Admito que cuándo buscaba alguna explicación al porqué de mi aburrimiento simultaneo, constante y cada vez más recurrente, solo me hallaba en necesito probar algo nuevo, algo que se desentendiera por unos días de la monotonía y los días inquietantemente similares entre sí. De esa forma en un principio optaba por escaparme de la escuela, con el tiempo de casa y después probando diversas sustancias. Pero ni eso borraba la línea recta dibujada en mi vida, indispuesta a cambios y condenando mi futuro a más de lo mismo.
Los días a su lado fueron placenteros, breves años en los que mi existencia daba ligeros cambios, pequeñas curvas poco perceptibles, pero que, sin embargo, ahí estaban. Solo yo las notaba, aparecían como el viento helado de diciembre, me quemaban las yemas de los dedos y mis mejillas; las curvas obedecían un patrón, uno con su nombre abundante en colores y matices brillantes, capaces hasta de pintar la parte insatisfecha de mi mente.
El parque se iluminó con las farolas empolvadas con nieve sucia; ciertas épocas del año eran mis preferidas, era cuando más admiraba su rostro pálido tintado con la sangre subiendo por sus cachetes, y sus labios volviéndose de un leve morado por el frío. Me hacía querer probarlos, devorarlos. Cuándo volvía en mí, mi mano acariciaba su cabello, blanco, suave, humedecido por la nieve derritiéndose en él.
Le ofrecí mi gorro, el suyo lo había olvidado.
—Gracias —su aliento se dispersó en el aire.
Nunca salía de mi casa, lo llegué detestar después de un tiempo, sin embargo, hacerle compañía eran de esas promesas que debía cumplir, y si se trataba de eso, amaba hacerlo.
No deseaba moverme, el costado que, al estar sentados, compartía su calidez me instaba a permanecer de esa forma, empapándome el cabello por haberle entregado mi gorro, sin quejarme, si estaba bien yo también lo estaría.
Llevaba años preguntándome que se sentiría besarle. La mañana que desperté soñando con la calidez de su saliva fue exasperante, inconcebible acto del que jamás había tenido constancia, veinte años de mi vida en los que deseos de tal índole me eran indiferentes. Mi conclusión fue inmediata, esto solo lo provocaba él, nadie más.
Froté mis manos entumecidas a pesar de disponer de guantes tibios, temblaban al igual que todo mi cuerpo, pero el frío no era la causa; lo eran mis pensamientos, conscientes de que no estaba preparado para lo que vendría, renuentes en que lo mejor sería permanecer con la mirada perdida en los coches aparcados en la calle, mientras le escuchaba con atención, aliviando la tentación de pedirle que se callara, porque me molestaba oírle hablar sobre Ranpo.
Tomé su mano con la excusa de que hacía frío y aceptó después de verme raro.
Era la primera vez que veía y sentía la nieve en mi piel, sensación desagradable y contraria a la que esperaba cuándo la veía por televisión o cuándo escuchaba a algunos familiares ensalzarse por haber viajado al norte, logrando de todo, recordándome que yo no lograba nada y que tampoco me interesaba en ello. La ciudad dónde vivía era fría pero también era su primera vez conociendo los copos blanquecinos llenando sus calles, mojando e intimidando a sus habitantes. Había salido de casa esperando encontrarme con niños jugando, tal y como en las películas, pero solo nosotros dos acompañábamos al solitario parque, que solo recién se enteraba de lo que era la soledad.
La luz en las farolas incrementó, al igual que mi deseo, anhelo que llevaba años siendo opacado por la amistad.
—Creí que habría más gente, pero parece que todos se encerraron en sus casas —revisó su celular, sus ojos resplandecieron con el reflejo de la pantalla.
Nos tomamos una foto en frente del kiosco, presumiríamos después frente a los demás que habíamos sido los únicos en salir con tremendo clima y si tenía suerte, alguien creería la tontería de que me había teñido mi cabello castaño a un tono más claro.
—No me has devuelto mi libro —me dijo cuándo nos despedimos.
—Tú me debes el invitarme una hamburguesa —respondí.
Fueron breves años en los que mi futuro se mostraba diferente, en los que mi pecho se sintió cálido, apacible, días en los que se sintió correspondido aun cuando no fuera cierto. Pero ahora, cuándo busco una explicación para mi vacío interno me hallo en que no hay como solucionarlo, el mundo no podía llenarlo y él tampoco pudo.
Cuándo lo besé me creí pleno, era un sueño cumplido, no obstante, saborear su saliva me hizo temer por el final de nuestra amistad y el distanciamiento de mis sentimientos. Suspiré entre sus labios, aliviado al sentir su mano acariciar mi cabello.
Al día siguiente y los posteriores, nos reunimos, nos amamos y soñamos, juntos durante siete años más. Tiempo transcurriendo cruel ante mis ojos, vacío que volvía poco a poco y que me hizo entender que ni eso me servía.
No me dijo nada cuándo se marchó y admito no haber sentido nada respecto a eso.
—¿Estás bien con eso? ...Dejar ir a Nakajima
Escozor en forma de lágrimas cuándo me lo preguntaron. Sensación que me recordaba a la nieve tocando mi piel aquel día.
...
¿Me arrepiento?
Si y no, en este momento debería estar publicando el tercer capítulo de "Describe a la Luna" pero heme aquí, sin responsabilizarme de ese fic y prefiriendo hacer estos one-shots.
Espero que sea de su agrado.
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Sen no Katachi 「Dazatsu」
Fanfiction«La forma del amor después de la tragedia» Pedazos extraviados.