Se podía observar como el campo de batalla se alumbraba propiciando el ambiente para una nueva disputa, no habían armas ni intenciones asesinas, solo habían personas dispuestas a perseguir sus metas y brillar con sus capacidades tras tanto esfuerzo y dedicación, tras haber fallado tantas veces que el éxito no podía estar lejos, eran once uniformados listos para triunfar, tenían sus diferencias pero aún así eran sólidos, porque se conocían como familia, y una familia hecha equipo era lo que representaban. Siempre tenían compromisos contra otros grupos, pero así ganaran, perdieran o empataran sabían que nada los afectaría, que seguirían adelante, no había tristeza que eclipsase el amor hacia aquello que los hacía felices, lo que muchos espectadores veían como un simple juego para ellos era la vida.
En aquel campo había tensión, el miedo a fracasar hacía dudar a cualquiera que sintiese aquel ambiente, el bullicio y la presión de defender las esperanzas de millones de personas, pero aquel equipo no se dejaba abrumar aunque también sintiesen algo de nervios. Se veían entre sí y ponían concentración en sus miradas, se trataba de una final que les podía cambiar la vida, y todo estaba listo para hacer rodar la esférica que definiría el rumbo del encuentro, un grito de batalla vigorizaba a los jugadores de lado y lado, se veían decididos ambos bandos a aplastar a su contrario, a demostrar que todo el dolor del fortalecimiento en el gimnasio, todos los regaños del entrenador y todos los problemas que tuvieron y superaron rendirían frutos con la victoria de acompañante, no había mucha diferencia entre aquellos dos grupos pero sí que había ganas. En cada extremo de la cancha se alistaban los últimos hombres de cada lado, tenían indumentarias distintas a las de sus compañeros de equipo y eran los que más razones tenían para sentir miedo, pero allí estaban, siendo el último recurso de sus compañeros, el héroe o el villano, el hombre que no debe equivocarse nunca. Representaban al líder del campo, el que tenía que estar pendiente de todo y dar indicaciones, ser quien transmitiese seguridad a todo el plantel. Adelante de este se ubicaban los aguerridos defensores, dispuestos a jugarse el físico por bloquear todos los atentados contra su último hombre, ser feroces a la hora de anticipar a sus ofensores y sofisticados a la hora de proyectar a sus compañeros hacia la victoria.
Aunque ellos no eran los únicos que podían proporcionar proyección, los más inteligentes se ubicaban unos metros más allá, ellos no tenían miedo de trasladar y ceder aquella esférica a sus similares, eran las cuerdas que sostenían al equipo y lo mantenían ordenado, eran los refuerzos que debían acompañar en todo momento, debían dejar el corazón en el juego para poder soportar aquel ajetreo, aunque siempre eran los mejores amigos de la vanguardia de aquel compenetrado grupo de guerreros, aquellos que se instalaban en terreno enemigo a luchar y aprovechar cualquier fallo de su contrincante, y con rapidez y certeza dar un golpe mortal que levantase a todos en el estadio, para después regodearse en una masiva ovación de pie. Aquel equipo mostraba lo mejor de sí, jamás dejaba de correr, jamás dejaba de sentir el momento con intensidad, todos juntos se volvían una unidad con más fuerza que cualquier fortaleza o arma creada por el hombre, se apoyaban unos a otros y jamás dejaban de llevar el orgullo por la camiseta que utilizaban. Pero los estragos que podían haber tras tanto aplome y recorrido obligaban a tener que reemplazar a sus piezas más afectadas, pero esto no los detenía, porque aunque fuesen once los que daban la vida en ese campo, junto al entrenador siempre habían más hombres con la ilusión de hacer las cosas bien y demostrar que tienen calidad para ser campeones.
Los minutos transcurrían y la incertidumbre era cada vez mayor, todo seguía igualado y quedaban pocos minutos, los gladiadores habían dado lo mejor de sí pero sin tomar ventaja aún, todavía había esperanza, pero un pitazo desde una de las áreas sería fatídico, un tiro penalti oscurecería los rostros de aquellos jugadores tras ver que las mallas de su portal habían sido golpeadas, solo fueron capaces de levantar la cabeza e intentarlo hasta el final, pero infructuosamente. Habían perdido su consagración injustamente, pero a veces en la vida la justicia no está presente, tras soltar lágrimas por llegar tan lejos hasta una decepción decidieron reunirse y animarse en la casa de uno de sus compañeros, y desde allí marcaron la perseverancia que necesitaron para quedar campeones los cinco años posteriores de manera consecutiva. El fútbol era la pasión que corría por sus venas, pero para ser triunfadores en aquel deporte, primero tuvieron que aprender a ser triunfadores ante la vida.
-Si le tienes amor a lo que haces no te faltará más nada que una meta y las ganas para lograr el éxito- confesó el capitán-. A través del fútbol pude expresar mis ganas de ser un vencedor, y la vida me dió la oportunidad de tener compañeros y amigos que atesorar y una vocación en la que me formé como jugador y como persona, la familia biológica que Dios jamás me permitió conocer me la retribuyó aquí, con ustedes, mis grandes amigos.
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El Bastión de los Relatos
Short StoryUna recopilación de cuentos y ensayos que abarcan distintas temáticas. Teniendo como objetivo entretener a los buenos lectores.