A la mañana siguiente, la rutina empezó. La alarma sonó más temprano que el día anterior, a las cinco menos cuarto. El desayuno fue el mismo y el viaje en el autobús fue incluso más deprimente que antes. A partir de entonces, cada mañana sería exactamente igual, pero aquel día era especial, porque empezarían las clases de verdad. Lingüística sería la primera, en el salón 206 del edificio 212. Ella ya conocía el edificio 212, gracias al amable Aaron, pero le hacía falta saber dónde se hallaba el salón 206, teniendo en cuenta que ese edificio era como un laberinto enorme.
Estuvo dando vueltas por el laberinto de ladrillo cerca de quince minutos, encontrándose varias veces con callejones que no llevaban a ningún sitio, pero a pesar de eso, cuando finalmente encontró su salón, todavía no se le había hecho tarde. Entró con su mochila negra colgada en el hombro, exhibiendo entre sus brazos un cuaderno argollado de color azul. Se fijó que ahí estaban casi todos esos rostros que vio el día anterior en el auditorio y luego jugando Jenga, incluso...
– ¡Nina, aquí!
Ahí estaba de nuevo la sonrisa de Aaron, que le guardaba a la chica un asiento a su lado. Ella le sonrió fingidamente, todavía costándole demostrar esa clase de gestos a desconocidos. Se acomodó la mochila sobre la espalda y se dirigió a sentarse ahí, en un pupitre contra la pared derecha del aula.
El salón era pequeño, inusual en esa universidad. Los pupitres estaban muy juntos unos con otros, haciendo difícil la fluida movilidad dentro del aula, además las ventanas eran diminutas y no ventilaban lo suficiente, provocando que exista una estela permanente de olor a encierro y sudor. El asiento que Nina ocupó estaba excesivamente cerca al de Aaron, pero era lo más natural en ese reducido salón.
Ella notó que el moreno tenía entre sus dedos un periódico con un titular amarillista que le atrajo poderosamente la atención sin saber por qué:
MARTÍN SÁNCHEZ: UNO MÁS A LA LISTA DE DESAPARECIDOS
Nina se disponía a pedirle prestado el periódico a Aaron para leerlo, pero justo en ese momento, la profesora entró. Era una mujer mayor, ya sobre sus sesenta años, probablemente pensionada, pero apasionada con su trabajo, lo suficiente como para seguir dictando clase a pesar de su edad. Seguramente sería una de esas maestras enchapadas a la antigua que le gusta dictar una clase tradicional pegada al tablero. Edilia, decía la base de datos de la universidad que se llamaba, Edilia Torres. Puso su bolso negro sobre el escritorio del maestro, sacó un par de marcadores para tablero y comenzó de inmediato explicando cómo sería la metodología y el cronograma a seguir en su curso, sin rodeos, directa al grano.
Nina, muy aplicada, extrajo su cuaderno de la mochila y empezó a anotar cada una de las palabras que decía la profesora Edilia, haciendo gala de una hermosa caligrafía.
Una vez más, llegando tarde e interrumpiendo la clase, el muchacho de la camisa de limón entró, aunque esta vez traía una camisa de color diferente. Cerró cuidadosamente la puerta y dio los buenos días a la maestra. Nina se quedó mirándolo por un rato mientras él buscaba un asiento. Realmente le parecía guapo. Era delgado, no muy alto y de rostro fino pero aniñado, aunque guapo al fin y al cabo; sin embargo, tenía un aire que la llevaba a pensar que sería problemático meterse con él. Pero no se quedó mirándolo porque fuese guapo, sino porque ya no cojeaba, ni siquiera un poco. ¿Por qué si tan sólo había pasado un día desde que "se fue de geta"?
Como si el destino los hubiera hecho para conocerse, el único pupitre disponible se encontraba a la derecha de Nina, muy apeñuscado, como todos los demás. Él se sentó ahí, impasible y distraído.
Aquella primera clase fue tranquila, muy poco emocionante, aunque no se podía esperar demasiado de una señora de esa edad como maestra. Nina, durante el transcurso de la clase, se descubrió a sí misma pensando varias veces en la razón por la cual la cojera de ese chico desapareció de repente. Pero ahora se encontraba pensando en lo que la profesora advirtió antes de terminar la clase: que para la siguiente lección todos ellos debían entregar un ensayo sobre la lectura de Umberto Eco que estaba en la fotocopiadora de la facultad; además, ese ensayo debían hacerlo en parejas y la profesora misma se encargó de elegir quién trabajaría con quién. Nina no sabía el nombre de ninguno de los presentes en esa clase, pero sentía curiosidad por conocer a su compañero.
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Inter umbras
WerewolfLa Madriguera ha sido el hogar de los hombres lobo de aquella ciudad durante generaciones. Numerosos alfa han liderado a la manada con el pasar de los años; sin embargo, cuando misteriosos asesinatos y desapariciones comienzan a ocurrir en los límit...