez de su piel. Cerró los ojos y se dejó llevar por el beso. Era un beso que sabía a sal. Ambos lloraban. Ambos ansiaban eso. Los dioses les habían dado muchos defectos, pero les dieron un gran regalo. La capacidad de sentir. Alec sentía la columna de Magnus bajo su mano, una mano exploradora que bajo hasta la cadera pronunciada. Magnus sentía los anchos hombros de Alec. Hombros que tantas veces vio como se tensaban antes de que la flecha saliera disparada.

El oxígeno se hizo necesario. Se separaron lo mínimo para poder respirar y se rindieron de nuevo al beso. Magnus mordió leve el labio de Alec y una batalla de lenguas se llevó a cabo. Ninguno había besado a nadie nunca. Ambos eran exploradores de una tierra nunca antes conquistada. Magnus enterró sus dedos en el cabello azabache de Alec y rogó a los dioses que le dieran el valor para pronunciar lo que estaba a punto de pronunciar.

–Te amo– murmuró contra sus labios sintiendo su estómago encogerse por el miedo.

Alec se quedó estático. Sin soltarlo, subió su mano y apartó un mechón de cabello de la frente dorada y depósito un beso ahí.

–Pensé que jamás lo dirías... Yo también te amo.

Jejeje

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