Capítulo 40

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Simón

Luego de dejar a Valeria en la puerta de casa y caminar un par de cuadras en dirección a ningún lugar, me doy cuenta de que mi cabeza sólo da vueltas y vueltas, de que se está haciendo de noche, y de que aunque busco estabilidad en mi vida lo único que logro a cada paso es un poco más de confusión. Ni siquiera tengo idea de a dónde quiere llevarme mi mente. O quizá sí. Tal vez sea que no tengo ninguna intención de ir hacia ese pensamiento. Hacia la idea de esa persona. Y me pregunto de qué manera alguien puede atravesarnos tanto el alma que no tenemos la fortaleza de elegir pensar o no pensar, sentir o no sentir, querer o no querer. Incluso cuando se está seguro de que ese otro no nos conviene. Aun cuando sabemos que existen mejores opciones, que hay otras personas que no van a complicarnos la vida ni a darnos vuelta la cabeza, ese alguien sigue siendo irremplazable. Siento una guerra desatarse dentro de mí, por un lado mi mente me grita desesperada que me aleje de ahí, y por el otro, mi corazón anuncia tímido que no cree poder seguir latiendo si lo hago.

Una posible solución aparece frente a mis ojos cuando diviso la entrada de un bar. Volver a casa no parece buena idea teniendo en cuenta que no quiero ni pensar, así que una copa termina por convertirse en mi mejor confidente en una noche tan particular.

A mí alrededor todos parecen despreocupados, como si para ellos la vida fuese tan fácil como pedir un trago y esperar a que lo sirvan en su mesa. Yo, sentado desde la barra y sosteniendo mi cabeza en una mano, los envidio. Al parecer ninguno está confundido, abatido, desesperado o angustiado, mientras que yo tengo todos esos sentimientos a la vez.

Pido una copa, luego otra, luego otra, y así hasta agotar todo mi dinero. Pienso que mamá va a matarme cuando sepa que gasté el suministro de la semana, pero no me importa en lo absoluto.

El reloj que cuelga por sobre la cabeza del mesero indica que ya está comenzando la madrugada, y yo no tengo idea de cuántas horas llevo sentado en este lugar. Una chica rubia se acerca a mí y me invita a su mesa. A lo lejos puedo ver a un grupo de mujeres de su misma edad mirarnos risueñas. Supongo que para muchos hombres esto sería una bendición, pero lo cierto es que yo no tengo ganas de complicarme más la vida. Sólo tengo ganas de estar en un lugar, y ni siquiera sé cuál es. La rubia se voltea desilusionada, o al menos es lo que espero, y vuelve a su lugar. Yo me levanto de repente y me veo obligado a sostenerme de la barra si no quiero terminar desparramado por el suelo. Todo a mí alrededor da vueltas y entonces lo confirmo: estoy completamente borracho.

Una vez fuera del bar y con el aire fresco acariciando mi cara, hago un enorme esfuerzo por recordar el camino a casa, y empiezo a caminar. Paso a paso me voy percatando de lo lejos que he llegado de tanto andar, y maldigo por lo bajo haber tomado en demasía.

Por fin llego a la puerta del edificio, y paso el difícil desafío de apretar el botón correcto del ascensor que me lleve a mi departamento, a mi ducha, y a mi cama. Una vez que abro la puerta me encuentro a mamá parada frente a mí, y su rostro no parece indicar muy buen humor.

—¿Dónde estabas? —pregunta.

—Por ahí.

—Te llamé diez veces, Simón.

Saco el celular de mi bolsillo y al encender la pantalla aparecen las notificaciones de las llamadas perdidas.

—Estaba en silencio. Perdón.

La veo acercarse a mí e inspirar hondo.

—¿Estás borracho? Apestas del olor a alcohol.

—No, sólo tomé una copa, no me molestes —miento, y avanzo para dirigirme a la ducha, pero mi madre me detiene sosteniéndome del brazo.

—¿Qué es lo que te pasa? Es una falta de respeto que llegues así a casa. Yo no te traje a la ciudad para esto. No me decepciones.

Luego de escucharla atentamente largo una risotada y me acerco más a ella hablándome muy cerca, para que pueda oírme bien lo que voy a decirle.

—Falta de respeto es abandonar a un hijo a los siete años. Si no estás conforme no me hubieses traído, nadie te obligó a volver a ser madre. Y no me hables decepción, justo vos.

Veo en su rostro reflejarse la tristeza de su alma, pero mi estado me impide estremecerme por eso. Me acerco a la puerta principal para salir de allí y doy un portazo detrás de mí. Escucho que Isabella grita mi nombre, pero ni siquiera se acerca a buscarme. Apuesto a que la vergüenza de saber que tengo razón le impide mirarme a los ojos.

Una vez apoyado contra la pared del pasillo del edificio me hago la pregunta del millón: ¿y ahora a dónde voy?

Y sí, claro. La repuesta es ella. Siempre ha sido ella. El lugar del que nunca hubiese querido irme, y al que siempre querré volver.

Vuelvo a elegir el ascensor. La escalera sería un imposible para mí. Luego de pasarme de piso, vuelvo a intentar, y entonces lo logro. Me dirijo a su puerta y golpeo. Sé que al amanecer voy a arrepentirme de esto, pero ahora sólo quiero acurrucarme entre sus brazos. Después de un buen rato la puerta se abre muy poco, de manera que no puedo ver quién se encuentra del otro lado.

—Ch, ch —digo risueño. El alcohol impide que actúe con decencia.

—¿Simón? —la escucho decir. Sé que es ella porque jamás confundiría su voz. Incluso siento formase un nudo en mi garganta al hacerlo, como si su sola presencia del otro lado de la puerta ya fuese para mí la solución a todos mis problemas, aun cuando ella siempre ha sido mi gran problema.

—¿Puedo entrar?

La puerta se abre por completo y la veo. Despeinada, descalza, vestida con un pijama celeste y una cara de sueño que me hace pensar en que daría mi vida por ser lo primero que vea al despertar el resto de mi vida.

Me toma la mano y me hace pasar.

—¿Qué hacés acá y en este estado? —indaga en voz baja. Supongo que se debe a que Mía duerme.

—Te extraño. No sabía a dónde ir y...

Comienzo a reírme y ella pone su pequeña mano sobre mi boca haciéndome callar. Después de mirarme fijo por unos segundos me lleva a su cuarto y cierra la puerta. Yo me acuesto en su cama y cierro los ojos. A pesar de querer hablar con ella durante toda la noche mi cuerpo no da para más.

—Simón, no podés quedarte acá.

—Te necesito —confieso sin abrir los ojos.

Al instante siento su cuerpo detrás del mío, busco su mano y atravieso mi cuerpo con su brazo. No sé qué pasa con ella, pero yo me duermo al instante.

Estoy como en casa; ella es mi hogar.

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Perdón por la tardanza 🙏🏻

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Por culpa de un secreto [COMPLETA EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora