II Desligado

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Segunda parte de "Insignificancias"











Diminuta, la gracia febril que la vida extiende hacia mis manos, mientras el desamparo ahoga a la persona inútil que soy. Despreciado por el hombre a quien guardo profundo respeto, compadecido por la única mujer que tengo en mi vida.

Mi pobre hermana se ve más pálida y triste que de costumbre, aún después de haber sido acogidos en la organización soberana del puerto. En secreto, en las noches Gin se mete en mi cama y me abraza, como si todavía los peligros de la calle amenazaran a la puerta de su vida. Y, tal es su miedo por el horror que pudiese retornar, que entre delirios se lamenta por mí y no por ella.

—Oh, hermano —ella solloza —. Salgamos de esta ciudad y comencemos de nuevo, antes que tu alma se pierda en el odio y la masacre.

Ciertamente, el odio se ha vuelto la luz que guía mi sombra en la oscuridad de este mundo, pero está lejos de consumir mis anhelos. Si Gin supiera, mi gran ensoñación en su felicidad misma, no lloraría por mí cuándo trata las heridas de la batalla, ni se encerraría dentro del desprecio injustificado hacia nuestro benefactor y primer maestro.

El hombre, impecable en su palabra y actuar, es todo lo que estuve pensando en alcanzar para poder proteger a quienes amo. El control no es su herramienta, es un don que parece contemplarlo desde que era un niño y yo, carente de tal virtud hacia mi mismo, estuve pensando en procurarlo durante su estadía en la Mafia -e incluso en el cambio extraoficial que sucedió posterior a su traición-.

Dentro de su actuar insensato aquel día, yo pude contemplar y envidiar el control que Dazai tenía. Era fulgurante y contagiaba mi propio corazón, como si el valor de acompañar a Gin en sus súplicas hacia la paz de otra vida fuese la única opción posible. Pero también, mi odio hirvió tras su reaparición en una organización enemiga y quemó un poco de mi alma cuando un huérfano inmundo recibió la misma generosidad que tanto trabajo le costó darnos a mi hermana y a mí.

Desde entonces, Gin sigue la rutina insustituible de sorprenderme en mi habitación mientras intento dormir. Sin embargo, ya no dice nada, aunque siento que susurra consuelo y pesar por mi persona, como si reconociera que, en el fondo, me atormento por el hecho de haber sido desplazado y menospreciado ante el nuevo subordinado de mi maestro.

Nada más lejos de la realidad.

Últimamente pienso en el hombre tigre como una desgracia inminente que se cierne sobre el señor Dazai. Tanta su influencia, que mi maestro ha adquirido actitudes humillantes para quién solía ser un ejecutivo poderoso. Y ahora temo su descenso imparable a la locura que produce el mundo afuera de la violencia.

Ayer, cuándo iba a encontrarme con Gin cerca del centro de la ciudad, vi a Dazai en un pequeño restaurante de comida tradicional, acompañado del hombre tigre. Si bien, aprendí a tolerar la presencia de Atsushi Nakajima por respeto e inquietud hacia mi maestro, me causó amargura verlos compartir tiempo juntos. Se sentía como si mi padre hubiese abandonado su amor por mí a cambio de un perro y, más trágico aún, como si de alguna forma, le viera más utilidad al animal. Pero esta vez me quedé callado y, discretamente, observé la dinámica aberrante que se desenvolvió frente a mis ojos.

Dazai estuvo contemplando por la ventana el tránsito de gente con una expresión descolocada, pero parecía estar tramando algo, seguramente tan descabellado como su traición a la Port Mafia, y estaba tan ensimismado en ello que, por un momento, contemplé la posibilidad de que estuviese reconsiderando ir directo con el Jefe Mori y pedir su reingreso. Por su lado, el hombre tigre devoró cinco raciones como un cerdo, todo mientras la atención de Dazai fluctuaba entre él y la calle.

Pasados unos cuarenta y dos minutos, intercambiaron palabras. Algo seguro tan extraño como para dejar a mi maestro con una consternación evidente, aún después de haber abandonado el restaurante y que el hombre tigre emprendiera camino río abajo, por los barrios de clase media alejados del puerto. Pero, ahora que lo pienso, Atsushi Nakajima tenía las orejas rojas, las rodillas inquietas y sus dedos apretaban con fuerza la mesa de madera en el establecimiento. Y los ojos de Dazai no expresaron sorpresa ni mucho menos, más bien, estaban horrorizados.

¿De qué?

No hay un 'qué'.

En un callejón, cerca del bar que Dazai solía frecuentar cuando estaba en la Port Mafia, él se tumbó entre la basura con una sonrisa lamentable, mientras que con sus manos intentó arrancarse el cabello.

Decidí, entonces, que era un buen momento para suicidarse como es debido. Antes que pueda contemplar a mi maestro humillarse más de lo que ya lo ha hecho.






Notas:

Si, bueno, esto es la segunda parte de "Insignificancias". Cosas que no debería haber visto Akutagawa y no es que haya ocurrido algo realmente, es lo que pasa entre líneas y que dejó descolocado a este pobre hombre.

Habrá otra parte más adelante y, aunque sigue siendo un "Dazatsu", espero que se entienda el porqué no está explícito en esto relatos.

Sen no Katachi 「Dazatsu」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora