Recuerdo llegar a su casa y verla sentada en su mecedora, con algún chocolate en la mano.
Entraba a su habitación y ella me veía y rápidamente iba a abrazarme.
Yo la abrazaba con fuerza, como si tuviera mucho tiempo de no verla, aferrándome a ella, aferrándome a su presencia.
Tal vez presentía que en poco tiempo ya no estaría.
Tal vez porque eso suele pasar con los abuelos, sólo los podemos disfrutar muy poco tiempo.
Ella sacaba la caja de chocolates y me ofrecía,
pero primero me susurraba que no le dijera a nadie que tenía esa caja de chocolates debajo de su cama,
yo sonreía y ella también y ¡diablos, qué felices éramos!...
Comíamos chocolates y nos abrazábamos y yo sentía que no necesitaba nada más que eso.
Y podía ver en su rostro que ella sentía lo mismo, su enorme sonrisa, sus ojos brillosos me lo decían.
Ahora, entro a su habitación y lo único que queda es su retrato.
Su retrato que me ve fijamente recordándome todos esos momentos que vivimos.
Su retrato que me sonríe, con esa sonrisa tan pura que sólo ella puede tener.
Su retrato que me hace sentir el dolor de su ausencia.
Su retrato que me dice con firmeza que ese dolor nunca desaparecerá.
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Ella es como una mariposa. Poemario
PoesíaHay cosas inexplicables que necesitan ser expresadas en palabras: y a eso se le llama poesía.