PER ASPERA AD ASTRA

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Partimos hacia la galaxia Andrómeda a bordo de una gigantesca ciudad móvil bautizada Éxodo. Con ayuda del Clarividente, Sunktum, no fue muy tardado el proceso de construcción. La ciudad tenía en su interior todo un ecosistema artificial, dándole un toque bastante similar al paraíso en el que alguna vez llegué a habitar.

Sus partes se dividían en la ciudad, donde habitaban todas las legiones y civiles compuestas por nihilium, nothum y ángeles caídos. Luego estaba la parte de las montañas y valles artificiales, donde habitaban los nefilim. Finalmente estaba la sección de las incubadoras humanas, donde aquellos seres yacían dormidos en un sueño de hibernación prefabricado para mantenerlos a salvo hasta reinstalarlos. Éxodo definitivamente era como un hogar para mí, como mi propio paraíso.

Me encontraba en la gigantesca sala de mando, junto con otros treinta seres a mi alrededor. En los controles para pilotar la nave se encontraban tres nihilium. El sistema operativo se manejaba a base de un artefacto biomecánico que se conectaba al sistema neuronal del operador. Habían otros dos mandos similares para aquel que manejaba los sistemas vitales de la ciudad y para el que se encargaba de los escudos de energía angelical que recubrían a Éxodo.

Un cristal destalló en los pliegues de mi túnica y en cuanto lo tomé, la imagen de Leliel se materializó como un holograma.

  — ¿Dónde estás?  — su tono era molesto y con un aire desesperado — La junta está a punto de comenzar.

  — Voy en camino.

Corté la comunicación y salí de la sala de operaciones. Extendí mis alas y comencé a volar. La ciudad era realmente hermosa, incluso desde las alturas podía mantener una sensación fresca del paraíso. Sobre mi cabeza podía ver la imagen de un cielo artificial creado con la ilusión de la energía angelical. Los templos y palacios dorados destellaban debajo de mí y las montañas y árboles se elevaron en cuanto pasé por el habitad donde reposaban los nefilim. Volé hasta llegar a un extenso valle donde yacía un enorme templo de oro. Un templo dedicado a Mythyus, una antigua deidad nihilium que representaba a la sabiduría.

Al decender pude ver a Leliel sentada en las escaleras con el rostro apoyado entre sus manos. En cuanto me vio se levantó y comenzó a correr hacia mi dirección.

 — Te tardaste. Hasmed y los ancianos están a punto de iniciar la junta sin ti.

Avanzamos hasta el interior del palacio, el cual estaba adornado con columnas de oro elegantemente talladas. En el centro de la sala principal se encontraba la estatua de un ser sin rostro y con cuatro brazos, los cuales sostenían diversos objetos en sus manos: una espada, una antorcha, un libro y una copa.

Subimos por unas escaleras de oro detrás de la estatua que nos guiaron hacia un enorme jardín en la segunda planta, al otro lado estaban unas grandes puertas que daban a la cámara de juntas. Leliel avanzó por delante de mí y abrió las puertas de par en par. Le seguí el paso y entré después de ella. La cámara estaba decorada con estandartes nihilium y era iluminada por antorchas de energía. La dimensión de la habitación era circular y las esquinas redondas estaban repletas de tronos, todos ocupados por los ancianos del Consejo nihilum. Seres de gran poder y sabiduría, cada uno existía desde mucho antes que el mismo Hasmed y sus hermanos.

Hablando de eso... Hasmed era el que ocupaba el trono principal, ubicado en el centro de la sala, Kushiel se encontraba a su derecha y a su lado izquierdo se encontraba un trono vacío. Un trono que fue ocupado por Leliel momentos después. Yo, por otro lado, me senté en uno vacío junto a uno de los ancianos.

  — Araquiel  — dijo Hasmed —me da gusto verte, podemos iniciar esta junta. 

Las miradas de los ancianos se posaron en mí.  Eran los únicos nihilium que no sentían aprecio alguno por mí, y de hecho, dudaban que mantenerme con vida fuese una buena idea.

Mártir Hereje #2-Justicia DivinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora