¿Tienes frío?

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Desperté con la sensación de que mi cuerpo entero había chocado con una pared doce veces. Físicamente estaba exhausta.

No tenía siquiera fuerzas para abrir los ojos.

Me quedé allí, acurrucada contra la almohada que olía a Rupert...

¿Que olía a Rupert? ¡Rupert! Un segundo...

Hice esfuerzo para abrir los ojos. Él me acariciaba un costado suavemente y sonreía. Cuando abrí los ojos, su sonrisa se intensificó y sus ojos chispearon con picardía.

-¿Te apetece otra hora de sexo?

Eso era. Dioses. ¿Qué no habíamos hecho la noche anterior?

Rupert había tenido que sostenerse contra el cabezal de la cama para penetrarme con más fuerza.

Cubrí mi rostro con la almohada.

-Chistoso.

Rió y volvió a acariciar mi cadera.

-No puedo moverme.-Dijo.-Siento que me ha aplastado una moladora.

Me sonrojé. Yo no solía enrollarme de esa forma con él. Al menos, no desde después del accidente.

-Pero valió la pena. Cada perfecto segundo.-Añadió.

Sonreí y aparté la almohada para abrazarlo.

-Buenos días, Rupert.-Saludé besando su oreja.

Rió.

-Buenos días, hermosa. No sabes lo que soñé.

-¿Qué cosa?

-Que tu dulzura se desvanecía y se conviertía en salvajismo.

Me sonrojé.

-Y yo... Trataba de adaptarme.

-Gracioso. Tú fuiste peor que yo.

Rupert sonrió.

Su cuello estaba cubierto de marcas, no sólo moradas, sino de dientes... Veía su espalda llena de serpientes rojas y su trasero también... Además de que su sexo se veía inflamado.

-¿Bebiste algo?-Pregunté.

-¿Para tener una erección? No, lo juro. Tú me la provocas.

Sonreí.

Él me miró con interés. Yo tenía el cuello y los pechos cubiertos de marcas, ardía mi espalda y mi trasero, y mi sexo jamás se había sentido tan caliente y húmedo.

Rupert frunció el ceño.

-Te hice daño.

-No, claro que no. Fue... Vaya. No puedo siquiera describirlo.

¿Salvaje? ¿Pasional? ¿Lujurioso?

-Perfecto.-Dijo.-Quizás subido de tono. Diferente.

Asentí.

-Llevo desde que me desperté pensando cómo hacer para describir la noche.-Murmuró contra mi cuello.-Y nada me parece suficientemente perfecto.

Sonreí y lo abracé con fuerza.

-Te adoro.-Dije.

Sonrió y besó mi hombro.

-Y yo a ti, princesa.

-Ven aquí.-Tomé su nuca y lo besé suavemente.

Nos costó coordinar un beso lento y común.

Sonreímos y acariciamos nuestros cuerpos desnudos.

Amaba estar allí, con él, perteneciéndole por completo.

-¿Tienes frío?-Preguntó.

Asentí.

-Un poco.

-Siempre has tenido los pies helados.-Sonrió.

Reconocía ese recuerdo. Lo besé suavemente y me arropó con las mantas.

-¿Quieres desayunar? Puedo traerte el desayuno a la cama.-Ofreció.

Sonreí.

-No, quiero quedarme aquí contigo.

Me acurruqué contra él y sonrió. Me estrechó contra sí y besó mi frente.

-Cuando Helena crezca, me encantaría darle un hermano.-Comentó.

-¿Uno? Me gustan las familias numerosas.-Sonreí.

-Mmm... A mí no.

Reímos.

-Bueno, bueno, podemos hacer así.-Susurró.

Sonreí.

-Dime.

-Nos casamos...

Sonreí. El anillo ya no era un peso. Era una bendición.

-...Y luego tenemos hijos. Suficientes para formar nuestro propio equipo de fútbol.

-Ni lo sueñes, ¿cuántos partos crees que quiero soportar?

Rió y besó mi frente.

-Ya veremos, princesa.

Recuérdame [Grintson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora