Capítulo 10

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Andrea

―¡No me lo puedo creer! ―me río―, es que me imagino la situación y tuvo que ser gracioso ―sigo diciendo, me dolía la tripa de tanto reírme.

Pablo se limita a reír conmigo.

Después de dar una vuelta decidimos ir a un restaurante a comer y aquí seguimos, contándonos anécdotas.

―¡Era un niño! ―se disculpa.

Por alguna extraña razón me siento muy cómoda a su lado, las conversaciones fluyen y el tema de conversación nunca se acaba.

―¡Que fueras un niño no quita el hecho de que le vomitaras encima a una niña cuando se te declaró! ―exclamo sin dejar de reír.

―Me sentí fatal por ello que lo sepas ―añade, antes de comerse un trozo de filete.

―Cuando tenía doce años un niño se me declaró y salí corriendo, literalmente me levanté y eché a correr ―le cuento—. Créeme no soy quien para juzgarte.

Deja los cubiertos sobre el plato y centra toda su atención en mí.

―¿En serio? ―alza las cejas.

Asiento y al instante se echa a reír, contagiándome a mí.

―No te rías, aún sigo pensando que le creé un trauma al pobre ―niego con la cabeza y me muerdo el labio inconscientemente.

En mi defensa diré que me hicieron una encerrona con el chico y me bloqueé. No reaccioné bien y lo único que se me ocurrió para huir de la situación fue echar a correr en cuanto tuve ocasión.

Ahora que lo pienso el pobre chico debió alucinar, se abrió en canal declarándose a una chica y ésta huyó despavorida.

Definitivamente creo que le dejé trauma.

―Toda una rompecorazones desde pequeña eh ―me sonríe con picardía.

―Puedo decir lo mismo de ti ―le sonrío de vuelta.

―No puedo negar lo evidente —se encoge de hombros.

Hay algo en él que me atrae más de lo que me gustaría. Más allá de su físico, es el aire despreocupado y misterioso que desprende.

Le sostengo la mirada sin dejar de sonreír, ¿qué se supone que estoy haciendo? Intento convencerme de que solo me gusta el juego que nos traemos, pero empiezo a dudar de mí misma.

―Tengo que volver al hospital ―aparta la mirada para mirar la hora en el móvil.

Llama al camarero y cuando veo que tiene la intención de pagar todo, lo detengo.

―No voy a dejar que me pagues la comida ―le digo.

―¿Qué te hace pensar que puedes impedirlo? —arquea una ceja, tendiéndole la tarjeta al camarero.

El pobre chico se mantiene al margen, se ve que no quiere intervenir en nuestra pequeña discusión.

—Es que no tienes porqué hacerlo —me mantengo firme.

Él me coge la mano por encima de la mesa y me da un apretón.

—Tú tampoco tenías porqué dormir en un incómodo sofá —me responde—. Déjame invitarte como forma de agradecimiento. Si no lo aceptas de mi parte, hazlo por mi madre aunque sea.

Suspiro. Sé que no tengo nada que hacer contra su argumento y accedo, indicándole al camarero que acepte la tarjeta de Pablo.

―Vale, pero solo hoy eh ―le digo, no quiero que se piense que soy una aprovechada, yo puedo pagarme la comida.

Atrévete ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora