Kazal
Hemos llegado a Egipto, no sé cuanto tiempo llevamos caminando tratando de encontrar la casa de mis abuelos. La Villa de los Hebreos, no era tan diferente a lo que imaginaba, todo lo que había escuchado era real. Mis hermanos y yo estamos cansados, no sé como Gersón y Eliezer pudieron con el viaje. Ahora, nos toca vivir una nueva vida, pero en Egipto dejando... o por lo menos, tratando de dejar todo atrás. Aun así, hay algunas cosas que son imposibles de dejar atrás.
Como los recuerdos...
¿Tenían que solucionarlo de ese modo?¿Matar a mi madre, solo porque no acepataron su propuesta?
No debimos ir al festejo. Si no ibamos, ella estaría viva, y no habría necesidad de estar aquí.
A pesar de eso, tengo que confíar en Dios, y pensar en que desde ahora en adelante, todo estará bien.
Confiar...
Como si eso fuera tan fácil...
Nunca tuve esa fe inquebrantable, no soy de esas personas que claman al Señor dandose golpes en el pecho. Al final, todos le rezan a Dios prometiendole algo, pero después hacen todo lo contrario. Yo crecí con cierto amor a Dios, creyendo el él. Aceptando esa fuerza mayor, superior a nosotros. Desde que mi madre falleció, ya no soy la misma, algo falta en mi. Tengo la necesidad de creer en algo más, necesitaba y necesito creer en Dios. En que quizás tenemos un destino que sirve para un bien común.
Necesito tener fe...
—¡Cuándo llegaremos! —exclamó Eliezer cansado.
—Falta poco hijo... un poco... —dijo mi padre de la misma forma, pero siempre con una sonrisa.
—Aún no puedo comprenderlo...¿Cómo puedes acordarte aún de la casa de mis abuelos? —pregunté.
—La casa de tus abuelos es diferente... —respondió mi padre sonriénte.
—¿Diferente?¿cómo? —pregunté de nuevo.
—Llena de fe... —rió en respuesta.
—Ahora entiendo —sonreí.
Mi padre seguía caminando por la Villa, mirando todo a su alrededor.
Él se quedó al frente de una casa, mirandola con una sonrisa. Golpeó la puerta de la casa, pero nadie respondía. Yo solo agarré a mis hermanos y me aparté hacia un lado junto a ellos. Mi padre volvió a golpear la puerta, y una mujer mayor, salió de la casa. La mujer al ver a mi padre, parecía felíz, sorprendida, sus ojos estaban llorosos, mi padre miraba a la anciana con felicidad.
—Hi... hi... hijo... —dijo la anciana tartamudeando.
—Madre... —mi padre abrazó a la anciana sin pensarlo.
En ese momento pude ver salir a un anciano y a una mujer un poco más joven que la anterior.
—Moisés... —dijo el anciano con lágrimas en los ojos.
—Estás aquí Moisés... —dijo de nuevo la anciana mujer.
La mujer más joven solo miraba a mi padre llorando, al parecer de emoción.
Me acerqué a mi padre con mis hermanos, quería saber que pasaba. La expresión de la anciana al vernos, era como una mezcla de alegría, emoción y confusión.
—Y... ellos...¿Quiénes son? —preguntó la anciana.
—Ellos... son mis hijos... —respondió mi padre, con una sonrisa.