Capítulo 10: Palacio.

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Había oído hablar mucho sobre las grandes obras que se realizaban en Egipto. Gracias a mi padre, que me contaba sobre las obras que él había dirigido y que llegaron a ser elogiadas por el Faraón. Pero ahora estaba tan cerca de algo mucho más gigante que cualquier pirámide, o los demás templos en Madián y Moab.

—Había olvidado por completo esto, hace tiempo que no paso por aquí, que olvidé lo mucho que el Faraón adora su imágen... —comentó Judith, observando las estatuas que según ella eran del Faraón, mientras caminabamos cada vez más cerca del Palacio.

—Sus Dioses... —dije, asombrada al ver las estatuas.

—Sí... El Faraón Ramsés está allí, al lado de Rá "El Creador del Mundo", son las estatuas más grandes de la ciudad —dijo Ana, mostrandome las dos estatuas mucho más grandes que las demás —. Son muchos Dioses que nos protegen, son los únicos que necesitamos, los que nos han ayudado en todo hasta ahora... —continuó Ana.

<< Solo quiero que no olvides, que Dios es el único en el mundo >> Recordé lo que mi padre me había dicho.

—Es hora de despedirnos, las acompañaré hasta las puertas del Palacio, vamos —Dijo Judith, cuando ya estabamos en frente de ese lugar.

Ella nos acompañó hasta las grandes puertas justodiadas por los guardias.

—Adiós hija, cuídate —le dijo a Ana —, tú también Kazal —sonrió —. Adiós, cuidense las dos... —se despidió otra vez, se dió media vuelta y se fué.

Estabamos caminando por los pasillos, que nos llevarían al haren con las demás jovenes. Atrás de nosotras habían dos guardias, y al frente, solo uno, quien nos guiaba. Recordaba una y otra vez lo que Ana me había dicho en su casa, ¿Qué quería decir con que, Egipto, no es lo que se observa a simple vista? esta nación tan poderosa que puedo ver ¿No es real?, secretos que esconde, no entiendo.

Habíamos llegado al haren, los guardias nos acompañaron en todo el camino. Habían dos sillas vacías, Ana y yo nos sentamos a esperar. Me sentía incomoda, impaciente, lo único que necesito es tranquilizarme. Mis manos tiemblan con tan solo imaginarme a un guardia entrando por esa puerta para sacarme y luego ejecutarme.

—No se permiten hombres en el haren, ni siquiera un guardia... tienes que estar tranquila —dijo Ana, como si hubiera leído mis pensamientos.

—No puedo... necesito irme, ya no quiero estar aquí... —dije.

—No puedes... solo espera a que la Princesa llegue, después, seguro todo volverá a la normalidad... —aseguró, tratando de tranquilizarme.

—Está bien...

Veía a las jovenes felices y ansiosas. Ahora, las ganas de irme de aquí, son las mismas que las de quedarme. No puedo pensar en otra cosa que no sea mi familia, en mi padre, que hasta ahora, mantengo la creencia, de que él, en el fondo, no quiere que esté aquí.

—Quiero ver de nuevo a la Princesa... —dijo Ana.

—¿De nuevo?¿Acaso ya la conoces?

—Sí...

—¿Y cómo es ella?

—Bueno, ella es una mujer bondadosa. Muy buena. La conocí muy poco. Yo era Dama de la Gran Esposa Real, poco después, la Reina me despidió —concluyó.

—Porqué lo hizo...

—Celos...

—¿Crees que la Reina, querrá volverte a ver?

—No lo sé, seguro que no....

Las dos nos callamos por un largo tiempo. Estaba impaciente, la Princesa aún no llega. Las mujeres hablaban, todas juntas, ni siquiera podía entenderse una palabra que mencionaban, eso me ponía má nerviosa. Entonces las puertas del Haren se abrieron, dejando pasar a un joven. Era el mismo chico de aquel día. Sin mirar a nadie y sin decir nada, rápidamente se dirigió a una joven, que se encontraba peinando las pelucas, no parecía una joven que este involucrada con la elección.

—¿No has visto mi espada? —le preguntó él.

—No la he visto, la debió dejar en sus aposentos... —repondió ella, sin mirar el rostro del joven.

—Búscala... qué esperas, no tengo tu tiempo... —le ordenó, la chica dejó las pelucas en una mesa, y se retiró del haren, dejando al joven solo en ese lugar, apartado de las demás jovenes.

Lo observaba mientras se sentaba a esperar a la chica que se había retirado, y que todavía no regresaba. Él se levantó impaciente, tomó una fruta de una de las mesas que se encontraban cerca. La joven regresó, pero sin la espada, bajó la cabeza y se dirigió al Príncipe.

—No la encontré... —dijo la joven.

—Eres tan inútil... estube perdiendo mi tiempo esperandote —dijo él, con enojo en la voz.

—Perdóneme...

—¡Cállate!¡Eres una incompetente! —gritó.

Me volteé en desesperación por sacarla de lo regaños del Príncipe. La espada, se encontraba justo detrás de la silla de Ana. Rápidamente la tomé, y me acerqué el Príncipe.

—Aquí está —dije, mostrandole la espada al Príncipe, quien me miró con cierto desagrado.

—Dámela... —pidió, y me la arrancó de las manos.

Lo miré a los ojos, el también lo hizo, como anteriormente lo habíamos hecho. Estaba segura que no me reconocía, porque si lo hiciera, estaría muerta en este momento. Pero había algo raro en su mirada. El Príncipe, dejó de mirarme, y se retiró. La joven, volvió a su deber. Yo volví a sentarme con Ana.

—¿No podían entrar hombres al haren? —dije, contradiciendola con lo que había dicho antes.

—Es el Príncipe, el puede. El lo puede todo... —dijo.

La conversación se detuvo, cuando una mujer ingresó al haren, y detrás de ella, otra mujer, un poco mayor, llevaba un vestido azul, y caminaba con delicadeza.

Las jovenes prestaron atención a eso, y se colocaron en una hilera. Ana y yo nos incorporamos rápidamente. Todas, incluyendo a Ana, agachaban la cabeza, pero yo no, tenía la curiosidad de saber quien era.

—Baja... la cabeza —ordenó Ana en un murmuro.

La mujer, caminaba en frente de nosotras, examinandonos y sonriéndo.

—Baja la cabeza, Kazal —ordenó de nuevo Ana —. Es la Princesa...

Ella era la Princesa...

Era mi abuela...

Tu LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora