EPÍLOGO

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Un año después.

Las cajas eran pesadas, y el pequeño Toyota Starlet no soportaría tanto peso. El camino a la Universidad era algo largo esperaba no quedarme varada en plena carretera.

—Prométeme que vas a llamarme apenas llegues.

—Sí, mamá.

La despedida se alargó más de lo estimado, no imaginé llorar, pero tuve sentimientos encontrados al notar que ya no vería a ese par, todas las mañanas.

Quizá en esta Universidad encontraba a alguien con quien pasar el rato, este sentimiento de soledad agotaba mi paciencia.

Compartía la habitación con otras tres chicas, es un verdadero dolor de cabeza socializar y conocer gente nueva, nunca he sido de esas que tienen la facilidad de lograr relaciones interpersonales como si se tratara de desayunar.

— ¿Tienes clase de baile?—preguntó Ana, una de las chicas con quien compartiría habitación.

—Si, a las tres de la tarde—dije.

—Dicen que nadie va el primer día.

Me encogí de hombros, mejor aún si tendré el auditórium para mi sola. Ana, al parecer tenía toda la razón del mundo, siquiera el profesor se tomó la molestia de asistir a la primera clase, para mi suerte traje cornetas y el reproductor de música.

Le di play e inicié bailando una antigua coreografía que practiqué en la secundaria.

Culminó la canción y escuché unos aplausos, di un respingo y me levanté alarmada. Divisé la silueta de un hombre en el fondo, cuya figura se acercó y pude notar que se trataba de un chico, alto y apuesto.

—Disculpa mi entrometimiento, es que esa canción me gusta mucho y no pude evitar entrar—dijo—Estoy buscando los dormitorios ¿Crees que puedas ayudarme o estas muy ocupada?

—De hecho ya termine—contesté exhausta—Si quieres puedo llevarte hasta allá.

—Pues, te espero.

Salimos del auditórium y caminamos por los largos pasillos de la Universidad. La presencia de este joven que era bastante guapo, me intimidaba un poco, debía admitir que me daba cierta sensación de nervios.

— Soy Dimitri, ¿Cómo te llamas?—preguntó

Un escalofrió recorrió mi espina dorsal. Su rostro me resultaba conocido pero estoy segura no haberlo visto antes.

—Patrice.

—Bien, Patrice—se detuvo frente a la residencia de chicos—Gracias por traerme hasta aquí, me gustaría no perder el contacto porque casi siempre estoy perdido.

—Puedes anotar mi número telefónico—dije— ¿Te conozco?

—No lo sé—sonrió ampliamente—Posiblemente hemos cruzado caminos en algún momento.

Sonreí.

—Pero puedes hacerlo a partir de ahora—propuso— ¿Aceptas un café?

—Claro.

Quizás era el inicio de una buena amistad, o de la compañía que tanto esperaba. Lo que no podía negar es que me ocasionaba un sentimiento familiar, como si lo hubiese tenido presente toda mi vida.

Espero no equivocarme.

Pero cruzo los dedos de que luego del café, reciba una llamada de su parte.

FIN

Tentación Prohibida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora