La casa está tristemente silenciosa. Es lo que noto cuando entro. No hay nada dentro de ella excepto yo, ni vivo ni muerto, y de algún modo eso no hace que parezca segura, aparte de insustancial. Los ruidos que produce, el susurro y el chasquido de la puerta al cerrarse y los crujidos de los tablones, suenan huecos y vulgares. O tal vez solo lo parezcan porque me siento como si estuviera suspendido en medio de un choque de trenes. Todo se ha derrumbado a mi alrededor y no parece existir solución alguna. La relación de Scott y Lydia se está desmoronando. A Stiles la están rompiendo a pedazos. Y yo no puedo hacer nada para solucionarlo.
No le he dirigido más de cinco palabras a mi madre desde nuestra última discusión sobre seguirle la pista a Stiles hasta el infierno, así que cuando paso junto a la ventana de la cocina y la veo en el patio trasero, sentada con las piernas cruzadas frente al cerezo de Virginia embarrado, estoy a punto de pegar un salto. Lleva puesto un sencillo vestido de verano y hay unas cuantas velas blancas encendidas a su alrededor, tres que yo vea. Un humo, tal vez de incienso, asciende por encima de su cabeza y desaparece. No reconozco ese hechizo, así que salgo por la puerta trasera. Últimamente, la fi nalidad de los hechizos de mi madre es en su mayoría comercial. Solo en circunstancias especiales dedica tiempo a preparar algo personal. Como esté tratando de amarrarme a la casa, o de obligarme a no hacerme daño, juro que me largo de aquí.
Permanece callada mientras me acerco, ni siquiera se vuelve cuando mi sombra cae sobre ella. Una fotografía de Stiles descansa contra la base del árbol. Es la que arranqué del periódico este otoño. Siempre la llevo conmigo.
—¿Dónde la conseguiste? —le pregunto.
—La cogí de tu cartera esta mañana, antes de que te marcharas con Scott —responde. Su voz suena triste y serena, aún teñida por el hechizo que estaba haciendo. Mis manos caen flácidas a ambos lados de mi cuerpo. Estaba dispuesto a arrebatarle la fotografía, pero mis brazos pierden su voluntad.
—¿Qué haces?
—Rezo —contesta simplemente; me agacho junto a ella en la hierba. Las llamas en las mechas de las velas son tan pequeñas y están tan inmóviles que podrían ser sólidas. El humo que vi ascendiendo por encima de la cabeza de mi madre procedía de un trozo de ámbar, que arde suavemente con un tono azulado y verdoso.
—¿Funcionará? —le pregunto—. ¿Lo sentirá él?
—No lo sé —responde—. Tal vez. Probablemente no, pero espero que sí. Está tan lejos. Más allá del límite.
Permanezco en silencio. Stiles está lo bastante cerca de mí, unido con suficiente fuerza a mí como para encontrar el camino de regreso.
—Tenemos una pista —le digo—. El áthame. Tal vez podamos utilizarlo.
—¿Usarlo cómo? —su voz suena entrecortada; preferiría no saberlo aún.
—Tal vez pueda abrir una puerta. O el áthame es la puerta. Quizás seamos capaces de abrirlo —sacudo la cabeza—. Scott lo explica mejor. Bueno, en realidad, no.
Mi madre suspira, bajando los ojos hacia la fotografía de Stiles. En ella se ve a un muchacho de dieciséis años con el pelo castaño oscuro, una camisa blanca, y una sonrisa apenas visible.
—Sé por qué tienes que hacer esto —dice mamá por fin—. Pero no puedo convencerme de querer que lo hagas. ¿Lo entiendes?
Asiento con la cabeza. Es lo máximo que voy a obtener, y en realidad, más de lo que debería pedir. Respira hondo y sopla todas las velas al mismo tiempo y sin girar la cabeza, un gesto que me hace sonreír. Es un viejo truco de bruja que hacía todo el tiempo cuando yo era un niño. Luego apaga el ámbar y alcanza la fotografía de Stiles. Me la acerca. Mientras la devuelvo a mi cartera, mi madre saca un delgado sobre blanco que tenía bajo la rodilla.
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-PAUSADA- El Chico Desde el Infierno - Sterek (Adaptación)
Fanfiction[Segundo Libro] Secuela de "El Chico Vestido De Sangre" «Qué fue. Ni siquiera yo lo sé. En el instante en que escuché su risa, Stiles apareció rojo en el fondo de mis ojos, y lo vi en todas sus manifestaciones: como el inteligente y palido muchacho...