CAPÍTULO II: Initium

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Mientras la tragedia ocurría, en otro punto de la maligna ciudad, Nina González cerraba la llave de la ducha, se amarraba una toalla por encima de sus juveniles pechos y volvía a su habitación con pasos cortos y tranquilos. Con una radiante sonrisa, no escatimó en ponerse lo más bonita que pudo para dar una buena primera impresión. Se vistió con un pantalón negro ajustado que resaltaba la belleza de sus piernas, además de una camiseta negra que dejaba bastante claros sus gustos musicales, unas botas con tacón de cinco centímetros y por último, su chaqueta de jean favorita. Iba preciosa, con su larga cabellera suelta y sus labios tenuemente pintados de rojo.

Ese iba a ser su primer día de clases en la universidad. Era una chica brillante y talentosa, con el potencial suficiente para ser una mujer importante en la sociedad. Su madre estaba orgullosa de ella, pero también se sentía apesadumbrada, porque sabía que en los años venideros la jovencita terminaría por separarse del nido.

La mañana era fría, como todas las mañanas bogotanas. Los tímidos rayos del sol intentaban penetrar a través de la ventana de su habitación, pero no se atrevían porque les intimidaba la canción "psychosocial" de Slikpnot a todo volumen. Ella, por el contrario, se sentía en su salsa moviendo la cabeza al ritmo del metal y sacudiendo su larga cabellera castaña.

Nina era una chica normal, en lo que cabe, de las que ignoraba la turbiedad que la rodeaba. Si a Nina le hubieran dicho que en ese mismo instante algo estaba asesinando a Martín Sánchez, cerraría los ojos y se taparía los oídos haciendo de cuenta que no escuchó nada. ¿Pero cómo culparla? Había sido criada por la sociedad capitalina. Aun así, la chica tenía un corazón muy grande. Era solidaria, tolerante y responsable.

El sueño de la chica siempre había sido estudiar medicina, ser una excelente doctora y dedicar todo su tiempo a salvar vidas. Sin embargo, la carrera de medicina en Bogotá era demasiado costosa y, a menos que se dedicara a estudiar mucho para conseguir una beca, no podría permitírsela. Por esa razón decidió dejar sus sueños de lado y se empeñó en entrar a una carrera más asequible para conseguir ayudar a su madre lo más pronto posible. Así era ella: siempre se preocupaba más por sus seres queridos que por ella misma.

Aunque la carrera a la que entró no era la que ella siempre deseó, Nina de todos modos estaba entusiasmada por su primer día, por el nuevo ambiente, por sus nuevos compañeros y maestros, por todo.

Una vez vestida, bajó las escaleras haciendo resonar el tacón contra el suelo, se sentó en la mesa y vio que, a pesar de haber tres platos en el comedor, su padre no estaba. Probablemente seguía durmiendo, pasando la tremenda borrachera que se pegó la noche anterior.

– Nina, ¿quieres que le diga a tu papá que te lleve en el carro?

– No, mamá, yo puedo coger bus, no te preocupes.

El autobús representaba para ella una lata de sardinas que se encarga de compactar y transportar humanos de un lado a otro, con todo y sus gérmenes, pero prefería eso a estar encerrada en un auto con su padre durante casi una hora.

Sándwich, chocolate caliente y cereal de frutas fue lo que preparó su madre con todo el amor del mundo. La chica en verdad quería detenerse a deleitar como se debe ese delicioso desayuno, pero el tic-tac del reloj le recordaba que iba a llegar tarde. Comió a toda prisa, agarró su mochila negra, le dio un beso en la frente a su mamá y salió de la casa con una sonrisa nerviosa, preparada para dar cara a su nueva vida de universitaria.

Ese primer día era solamente de inducción, pero no por eso podía darse el lujo de llegar tarde, no era algo digno de una señorita de la Universidad Nacional, o al menos eso es lo que ella creía. Aunque no todos sus nuevos compañeros pensaban igual, como se daría cuenta más tarde.

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