Capítulo 26

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Mantengo la vista fija en la enorme taza de café que tengo frente a mí, mientras revuelvo el líquido con una pequeña cuchara. De pronto siento el murmullo de una voz y cuando levanto la vista me encuentro con la cara preocupada de mamá.

—¿Me hablaste?

—Hace un buen rato que te estoy hablando, Alina —pone su mano sobre mi cara y chequea mi semblante, que supongo debe ser deplorable teniendo en cuenta que me he pasado la mitad de la noche llorando, hasta que a altas horas de la madrugada logré conciliar el sueño— ¿Qué te pasa?

—Nada, mamá.

—Estuviste llorando.

—Vi una peli triste, eso es todo.

Ella arruga la frente en una expresión de desconfianza, pero no sigue indagando. Comienza a preparar su desayuno y nos mantenemos en silencio hasta que yo me paro de la mesa con la intención de marcharme.

—Me voy a trabajar. Nos vemos en el almuerzo.

—Alina...

Me volteo a mirarla.

—Sabés que podés confiar en mí, ¿no?

Claro que lo sé. Pero el problema que me atormenta es muchísimo más grave: soy yo en la que no puedo confiar. Cometo un error detrás del otro, no contengo mis impulsos, lastimo a quienes más quiero y encima pretendo que todos me perdonen cuando a mí se me antoja. Hoy es uno de esos días en los que desearía dejar de ser yo. Pero no le hago saber a mi madre sobre mis pensamientos y sólo respondo asintiendo en un ladeo de cabeza. Luego salgo de casa y sin ganas de enfrentarme al mundo, avanzo camino al almacén.

Una vez dentro del local no encuentro a Simón por ninguna parte, pero un ruido a mis espaldas me sobresalta y cuando me doy media vuelta encuentro a Leandro parado frente a mí. No he vuelvo a verlo desde que me pidió disculpas por el incómodo suceso de su fiesta de cumpleaños, y volver a hacerlo me genera una cierta incomodidad. Creo que a él le pasa lo mismo, porque cuando me habla no me mira directamente a los ojos.

—Buen día, Alina —dice rascándose la cabeza—. Hoy vas a estar sola en el negocio.

—¿Y Simón?

—Simón está... Un tanto enfermo. Bueno, bastante a decir verdad. Tiene mucha fiebre y lo mejor es que haga reposo.

—¿Puedo verlo? —pregunto sin pensar.

—Eh... Pidió que nadie lo vea.

—Pidió que yo no lo vea, ¿no? —pregunto haciendo énfasis en el "yo".

—Sí —dice haciendo una mueca con la boca—. Perdón.

—Está bien.

—Me voy. Que tengas un buen día —se despide y desaparece en un instante.

Intento concentrarme en mi trabajo, e incluso me encargo del trabajo que le corresponde a Simón y acomodo cada uno de los estantes. Algún cliente entra esporádicamente, aunque es una mañana tranquila debido al mal clima. Afuera sopla un viento fuerte y la gente prefiere resguardarse en sus casas.

De pronto no aguanto más y decido hacer un intento por hablar con él. Necesito verlo, aunque no sepa qué decirle. A pesar del dolor de estómago que me da el sólo hecho de pensar en enfrentarme con él, me acerco a la puerta que da a la casa de los Di Salvo y doy tres golpes. Pasa un rato hasta que la puerta se abre y aparece Margarita ante mis ojos.

—Hola, belleza —me dice con dulzura.

—Margarita, buen día. Perdón que la moleste, pero... Quiero saber cómo está Simón.

Por culpa de un secreto [COMPLETA EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora