A P O L O

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Cerré con llave la desgastada puerta de mi apartamento, me quité el chaquetón, la bufanda granate y el gorro. Solté el bolso en el suelo y suspiré.

Caminé lentamente, escuchando el eco de mis pisadas en el parqué del desierto piso, sabiendo que debía, como cada jueves, comenzar mi rutina. Entré en mi habitación y cogí el pendrive que había dejado preparado un poco antes de salir a trabajar, lo metí en el bolsillo trasero de mis vaqueros. Miré con recelo por la ventana y bajé la persiana de un tirón; me quité el jersey azul marino que había llevado todo el día y lo lancé a una esquina de la habitación. Abrí el armario y saqué una camiseta negra, junto con una sudadera del mismo color, las coloqué sobre mi cuerpo y me puse los guantes negros que guardaba dentro del cuarto cajón de mi mesita de noche.

Aparté la ropa del armario, dejando ver una caja negra, mi pequeña caja negra, la abrí, y allí se encontraba mi pequeño tesoro. Ante mi apareció, como cada jueves, aquella máscara blanca, que cubría por completo mi cara, sólo estaba decorada con dos coloretes rojos en las mejillas, pero era preciosa. Con cuidado la coloqué sobre mi rostro, me miré en el espejo que había sobre el tocador, ya no era yo, ahora era un ideal. Tomé aire y mis oídos se llenaron con el sonido de las sirenas del toque de queda, eran las once, era la hora de salir.

Caminé lentamente por el apartamento hasta pararme frente a la puerta de entrada, giré la manilla con cuidado y salí sin pensarlo dos veces. Bajé corriendo las escaleras que me dirigieron al aparcamiento del bloque; empujé la puerta metálica y miré a los lados, sólo coches, nadie fuera. Crucé el aparcamiento corriendo y salí a la calle, el frío golpeó mi cara sin compasión e hizo que temblara, comencé a caminar hacia la dirección que se me había indicado.

¿Que por qué me salto el toque de queda? Bien, para conocer mis razones, primero tenemos que conocer el detonante.

Tras la elección de Donald Trump como presidente de EEUU el fascismo y el terror se adueñaron de Europa; lo que comenzó como un pequeño aumento de la población fascista, acabó con la caída de Europa frente a regímenes dictatoriales que no se habían visto desde la ll Guerra Mundial. Nos encontramos en Londres, la ciudad de la libertad doblegada ante el yugo del Partido Nacional Británico, ya no hay hueco para la opinión propia, las redes sociales están controladas por el gobierno, la televisión y los medios también, sólo queda un pequeño fuego sin apagar, un ascua dura de pelar, sólo un bastión de la revolución sigue en pie, y este es Red Right Hand

Red Right Hand es un grupo, de personas anónimas, que oscila entre lo activista y político. RRH es lo único que el gobierno no puede parar, porque no tiene una sede, una cabeza de turco, un patrón de conducta o una acción definida, RRH es, como la tierra y su actividad, demoledora e impredecible. 

Como os podéis imaginar pertenezco a RRH, me dedico a reunir información sin manipular y redactarla para entregarla al resto de miembros, diseño boletines y carteles y todo aquello que esté en mi mano para derrocar al poder.

Todo comenzó dos años atrás cuando, tras la subida al poder del PBN, mi madre, originaria de la India, fue perseguida y exportada, sin mayor aviso que cuatro policías hasta arriba de anfetaminas rompiendo nuestra puerta;  yo logré quedarme por mi doble nacionalidad. Poco tiempo después, mi padre fue detenido, por pertenecer a partidos de izquierdas que estuvieron en contra del régimen; una noche, a las 2:38 de la mañana entraron en mi antigua casa, las fuerzas de seguridad, se llevaron a rastras a mi padre, y esa vez, fue la última vez que lo vi. De eso hacía ya dos años. Comencé a trabajar para la televisión, como cámara tras acabar mi carrera y, desde hacía un año, trabajaba para RRH.

Aquella noche, como la de cada jueves, me la jugaba y mucho, saltarse el toque de queda estaba penado con cárcel, y, si te encontraban alguna relación con RRH, era mejor pegarse un tiro en la tapa de los sesos, porque el resultado iba a ser el mismo, tortura y muerte por desobediencia a la autoridad. Iba a entregar un pendrive con información nueva a un compañero, el cual no conocía, solo conocía a su máscara de Guy Fawkes, pero él, junto a mí, se jugaba la vida cada jueves.

The Right Red HandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora