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Son solo dos años después que Kise ahora está en el gran gimnasio completamente desolado salvo por su sola presencia y la del balón naranja que lo acompaña. Da rebotes en el suelo, buscando llenar ese fantasmal silencio que reina el lugar, mientras espera totalmente decaído al cual se supone sería la última reunión de la Generación Milagrosa como equipo, si se puede decir que aún lo sean. Aguarda en el lejano banquillo al otro extremo de la puerta, aquel en el que solía descansar después de un agotador enfrentamiento con el moreno, que sonriente lo comprometía a comprarle algunos helados, en recompensa de hacerle perder su tiempo. Kise haría un mohín con la boca, para después terminar accediendo, bramando ser el vencedor en su próximo encuentro. Y así entre tropezones, y algunas palmadas en la espalda saldrían hacia los vestidores.

Kise aun lo recuerda todo, pese a que aquellas memorias son tal lejanas y difusas como las fotografías de un álbum que lleva décadas sin abrirse.

Quiere gritar de frustración, pero su rostro solo expresa su carencia de espíritu, ya perdido en la misma cancha que alguna vez albergo la promesa de un reto, y una razón a su inexistente deseo de sentir.

Y es de este modo con este eterno silencio que su mente reabre viejas heridas. Aquellas que busco empujar al fondo de su mente pero que hoy se abren nuevamente.

Es cuando aquella sombría tarde regresa a su mente, se recuerda corriendo con todo lo que podía hacia el lugar indicado en el mensaje, solo para detenerse a varios metros de la persona que le había enviado tal mensaje.

Lo encontró al borde del rio, donde solían juntarse con Kuroko o Momoi después de clases, si es que se les daba la oportunidad de salir temprano, las siluetas de las personas ausentes se tallaban dolorosamente en su mirada. Viendo únicamente a la silueta más grande de todas, de espaldas, con los hombros caídos, mirando algún lugar distante del cual no tuviera conocimiento. Kise se acercó sigilosamente, hasta deslizarse a su costado. Aomine no reparo en su llegada salvo hasta que sintió la pálida mano del rubio colocarse sobre la suya en su regazo.

Kise sabía de todo lo que estaba pasando con el moreno, muchas veces discutió al respecto con Midorima, quien le aconsejaba no meterse donde no lo llamaban. Vio como el grupo se fue desintegrando ante la caída de su as. Aomine dejo de ir a los entrenamientos, después de ser el mismo entrenador quien se lo propusiera, y pese a la rabia que se acumuló en su interior al saber lo ocurrido, no hubo mucho que hacer al respecto.

El daño ya había sido infligido, y no habría forma de remediarlo.

Kise contemplo como poco a poco, el semblante sereno que el moreno había creado se fue desmoronando, vio las lágrimas secas en sus mejillas, mientras este ahogaba un sollozo.

Kise no pregunto, pensó que era lo mejor, solo se dedicó a abrazarlo, mientras sentía las lágrimas del moreno mojar su cuello, lo acaricio lentamente y en silencio, hasta que luz se esfumo y ambos quedaron sumidos en la oscuridad.

Después de aquello, el moreno se retiró en silencio susurrando un agradecimiento y un adiós que sonó permanente. Su corazón se estrujo ante lo que aquella despedida representaba, sentía haber presenciado muerte del Aomine Daiki que todos solían conocer.

Intento gritar, clamarlo desesperadamente, pero un nudo se atascó en su garganta y cuando fue capaz de reaccionar, Aomine había desaparecido de la solitaria calle.

Aquella fue la última vez que el moreno acudió a él buscando consuelo.

No volvió a pisar el gimnasio, y las pocas veces que se encontraban en los pasillos de la escuela o en los mismos juegos de la generación milagrosa, el moreno se encargó de ignorarlo, pasando de él, cada vez que buscaba una oportunidad de estar a solas.

Y es en este día, que aquel absurdo ciclo daría fin. Acudiendo al llamado de Akashi, la Generación Milagrosa se preparaba para su último juego. Uno que estaba por comenzar, y prometía destrozar a todos.

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Sensorial  » [ AoKi ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora