CAPÍTULO IX: Rivalitas

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Nicolás fue sepultado en el mausoleo de los Dussart, junto con todos los anteriores miembros de la familia que han muerto desde la fundación de la manada. Fue una ceremonia bastante triste y humilde a la que únicamente asistieron los miembros de la Madriguera. No era común enterrar a un licántropo antes de hacer el rito fúnebre de los faroles, que era la tradición para honrar el alma de un difunto, pero por ley no podían hacerlo hasta estar seguros de que el alma descansaba en paz y eso sólo se lograría tras haber vengado su muerte.

– Papá, ¿estás bien?– dijo Damián poniéndole una mano en el hombro al beta, con cuidado de no lastimar su herida de bala.

– Le prometí a tu madre antes de morir que te protegería a ti, a tu hermano y a tus primos. Le he fallado.

– No puedes culparte por lo que ha pasado. Si la culpa debe recaer en alguien, ha de ser en la manada entera.

– Víctor tiene razón. Nicolás fue sólo el primero. Temo por la seguridad de ustedes.

– Ya no somos cachorros, papá. Podemos protegernos a nosotros mismos.

Conmovido por el intento de consolarlo por parte de su hijo, Josep abrazó a Damián, le dio un amistoso golpe en el pecho y le dijo:

– Vamos a casa, hijo. Paulina necesita de nosotros más que nunca.

Ahora había cuatro Dussart a los que llevarles flores.

Un mes después de la muerte de Nicolás todo había transcurrido con normalidad en la medida de lo posible; no hubo más desapariciones en la ciudad ni pasó nada que pudiera comprometer la seguridad de la Madriguera, por lo que Damián y Aaron continuaron con su vida de universitarios junto a Nina a pesar del duelo.

Damián se había acostumbrado a llegar temprano a la universidad, a veces incluso media hora antes de que dieran inicio las clases. La razón era muy sencilla: Nina siempre llegaba muy temprano y cualquier minuto adicional a su lado era ganancia para él.

Durante ese mes, la amistad entre ellos dos se había fortalecido hasta el punto en que ella prefería algunas veces estar con él y no con Aaron. Cuando las clases terminaban pronto, iban a jugar tenis en las canchas del campus o en ocasiones simplemente se sentaban en el césped a conversar de banalidades. Aaron solía acompañarles, pero no siempre era así.

Damián sentía que a medida que transcurría el tiempo podía abrir más sus sentimientos con respecto a Nina. Al menos ya no negaba a raja tabla que no le gustaba, pero seguía diciendo que sólo "le parecía bonita".

Él entraba al edificio de ciencias humanas con una sonrisa en el rostro producto del pensamiento de querer verla. Sin embargo, la sonrisa se le borró tan pronto sintió un aroma familiar que le era casi tan desagradable y a la vez impactante como un golpe en el dedo pequeño del pie.

Ahora con expresión sombría, Damián corrió tan rápido como pudo, atravesando todo el laberíntico edificio hasta el salón donde debería estar Nina. El olor se hacía cada vez más palpable, como si la persona que lo desprendía estuviese debajo de las narices del licántropo.

Entró al aula y ahí estaba él, conversando con Nina cual si fueran amigos de toda la vida. El joven, portando una camiseta negra que dejaba a la vista sus musculosos brazos cubiertos de tatuajes, miró de soslayo a Damián y sonrió con un dejo de burla y desprecio.

– ¡Damián!– exclamó Nina levantándose para saludarlo con un beso en la mejilla.

– Hola– respondió él sin dejar de mirar a ese hombre.

– Te presento a Alex. Es un amigo mío. Ve conmigo la clase de literatura.

– Hola, Damián, es un placer conocerte. Nina me ha hablado mucho de ti últimamente– se levantó el chico y estiró la mano para ofrecer un apretón.

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