Roto

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Estábamos ahí, abrazándonos sin querernos soltar.

Ninguno hacía el intento de irse, parece que todo es un sueño y ojalá lo fuera. Pero en cualquier sueño llega el momento de despertar y sé que tengo que hacerlo. Poco a poco, me voy separando de ella. Ella a su vez hace lo mismo y me observa. Con ese tipo de mirada que dice más de lo que debería y yo vuelvo a sentirme fatal. Vuelvo a recordar cosas que me había empeñado en olvidar las últimas semanas, en suprimir todo en algún lugar de mi mente.

Recuerdo cuando la conocí, hace tres años. Yo empezaba a trabajar en la galería, acababa de terminar la carrera y me había conseguido ese trabajo. Y ella llegó a tomar fotos ahí, justo ahí. Nunca he sido el tipo de hombre que se acerca a las chicas y las invita a salir, no. Soy demasiado tímido para eso. Pero por alguna razón, nunca me ha faltado alguien con quien salir, y no lo digo de esa manera presuntuosa y arrogante. Ni siquiera yo sé porque las mujeres se acercan a mí.

Y así fue, ella se acercó a mí. Lo recuerdo claramente; yo estaba en el fondo de la galería, acomodando las obras que iban a mostrarse en la noche, cuando la vi caminar hacia mí, con su cámara entre las manos. Se acercó y me saludó y comenzó a preguntarme cosas sobre la galería. No diré que la vi y en seguida me enamoré, no soy del tipo de persona a la que le pasan estas cosas. Claro que la vi y pensé que era muy guapa, lo es, tiene un cuerpo maravilloso, sus caderas son hermosas. Y su cabello largo es precioso. Pero no, con ella no fue algo físico. Lo que recuerdo es la sensación de paz que me causó hablar con ella, ella siempre me da paz, ese ese tipo de persona que inspira calma, tranquilidad. Y eso era lo que yo tanto necesitaba en ese momento. No era una buena época, bueno, mi vida ha estado llena de malas épocas. Pero aquella en especial fue de las peores. Tal vez después profundice en esto, no lo sé.

Después de esa charla, fuimos a un bar a tomar algo, y lo cierto fue que congeniamos muy bien. Camila me hacía sentir bien, en paz. Una semana después lo hicimos. No es como que yo era virgen al conocerla, digo, tenía 23 años, casi 24, y como dije, siempre había alguna chica que por alguna razón, quería estar conmigo. Pero estar con ella fue algo bueno, diferente. Y todo se fue dando, al principio todo fue bueno, yo me sentía mejor, me sentía bien. Me sentía feliz. Pero de nuevo llegaron los recuerdos. De nuevo la jodida tristeza, de nuevo lo roto que ya estaba me alcanzó.

Y ni ella me pudo salvar. Ni ella ni nadie...

Dirijo mi mirada de nuevo a la suya y ella sonríe un poco, no es una sonrisa precisamente de felicidad. Más bien es de nostalgia, creo que ella también está recordando. Y creo que quiere besarme. Me hago un poco para atrás. Y ella también.

-Creo que... tengo que irme-dice.

Yo asiento. Se agacha para volver a tomar la caja, pero se detiene y vuelve a incorporarse.

-No-dice de pronto, sorprendiéndome- Bennet, necesitamos hablar-comienza a decir con un tono casi desesperado, yo desvío un poco la vista.

No quiero hablar, no puedo hacerlo.

-Yo...-comienzo a decir- Camila-comienzo a sentir que mi voz se entrecorta y carraspeo un poco.-No es un buen momento-concluyo.

Ella suspira y no deja de observarme. Me toma de la mano. Y de nuevo aquella sensación recorriéndome el cuerpo.

-Sólo tienes que saber que puedes contar conmigo, Benny-me dice de aquella manera cariñosa- no estás solo, cuando quieras hablar, sólo dime...-continúa diciendo con ternura, lo dice como si tuviera idea de algo y yo siento un rayo. Pero la soledad la he sentido siempre, aún estando con muchas personas, aún estando con ella. Sé que es algo mío, algo que no se puede cambiar.

Le sonrío sutilmente y asiento de nuevo. Ella regresa la sonrisa, y se agacha para agarrar la caja. Comienza a caminar yéndose y antes de hacerlo voltea y dice...

-Por favor, llama a tu mamá, está muy preocupada por ti.

Mi mamá, tiene dos semanas que no hablo con ella, recuerdo.

-Cuídate- le digo y ella sonríe y se va.
...

Estoy recostado en mi habitación observando el techo, se escucha la televisión encendida de fondo. Me siento como un extraño en mi propia casa, me parece que yo no tendría que estar aquí. Ya no.

De nuevo, ya no siento nada, aquella sensación que tuve al estar con Camila momentos antes, ya no está. Ya no hay ningún rayo atravesándome. Me siento de nuevo como las últimas semanas, como si fuera una maquina automática sólo programada para lo necesario. Comienzo a pensar que necesito hacerlo ya. ¿Por qué no lo hago?, ¿por qué es tan importante un jodido perro?...

Digo, ya lo están ayudando. Si no regreso mañana por él, seguramente el veterinario lo ayudará, se ve que es una buena persona. No lo echará así sin más. Yo ya no tengo nada que ver en eso.

Cinco días, cinco días Bennet. Aparece esa otra voz, diciéndome que puedo aguantar cinco días, que puedo hacer algo bueno antes de irme, que puedo cuidar al perro, ayudarlo. Puedo aguantar. He aguantado muchos años, puedo aguantar cinco malditos días.

Una vez leí una frase que decía "si ayudo a alguien a tener esperanza, no habré vivido en vano". No sé si esa frase se refería a un perro. No sé ni siquiera si los perros sepan algo sobre tener esperanza. Pero tal vez esto es lo último que debo hacer, ayudarlo. Tal vez eso de que el destino existe y que las cosas pasan por algo es real. Tal vez así, pueda irme sabiendo que al menos hice algo bueno en toda mi miserable vida.

Sí, a final de cuentas es cierto, a todos nos importa hacer algo con nuestras vidas y no haberla vivido en vano...

Frankie y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora