Capítulo 12

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♦ CUANDO entre en el estudio, el tipo estaba diciendo:
–Esta vez no me vas a embarcar, David. La lana primero.
Cuando me vio, pareció inquietarse, pero cuando saqué los billetes de mi bolsillo de relajó enseguida y dijo con una risotada:
–¡Mira nada más, cuate, te las consigues cada vez más jovencitas!...
David ya no podía hablar. Se retorcía en su cama como si fuera a hacerse chicharrón. Sus ojos gritaban su dolor. Lloraba
Sudaba. No dejaba de arañarse los brazos. Su rostro estaba todo chupado. No lo reconocía. El otro abrió el cajón para tomar la jeringa. La imagen de la ancianita que se inyectaba me cruzó por la mente y sentí náuseas. Bajé saltando las escaleras y corrí hasta la calle. Corrí y corrí hasta el canal, el canal de Saint-Martin, que es tan bonito.
Me paseé por la orilla toda la tarde, hasta bien entrada la noche. De vez en cuando me sentaba frente al agua sin pensar más que en el agua. Me acostaba sobre el pasto, cerraba los ojos y me contabas historias en las que cabalgaba por la playa, historias en las que era tan hermosa que hasta las flores volteaban a mi paso.
Estaba galopando cuando sentí que algo me hacía cosquillas en la punta de la nariz. Abrí los ojos. Una catarina me obligó a hacer bizco. La acaricié suavemente con la punta del dedo índice. No tuvo miedo y se subió a mi dedo. La puse junto a mi boca para decirle algo. Le dije que estaba muy bonita con su vestido rojo, y que a mí también me gustaría ser una catarina. Seríamos amigas y volaríamos juntas a darle la vuelta al mundo, por lo menos hasta China. Luego murmuré: “Catarinita, vuela, ve a decirle a mi papá que venga por mi”.
Estaba llorando. Soplé sobre la punta de mi uña. Abrió sus alas y se fue. Más tarde, cuando le pregunté a papá si había llegado hasta él, me contestó que no. Pero estoy segura de que le llevó mi mensaje. Sólo que él no la vio ni la oyó. Es tan chiquita una catarina. ♦

Un pacto con el diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora