Sencillo

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Es mucho más sencillo ser feliz.

Recientemente acumulo ideas parecidas en mis sueños, en el límite de una particular introspección, pero aún muy lejano a esta. Por ello se que la felicidad es más llevadera, no por el cumulo de aspectos abarcados en tan amplio concepto (aunque también vago), sino porque...
Ser feliz es más fácil.

No te cuesta aceptarlo, acunas el vívido sentimiento en el rincón más claro de tu cabeza y dejas que le llegue la luz a travez de las cortinas de lo cotidianamente bueno. Lo presumes a tu cuerpo, lo buscas incluso en las alusiones al futuro incierto. Pero por sobre todo...

Quieres pretenderlo.

No obstante, la tristeza es más recatada, incluso ha ella le cuesta ganarse su respectivo lugar en el corazón. Aunque...

Eso no importa, es más sencillo encontrarla, pero cuesta reconocerla, es la amiga que sobra, la que nadie desea y es por eso que no la escuchan, no la nombran, se avergüenzan de conocerla, burlan a los que especifican su íntima relación con ella.

Es más sencillo ser feliz.

Puedes desearlo, mostrarlo a diario.

Es tormentoso sentirse triste.

Simplemente porque no puedes compartirlo tan seguido como te saciaría la hambruna mental, tienes que esperar el estado de anemia para contarlo, para consumir las sobras que los que no la sienten son capaces de ofrecerte.

Te llenan, solo un momento, sin embargo debes decir que estás satisfecho, y al día siguiente necesitas compartir a su amiga opuesta para compenzar la vergonzosa aparición de ella.

A nadie y a todos les molesta el diario atendimiento de la tristeza, por eso es mejor frecuentar el buen sentir, el que te permite salir de la cama y suspirar con ligereza, el que te regala el aire que la otra te quita.

Si, ser feliz es más sencillo, siempre puedes o quieres decirlo, fingirlo, demostrarlo.

La pena debes esconderla, no solo de ti, también de los demás... Porque no quieren escuchar siempre lo mismo acerca de algo tan desagradable, porque no quieres decir lo mismo sobre algo dolorosamente aburrido.

Y es tan difícil saber de la tristeza de los otros, de empatizar con ella.

La mía es curiosa, la siento llegar mientras rio felizmente, y no me abandona pasados días, semanas, meses; se acomoda cuidadosamente de no ser descubierta y me sorprende anclandome al suelo de mi casa, drenando los pensamientos fructuosos de mi mente o simplemente engordandolos de banalidad.
No llega agresiva, pero me acaricia con doloso entendimiento, pretende consolarme sin lagrimear, aunque con una poderosa incomodidad rascando mi pecho disimuladamente.

Pero no la nombro, finjo ignorarla para que se canse y se vaya... Y al final, después de un año aguantandola me sugiere contarla. Si, una vez al año está  bien, eso es cuanto alguien puede soportar saberla. No diario, no cada mes, eso es cansado, estresante, aburrido.

¿Por que lo sé?

Porque yo solía escucharla sin conocerla, Dazai la llevaba siempre presumiendola, y eso me cansaba tanto... Tanto que ahora odio admitirla dentro y fuera mío, que no le es suficiente las palabras de aliento, que tampoco le significa algo sangrar mientras me la arranco solo para salir al trabajo.

Quisiera que fuera sencillo hablar sobre ella a diario, sobre cuanto me lástima especular cuán humillante era para Dazai hacerlo casi del diario en vez de contenerla en agonía hasta que se volvía imposible no vomitarla.

Quizá nació de la culpa, de ser responsable de no entender a quién amaba, pero ahora no puedo contarlo a nadie.

Y la tumba no se llena de flores, mi amiga no me permite llorarle, me recuerda constantemente que eso es fastidioso para los demás.

Que es más sencillo fingir que no está.



















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Anuncio que nadie pidió:

Ya casí está listo el siguiente capítulo de Describe a la Luna...

Mmmm, debería cambiarle el nombre a esa historia definitivamente.

Sen no Katachi 「Dazatsu」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora