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Son tres años los que han pasado para que por fin lograra conseguir un hogar estable. La nueva familia parece contenta, es un nuevo comienzo en la vida de una joven pareja que decidió tomar esta decisión como última opción ante la imposibilidad de poder engendrar un hijo propio.

La mujer es amable, busca ser complaciente en la mayor medida posible, soporta sus desplantes y lo abraza cuando está enojado. Incluso es la primera en correr hacia su habitación cada vez que tiene pesadillas. Ella no pregunta, solo lo acaricia y lo acuna hasta que duerme.

Aomine teme conocer mucho más de la naturaleza cruel del hombre en sus cortos diez años de lo que ningún niño tendría derecho de saber.

Ha pasado por tantas familias, tantas que en un comienzo se mostraron amables, pero terminaron dañándolo de algún modo. Hogares disfuncionales, personas mezquinas que intentaron jugar a ser padres como si se tratara de alguna clase de adquisición que se recoge y se desecha cuando no se desea.

Teme que pase lo mismo con esta familia. Por ello evita aferrarse, encariñarse.

Es el padre, quien un día llega con una gran sonrisa.

Nos mudaremos es lo que anuncia.

Aomine teme por este nuevo cambio, ya demasiado acostumbrado a la estabilidad que poco a poco parecía surgir entre él y esta nueva familia. Pero se reserva el derecho de objetar, no es más que un huésped, alguien que pronto se ira de seguro, por ello no tiene el derecho a opinar.

A las semanas la mudanza se efectúa, el pequeño departamento es reemplazado por una pequeña casa, de dos pisos con patio enfrente y por detrás. Aomine la analiza en cuanto bajan del carro de mudanzas, la pareja va de un lado a otro, ansiosos por instalarse. El únicamente se dedica a ver los alrededores.

Y es cuando en su visita al nuevo patio trasero, que se topa con una niña, esta está concentrada en un extraño objeto entre sus manos, ignorándolo por completo o simplemente demasiado ensimismada en lo que hace para echarle una mirada.

—¿Qué haces aquí? —Aomine pregunta de repente, molesto por no ser notado. La pequeña niña salta en su sitio antes de girar a verlo. Aomine puede ver que lo que sea que tenga en sus manos ahora es ocultado tras de sí.

—¿Q-quien eres tú? —la pequeña de cabello rosáceo intenta sonar desafiante, pero falla al verse sorprendida.

—Debería ser yo quien pregunte eso.

—Pues yo pregunte primero —la niña tiene agallas debe reconocer. Aomine simplemente la ve en silencio, intentando verse intimidante, pero ella endereza su postura, siguiéndole el juego.

Aomine no puede evitarlo más y termina sonriendo, su ceño fruncido se ha atenuado, y tal parece que ella también lo ha notado.

Pronto son sus risas las que atraen la atención de la pareja que los miran perplejos desde la ventana del segundo piso. Ambos están anonadados, puesto que nunca habían logrado hacer que Aomine interactuara con otros niños fuera del orfanato, la risa de Aomine se escucha tan bien en sus oídos, que una ligera lagrima escapa hacia las mejillas de la mujer, que se ve abrazada por su marido.

Quizá este cambio fue mejor de lo que se espero.

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⏰ Última actualización: Oct 11, 2017 ⏰

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