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Unas manchas grisáceas se habían formado por debajo de mis ojos verdes.
Mi pelo negro como el carbón estaba despeinado, descuidado.
Y mi boca simplemente era eso, una boca.
Ni una mueca. Ni una sonrisa.
¿Qué era eso; una sonrisa? Qué fácil y rápido es decir que sonría.
Lo intenté, obligando a las comisuras de mis labios a curvarse hacia arriba.
Pero fue en vano. No podía. Y tampoco quería.

Imagina que sobrevives ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora