13 EL LUAU DEL INFIERNO

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—¡Eso es adorable!— Exclamó Roger, acercándose a mi y a mi lobo.

Había llegado y encontrado a Roger y Román alrededor de la fogata. Parecían estar sumidos en una conversación muy entretenida, a un punto en el que me sentí excluido.

—¿Por que llevas un cachorro?— Dijo Román fruncido de ojos.

Miré a mi cachorro, el cual me devolvió la vista con cariño. ¿Como es posible encariñarte con alguien en menos de cinco minutos?
Procedí a contar sobre las cazadoras, el campamento y sobre Artemisa. Mis compañeros miraban con boca abierta a mi cachorro entendiendo como lo había conseguido.

—Entonces si tu tía diosa te regaló un animal— Dijo Roger pensativo— Entonces, ¿Atenea me daría un búho?

—No te emociones— Intervino Román— Los dioses suelen dar algo, esperando algo a cambio. Siempre lo hacen.

—Bueno, Artemisa me dijo que mi cachorro nos ayudará en la misión— Dije.

—Pero aun es un cachorro— Observó Roger— Espera, podría matarlos de ternura.

Mi cachorro dio un ladrido como muestra de estar de acuerdo con Roger.

—¿Como lo llamarás?— Preguntó Román.

—Creo que... Febus seria un buen nombre— Dije mirando a mi cachorro.

Febus me lamio la barbilla en aceptación.

—Bueno, mucha ternura por hoy. Tengo hambre— Dijo Roger.

—Si, algo de comida no haría daño— Dijo Román sujetándose el estomago.

Nos sentamos todos sobre las bolsas de dormir y Roger saco una bolsa (hechizada por los de la cabaña de Hecate) que contenía espacio ilimitado. De esta, saco un sartén, huevos y tocino. Luego comenzó a cocinar al fuego de la fogata, mientras Román sacaba unos cubiertos.

Mi estomago retumbo de hambre, agitando a Febus. Mi cachorro se acercó a la fogata oliendo la comida. Roger le sonrió y le lanzó un pedazo de tocino. Febus lo devoró sin piedad.

—Igual a su padre— Dije fingiendo una voz de padre orgulloso.

Comimos todo y preparamos el carruaje para partir. Los caballos solares y Febus se convirtieron en mejores amigos al instante, porque Febus jugueteaba entre las patas de ellos. Luego de ello, Roger se ofreció para manejar las riendas en esta ocasión.

—¿Estas seguro?— Le dije.

—Oye, Atenea inventó el carruaje, así que básicamente esta en mi sangre— Dijo Roger seguro.

—¿Están listos?— Gritó Roger.

—No— Dijimos Román y yo al unísono.

Antes de que me diera cuenta, Roger agitó las riendas con un grito de vaquero. El carruaje aceleró a toda velocidad, dejando olas grandes de arena detrás de nosotros. Febus, quien estaba en mi brazo, sacaba la lengua con diversión.

******

Después de unos horribles minutos, el carruaje se estabilizó en los cielos. El sol estaba en su posición de las 10:00 am, así que estábamos sobre un hermoso paisaje. Me encontraba sentado sobre el suelo del carruaje, jugando con Febus a las cosquillas. Ahora que lo miraba con mas detenimiento, noté que había crecido un poco mas. Bueno, es el cachorro de una diosa, así que supuse que crecían rápido para cazar.

Román se veía mas relajado, comparado con el día de ayer. Hasta me había hablado, cosa que había evitado anoche. 

Unas horas después, el cielo se tornó algo oscuro, como cuando la pintura comienza a invadir el agua, revolviéndose en la atmosfera y ocultando la luz del sol, que literalmente era alejarme de la vista de mi padre. Mis caballos solares se movieron algo incomodos, ya que en el cielo, pude notar el sonido distante de una tormenta acercándose. O peor aún, un anemoi. Roger les decía palabras calmantes a los caballos.

ARION ELAINE: EL HIJO DE APOLODonde viven las historias. Descúbrelo ahora