Capítulo Diez

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No se ve ninguna luz a través de la ventanilla del coche de Lydia, excepto la de las estrellas y el pálido resplandor de la ciudad a nuestra espalda. Scott esperó a que hubiera luna nueva. Nos aseguró que era el mejor momento para la canalización. También dijo que ayudaría que estuviéramos cerca del lugar donde Stiles cruzó al otro lado, así que nos dirigimos hacia los restos de su antigua casa victoriana. Encaja. Tiene sentido. Pero con solo pensarlo se me reseca la boca; Scott va a explicarnos todo una vez que lleguemos allí, porque en la tienda apenas podía sentarme tranquilo y escuchar.

—¿Estás seguro de que puedes hacerlo, Derek? —pregunta Lydia, mirándome a través del espejo retrovisor.

—Tengo que hacerlo —respondo, y ella asiente con la cabeza. Cuando Lydia decidió hacer el ritual con nosotros, me sorprendió. Desde aquel día en el pasillo, cuando vi el desapego merodeando por sus ojos, no he sido capaz de mirarla del mismo modo. Aunque tal vez me equivocara. Tal vez estuviera alucinando. Es lo que provocan tres horas de sueño repletas de imágenes de tu novio quitándose la vida.

—Quizás no funcione en absoluto, ¿lo sabes? —dice Scott.

—Oye, no pasa nada. Lo estás intentando, ¿no? Es to do lo que podemos hacer —mis palabras y mi voz suenan sensatas. Juiciosas. Pero es porque no tengo nada de lo que preocuparme. Va a funcionar. Scott está tenso como la cuerda de un violín, y no es necesario un diapasón para sentir las ráfagas de energía que fluyen de su cuerpo. Como dijo la tía Riika, es lo bastante brujo.

—Chicos —dice Scott—. Cuando esto acabe, ¿podemos ir a comer una hamburguesa o algo?

—¿Estás pensando en comida ahora? —pregunta Lydia.

—Oye, tú no te has pasado los últimos tres días ayunando, tomando vahos de ruda y bebiendo solo las asquerosas pociones de purificación de crisantemo que hace Morfran —Lydia y yo intercambiamos una sonrisa a través del espejo—. No es sencillo convertirse en un recipiente. Me estoy muriendo de hambre.

Le doy una palmadita en el hombro.

—Oye, cuando esto acabe, te voy a comprar todo el jodido menú.

El coche se queda en silencio cuando nos desviamos hacia la carretera de Stiles. Parte de mí espera doblar la esquina y toparse con la casa, aún en pie, aún pudriéndose sobre sus cimientos desmoronados. En vez de eso, hay un espacio vacío. Los faros del coche de Lydia iluminan el camino de acceso, el cual conduce a ninguna parte.

Después de que la casa implosionara, aparecieron los trabajadores del ayuntamiento y retiraron los escombros en un esfuerzo por determinar la causa del estallido. Nunca la encontraron, aunque como es habitual, no la buscaron realmente. Husmearon por el sótano, se encogieron de hombros y lo rellenaron con tierra. Ahora todo lo que había quedado está completamente tapado. El lugar donde se alzaba la casa parece un solar, un espacio de tierra apelmazada y cubierto de malas hierbas. Si hubieran mirado con más atención, o excavado más , podrían haber encontrado los cadáveres de las víctimas de Stiles. Pero los muertos y lo desconocido seguían susurrándoles que debían alejarse suavemente y olvidarlo.

—Explícame otra vez lo que vamos a hacer —dice Lydia. Su voz es firme, pero tiene los dedos aferrados al volante como si fuera a arrancarlo.

—Debería ser relativamente sencillo —responde Scott mientras rebusca en el bolso con bandolera, asegurándose de que se ha acordado de todo—. O, si no sencillo, al menos relativamente simple. Por lo que me contó Morfran, las brujas finlandesas utilizaban el tambor con bastante frecuencia, para controlar el mundo de los espíritus y hablar con los muertos.

—Parece justo lo que necesitamos —añado yo.

—Sí. El truco está en ser selectivo. A las brujas n o les importaba demasiado con quién contactaban. Siempre y cuando consiguieran hablar con alguien, se figuraban que eran sabias. Pero nosotros queremos a Stiles. Y ahí es donde entran en juego tú y la casa.

-PAUSADA- El Chico Desde el Infierno - Sterek (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora