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   Menos de dos semanas antes...

   Miedo. Lo que residía en mi interior era algo que estaba vivo, que respiraba. A veces podía sentir que merodeaba, que luchaba por liberarse. Y en ese instante viajaba conmigo, mientras Isaac y yo acechábamos entre los densos matorrales del bosque, al filo de la medianoche. Pero yo me había convertido en un experto en enmascarar al miedo. No quería que Isaac pensara que había cometido un error al convencerme para trabajar con él como guía del bosque durante el verano. Me figuraba que podía aprender de él unos cuantos trucos sobre cómo combatir a los demonios interiores. Él le daba un sentido nuevo la palabra «aventura».

   Pero, aun así, ir los dos solos a un lugar en el que había seres salvajes buscando aperitivos sabrosos era una locura. Y peor locura aún no decírselo a nadie. Habíamos guardado silencio porque el mero hecho de abandonar las cabañas una vez se apagan las luces era motivo suficiente de despido. Y después de haber conseguido sobrevivido a una semana de entrenamiento intensivo, yo no estaba dispuesto a que me echaran la noche antes de mi primera misión.

   Apreté con fuerza mi arma: una Maglite, aún que mi arma es un bate no lo iba atraer un bate al bosque así que solo me queda esta linterna. Mi padre adoptivo es el sheriff, y me ha enseñado unas cien formas de matar a un hombre con una linterna. Vale, tengo tendencia a exagerar, pero aun así me ha enseñado unos cuantos movimientos defensivos.

   A un lado donde estaba la mayor espesura de árboles y de arbustos, oí un crujido.

   —¡Chss! ¡Espera! ¿Qué ha sido eso? —susurré con voz áspera.

   Isaac exploró los matorrales con la linterna y escrutó la oscuridad de las copas de los árboles. Aquella noche había luna creciente, pero su luz no podía penetrar la espesura de los árboles en el lugar preciso en el que estábamos.

   —¿Qué ha sido qué?

   Al girar yo mi linterna, el rayo de luz lo deslumbró. Él dio un paso atrás y alzó una mano para protegerse los ojos de tanta luz directa. Sus rizos parecían mágicos. Sin embargo, yo sabía que sus delicados rasgos ocultaban una gran fuerza interior. Isaac había salido en la primera plana de los periódicos locales al salvar a un niño del ataque de un puma. Se había interpuesto entre él y el animal, y había gritado hasta que logró que se la bestia se alejara.

   —Me ha parecido oír algo —dije.

   —¿Algo como qué?

   —No lo sé.

   Miré a mi alrededor. El corazón me latía fuertemente. Me encantaba estar al aire libre, pero esa noche me daba miedo. No podía quitarme de la cabeza la idea de que alguien me observaba o de que estaba viviendo mi propio momento de El proyecto de la bruja de Blair.

   —¿Algo así como pisadas, quizá? —preguntó Isaac.

   —No, en realidad no. No era el ruido de unas pisadas humanas. Era más bien como si alguien caminara lentamente, solo con calcetines...  o como el ruido de patas, quizá.

  Inmediatamente Isaac colocó un brazo por encima de mis hombros. Él era más alto que yo, y además tenía los músculos algo marcados por montar en bicicleta y escalar rocas. Nos habíamos conocido el verano anterior cuando vine a acampar con mis padres. Isaac había sido uno de nuestros guías o serpas, como solía llamarlos el personal del bosque. Enseguida habíamos conectado y nos habíamos hecho amigos, y durante el curso escolar nos habíamos mantenido en contacto.

   —No nos sigue nadie —aseguró Isaac—. Todo el mundo estaba durmiendo cuando nos marchamos de la cabaña.

   —¿Y si es algún tipo de depredador?

Luz de Luna - Sterek AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora