RECONOCIMIENTO

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La Tierra no era un lugar muy diferente a lo que había visto antes. Era un tanto similar al Paraíso, claro que las criaturas que ahí habitaban eran totalmente diferentes.

Los tales "humanos" eran seres bastante curiosos. Similares a algunas razas de ángeles pero más pequeños, sin alas, con pelo y muy frágiles.

El lugar estaba lleno de abundante vegetación y paisajes hermosos que yo no acostumbraba ver desde que estuve en el Paraíso hace ya un tiempo.

Recordaba mis días sirviendo con los celestiales. Recordaba mí ascenso por la escala militar tras ejecutar una infinidad de misiones eliminando a los demonios. La vida parecía tan simple a veces, el hecho de luchar simplemente por que te lo ordenan y cuando comienzas a cuestionar las verdaderas causas es cuando llegan los problemas. Fue entonces cuando me pregunté si los demonios eran en realidad una fuerza oscura, cuando me pregunté si alguno de los bandos era en realidad bueno o malo. La respuesta que encontré fue que en la guerra no hay inocentes. Solo existen tus causas y las del enemigo.

Tras cuestionar a mis superiores por las acciones tan agresivas de los celestiales, me di cuenta que mi especie estaba terminando con la vida de los conocidos seres oscuros, simplemente por obtener territorio, control y poder. Me acusaron de herejía junto con mis seguidores y fui sentenciado a muerte por el actual líder de los celestiales, Deus.

Finalmente, logré escapar del paraíso hacia las desconocidas tierras de el limbo. Ahí fue cuando una parte de mi verdadero ser salió a la luz y cuando me di cuenta de que no era del todo un ángel, no era del todo luz. Cuando la primera marca apareció.

- Tenemos localizado al pelotón. Están esperando el cargamento.

Me sobresalté y salí de mis recuerdos. Tomé una cortina y cubri mi brazo derecho con ella. En la entrada de la tienda se encontraba Armaros, uno de los ángeles con los que me crié y pelee. Uno a quien podía llamar hermano.

- Gracias.

Armaros se quedó parado mirandome fijamente.

-Araquiel. ¿Estás bien?

- Sí. Solo estaba... recordando viejos tiempos. ¿Leliel y Kushiel están listos?

- Esperan órdenes junto con el resto.

- Bien. Voy en un momento. Gracias, Armaros.

El ángel salió de la tienda y yo caminé hacia el espejo. Mi cuerpo quemado y lleno de cicatrices me recordó cuando fui torturado en los juicios celestiales y recordé lo mucho que costó separar mi cuerpo de la armadura fundida en la piel. La capa externa que funcionaba como piel y la que guardaba mi energía había quedado destrozada. Pero estaba aprendiendo a controlar el nuevo poder que me permitía sanar y sobrevivir no solo de luz, sino también de oscuridad. Un poder heredado por mi padre... y por aquella marca misteriosa.

Caminé hacia el maniquí que estaba a un lado de la cama, en el que tenía mi vieja armadura desgastada.

《Debo conseguir algo mejor》

Me coloqué mi armadura y tomé mi espada oscura, Morningstar. La coloqué en la funda de mi cintura y salí de la tienda. Ahí me encontré con Armaros hablando con Leliel.

Leliel era una de las generales de las seis legiones Nihilium. Los cuales eran una sub especie de híbridos entre ángeles y demonios, vivían en el limbo y me ofrecieron su ayuda en cuanto vieron la marca que había aparecido en mi pecho durante mi estancia en el limbo. La marca que ayudó a joder un poco más mi vida. Pero los Nihilium me ayudaron en mi lucha contra el cielo y contra las huestes de mi más reciente enemigo, Metatrón.

Mártir Hereje #2-Justicia DivinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora