Llovizna

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El sol me golpea directamente al rostro, con dificultad poco a poco mis ojos se abren para encontrarse con los rayos que me dan de frente. La ventana queda justo enfrente del sofá donde sin saber me quedé dormido, ni siquiera tuve tiempo de recostarme y con el perro a mi lado, tampoco hubiera podido hacerlo. Lo observo y noto por la respiración del perro que está dormido.

Un poco adolorido me levanto y me dirijo al baño, lavo mi rostro y aunque trato de evitarlo lo más que puedo, mis ojos se encuentran de nuevo con mi reflejo, en aquel espejo, me observo breves instantes. Observo mi rostro enrojecido y mis ojos irritados por el llanto que había derramado hasta quedarme dormido.

No recuerdo cuando fue la última vez que lloré así.

Ni siquiera meses atrás cuando Camila y yo terminamos, no lloré, no hice absolutamente nada, ni los días siguientes, no, nada, hasta ayer.

Ni siquiera antier que escribí aquellas cartas. No lloré, no sentí nada.

Me estaba convenciendo a mí mismo que yo ya no podía sentir nada, ni bueno ni malo. Pero ayer, ayer no pude evitar llorar como un niño. Llorar como el cobarde que soy.

Vuelvo a observar mi rostro y niego con la cabeza.

Rápido, abro la llave del agua y me agacho para mojarme lo más que pueda. Tomo la toalla que está colgada a lado y me seco, también con rapidez. Quiero cuanto antes terminar con aquello, llevar al perro al veterinario y terminar con lo que tengo pendiente.

Terminar por fin con mi vida.

Salgó del baño escuchando mi estómago crujir, pues desde las 7 de la noche del día anterior, no había comido nada. Casi 12 horas sin nadie  el estómago. Camino hacia la cocina y tomo un panque de nuez a medio comer. Lo devoro con prisa y regreso hacia la sala, al sofá donde está el perro. Me acerco a él y con mucho cuidado lo tomo entre sus brazos.

Tomo también las llaves de mi casa y salgo de ahí.
...


-¿En dónde lo encontró?- me pregunta el veterinario, mientras revisa cuidadosamente al perro.

Éste se encontraba recostado en esas camillas que hay en las clínicas veterinarias. Podía notar que el veterinario lo observaba con un gesto no sé si parecido a la tristeza, pero fácilmente podía ser definido así. No lo sé, supongo que su profesión le hace ver muchas cosas feas, pero el estado del perro es lamentable. Cuesta trabajo verlo. Cuesta trabajo saber que alguien puede hacerle eso a un animal, a un ser vivo.

Pienso si el veterinario no creerá que es mío y que yo le hice todo eso. Y cuando se cruza este pensamiento por mi mente el veterinario me observa.

-¿En dónde lo encontró?- vuelve a repetir- sé que lo encontró-continúa como si leyera mi mente- y tal vez, si sabemos donde, podríamos encontrar a- hace una pequeña pausa, supongo no quiere decir "a los jodidos monstruos que le hicieron eso"- a quien lo lastimó así. Claramente es un perro torturado-niega con la cabeza- está desnutrido, casi anémico, tiene laceraciones en la mayor parte del cuerpo, quemaduras, tiene un hueso roto-mientras dice esto, observo al perro y mis ojos se llenan de lágrimas, carraspeo sútilmente.

Una ola de furia se apodera de mi, me digo que encontraré a quien le hizo esto y lo mataré, lo mataré haciéndole lo mismo que le hizo al perro. Lo quemaré, le laceraré el cuerpo, le pegaré, le romperé los huesos, uno por uno. Siento que mi corazón comienza a latir muy rápido. Siento una furia inmensa.

-Lo encontré en el puente Thomas-respondo- en la madrugada, y no pude ver nada más, no había nadie más ahí. Yo... Yo iba pasando-miento.

El veterinario niega con la cabeza. Se ve un señor decente, más grande que mi padre. Se ve del tipo de persona al que su trabajo le queda con su semblante. Supongo que ama a los animales. Y sé que él siente lo mismo que yo, furia, tristeza, decepción. Sí, decepción, de compartir mi raza humana con un monstruo así, con un monstruo que es capaz de hacerle eso a un perro. Con un monstruo capaz de hacer tanto daño.

-Voy a estabilizarle la pata-comienza a decir- y le haré algunas curaciones. Lo más probable es que el día de hoy lo pase aquí, hasta mañana.

Afirmo y sé que tengo que decirle que yo no me puedo quedar con el perro. Observo de nuevo al perro, su respiración es menos intensa. Supongo que el sedante que le ha puesto el veterinario, ya hizo su efecto. Lo acaricio sutilmemte.

-Yo...-empiezo a hablar-usted... ¿Podría quedárselo? Es decir, lo encontré y yo no puedo tenerlo, tengo que salir de viaje...

El veterinario me interrumpe...

-¿No podría tenerlo algunos días?-pregunta- me gustaría quedármelo, pero si observa el cuarto del fondo-lo señala- tenemos ya a muchos perros abandonados, y especialmente este perro, va a necesitar cuidado al menos unos cinco días, en lo que se recupera. Después tal vez podría llevarlo a un albergue, pero ahorita, en lo inmediato, el perro necesita mucho cuidado. Creo que, si me permite decirlo, usted es el indicado para esto. Lo encontró, pasó la noche con él y lo trajo a primera hora. Créame que no cualquiera hace eso. El perro ha pasado por mucho y por fin alguien se preocupa por él. ¿No podría cuidarlo algunos días?

Yo tragó saliva y observo de nuevo, no sé por cuanta ocasión, al perro.

-Mi viaje...-intento responder-tal vez...tal vez pueda aplazarlo unos días-suspiro resignado.

El veterinario sonríe. Me explica que lo curará y revisará si aquella fractura necesita cirugía, me dice que no tiene caso que me quede ahí y que regrese el siguiente día a la misma hora.

Me despido de él y me dirijo a mi casa, de nuevo, me digo a mí mismo, me dirijo a aquel maldito lugar.

Frankie y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora