❝Sonido❞

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Las gotas de lluvia caían sobre el paraguas que sostenía Kise mientras esperaba con fastidio a su flojo —amor unilateral— amigo Aomine; llevaba esperándolo más de treinta minutos, serían diez, sino fuera porque es demasiado impaciente cuando se trata de salidas con él, además, irían a ver a Kuroko después de tanto tiempo, y es que estar en tercero de preparatoria no era para nada relajante. Miró de nuevo a todas partes y a lo lejos pudo ver el cuerpo de Aomine corriendo hacia él con paraguas y unas bolsas en manos; una vez que estuvo frente a él, no pudo evitar fruncir el ceño y dejar salir sus quejas:

—¡Te tardaste Aominecchi!, ¡te dije que teníamos que vernos a las nueve! —miró su celular y luego al moreno, quien miraba a otra parte — ¡ya son las nueve y media!, ¿qué estabas haciendo?, ¿por qué... —una bolsa golpeó su rostro.

—Ya cállate, Kise.

—¿Qué es esto? —agarró la bolsa y revisó su contenido; en ella había un peluche de un pajarito color rojo con ojos de diferentes colores: uno rojo y otro amarillo —. ¡Wow, se parece a Akashicchi! —miró a Aomine —. ¿Por qué compraste algo así?

—Es para Tetsu.

—Eh, veo que no fui el único en darme cuenta —canturreo para luego comenzar a caminar junto a Daiki.

—No te creas tan listo, todos sabemos lo que ocurre entre ellos.

—La cosa curiosa es que ellos mismo no lo saben —rio y vio de reojo que Aomine tenía otra bolsa —. ¿Y esa bolsa para qué?

—¿Ah? —levantó su mano que sostenía la bolsa y luego miró los ojos amarillos —. Es para ti —se la entregó y un pequeño rubor pinto las mejillas del rubio.

—¿Eh? —abrió la bolsa y en ella estaba el mismo peluche, pero de color azul y ojos negros con cejas fruncidas; contuvo una risa, pero era de esperarse que no pudiera hacerlo con éxito.

La mirada incrédula del moreno hizo aún más gracioso el momento para él; los ojos azules de Aomine vieron dentro de la bolsa y entendió la situación y, al recordar las palabras que su amiga rosada le había dicho cuando se lo entregó, un sonrojo cubrió gran parte de su cara.

—Dame esa bolsa —se la arrebató y camino más rápido.

—¿Por qué? —trotó detrás de él.

—¿Para qué lo quieres?

—Porque es el primer regalo que Aominecchi me ha dado —sonrió y luego intentó quitarle la bolsa, cosa que no consiguió —. ¡Ya Aominecchi dame mi regalo!

Y así fue durante todo el recorrido: Ryouta no paraba de quejarse sobre el regalo, Aomine estaba perdiendo la paciencia y debían de darle un premio estaba aguantando muy bien los chillidos de su compañero.

—¡A-o-mi-ne-cchi...! —sus palabras fueron calladas por los labios de su acompañante.

El color blanco pintó su mente. No sabía qué estaba pasando ni que hacer ni cómo reaccionar; en lo único en que se pudo enfocar fue en los labios resecos que acariciaba con lentitud los suyos. Daiki, después de unos segundos, se separó y siguió caminando; él se quedó congelado y no por el frío. Después de unos segundos más de conmoción su cerebro hizo su trabajo y liberó dopamina sin medida alguna: los latidos de su torpe corazón palpitaba estruendosamente por todo su cuerpo; cada extremidad de éste se estremecía y sin darse cuenta corrió hasta el chico de cabello azul y lo abrazo por la espalda... lamentablemente, no contó con el hecho de que aquello lo desequilibrara por completo a haciendo que ambos cayeran al mojado suelo.

—¡Pero qué dia...! —está vez fue él quien fue silenciado.

El sonido de las gotas de lluvia caían sobre la superficie de sus cuerpos con parsimonia, creando una melodía que los sumergía a los recuerdos más profundos de su juventud, en donde ambos habían compartido momentos placenteros, le golpearon como olas en sus corazones y se sintieron asfixiados en dopamina. Todo a su alrededor se convertía en espuma.

AtardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora