Capítulo 8: Te Apoyaré...

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Kazal

Regresé tarde a casa, no quise hablar con nadie, no tenía animos para nada, ni siquiera de recordarlo, de recordar al Príncipe. Ahora entiendo todo, su actitud. Un Príncipe egipcio, claro que demostraría cierto desprecio hacia un pueblo de esclavos. No se puede esperar nada de alguien así, es como esperar agua en medio del desierto: imposible.

Sabía que era temprano, y que nadie se despierta en ese momento. Salí de mi cuarto, y me encontré con mi padre, estaba sentado, cuando se dió cuenta de mi presencia, me observaba con esos ojos llenos de tristeza, la más grande posible, que parecía que estaba reviviendo la muerte de mi madre. Sus ojos... mi padre parecía que no había dormido toda la noche, por mi culpa.

—Tienes que entenderme hija —dice de repente, y suspira —. Yo no quise gritarte, y tú lo sabes, pero lo hice por tu bien, por temor a que te pase algo en manos del Faraón —concluyó.

—Padre... —me acerqué a él —Tú no tienes la culpa de nada, todo esto es mi culpa...

—Hija... —rió, y posó su mano en mi hombro —Me dí cuenta que esa no era la forma de actuar correcta, quiero que sepas, que te apoyo en la decisión que tomes... tú ya no eres una niña... tú puedes ir a la elección si así lo deseas... —sonrió.

—¿Qué? —dije sin creer lo que él me había dicho.

—Tú... puedes ir a la elección... tienes mi permiso... —confirmó con una sonrisa.

—¡Papá! —vociferé.

Al final, estaba sucediendo...

—Sé que cometí un error, y que no confié en ti y por... —Lo interrumpí con un abrazo.

—No digas nada más... —susurré —Perdóname... perdóname por todo lo que hize... —lo miré y sonreí.

El me abrazó con más fuerza, alzé la mirada a su rostro, pude ver una lágrima recorrer su mejilla. Estaba llorando de felicidad. De eso estoy segura.

Salí de casa, y me dirigí al pozo por agua. Tengo la esperanza de encontrar a Ana por aquí, y contarle todo.

—Kazal... —escuché en la lejanía.

—Ana —volteé rapidamente, y sí, era ella —¡Ana! tengo muchas cosas que contarte...

—Qué...

—¿Podemos ir a tu casa? —propuse.

—Sí, vamonos... —aceptó y nos fuimos caminando hasta allí.

Al llagar a su casa, nos sentamos, y Ana me sirvió agua.

—Y que tenías que contarme —sonrió, impaciente.

—Aceptó... mi papá aceptó... podré ir a la elección Ana... —sonreí.

—¡Entonces irémos juntas! —rió.

—Eso creo... pero no quedaré... —reí también.

—No digas eso... seguro sabrás hacer algo... —sonrió.

—Todos se adelantan... no pienso quedarme como su Dama —aclaré —. Soy inutil para esas cosas, lo único que quiero hacer es conocer a la Princesa.

—¿Y si quedas?

—Sería un milagro...

—Pues preparate...

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Las elecciones se harán pasado mañana... —confirmó.

—¡¿Qué!?

—Así que hay que preparar el maquillaje, los vestidos, la peluca y las joyas... —Ana se paró de la silla.

—Pasado mañana... —sonreí, todavía sin creerlo.

—Sí...

Al llegar a casa, de noche, dormir era imposible. Me levanté y fui a la cocina por agua, y ahí estaba mi padre.

—Padre... pensé que era alguien más... —suspiré aliviada.

—¿Qué haces despierta?, es de noche... —preguntó.

 —preguntó

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—Es que... las elecciones, se harán pronto, no puedo dormir —sonreí, noté que el semblante de mi padre cambió por completo —. Padre... ¿Estás seguro que me dejas ir?

—Hija... lo importante es que harás, lo que a ti te parezca correcto... —suspiró él.

—¿Qué pasará si quedo seleccionada? —le pregunté.

—Te apoyaré... solo quiero que no olvides que Dios, es el único en el mundo. No te dejes seducir por los lujos, ni las comodidades... Solo eso... —sonrió.

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