Capítulo 16

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Camino por la orilla del río, sola, a paso lento. A mi lado el agua corre llevándose un montón de basura que seguramente alguien tiró metros atrás. El día está hermoso, el sol pega en mi cara y siento como el calor que emana enciende mis mejillas. El cantar de los pájaros endulza mis oídos; ellos siempre han sido mis cantantes favoritos. Creo que la melodía que sale de sus gargantas es tan natural y simétrica, que sólo algo así puede ser llamado magia. Piso una piedra y me tambaleo en el lugar. Si no ando con cuidado voy a terminar sumergida en el agua.

De pronto, algo esponjoso aparece en mi campo visual, y cuando elevo la mirada veo como unas enormes nubes grises se acercan hacia donde estoy. Parece que una tormenta se avecina a paso apresurado, pero ni siquiera me da tiempo a alejarme cuando el temporal ya está encima de mí. El ruido de un fuerte trueno me sobresalta. El agua del río se revoluciona y comienza a correr con más y más fuerza. Miro a mi alrededor en busca de ayuda, necesito que alguien me saqué de acá de inmediato, pero al parecer estoy completamente sola.

De repente un grito detrás de mí me hace caer en la cuenta de que no soy la única varada en este lugar. Me doy la vuelta y miro hacia arriba. A lo alto veo a una chica arropada de blanco, lleva un vestido que le llega hasta los tobillos, y su postura indefensa demuestra que ella tampoco sabe qué hacer en medio de la tormenta.

Me pide ayuda elevando los brazos y agitándolos bruscamente, pero no sé de qué manera socorrerla. Avanzo tres pasos haciendo un enorme esfuerzo, pues el viento no me deja moverme con facilidad, y entonces veo su rostro.

Un hilo rojo se desprende de su nariz hasta perderse en su boca. Está sangrando, tiene las manos y las rodillas completamente sucias, y el pelo revuelto.

Entonces caigo en la cuenta de quién se trata, y un frío me recorre las entrañas.

Es Vera Conti. Indudablemente es ella.

Una nueva oleada de viento sopla con una fuerza atroz dejándome caer contra las piedras que alfombran el suelo, y cuando miro hacia arriba en busca de Vera, la veo caer. Su cuerpo se desploma en el aire e impacta contra el suelo.

Me paro como puedo e intento correr hacia ella, pero no lo logro, las piernas no me responden y la sensación es desesperante. Estoy inmóvil en mi lugar sin poder avanzar, mientras diviso a lo lejos parte del vestido blanco de la chica.

De pronto el viento y el agua juntan sus fuerzas elevando un remolino de gran tamaño que avanza apresuradamente hasta llegar a mí, arrasándome por completo.

Y en un segundo, todo está negro.


Me siento en la cama de un sobresalto con la respiración agitada. Me cuesta entrar en razón, pero pronto caigo en la cuenta de que sólo fue un mal sueño, una horrible pesadilla.

Sin embargo, una amarga sensación y una enorme angustia persisten en mi pecho. Cuando abandoné Villa Tore tuve pesadillas los siguientes seis meses, todas las noches, sin excepción. Pero ninguna fue tan intensa como la que acabo de vivir.

A pesar de intentarlo se me hace imposible volver a conciliar el sueño. El reloj marca las seis de la mañana, demasiado temprano. Afuera reina la madrugada y las calles están sumidas en la oscuridad. Aun así salgo de la cama y me cambio el pijama por la ropa que seleccioné la noche anterior.

Hoy saldré de casa mucho antes de lo previsto.


El cielo aún conserva el color típico del amanecer cuando salgo a la calle. Parece que un pintor ha mezclado algunas pinceladas de tinte naranja, amarillo y azul ahí arriba, creando la obra de arte que ahora aprecian mis ojos, pero no. La mano de ningún hombre ha hecho nada en esta ocasión. Es algo tan simple como el asomo del sol que ocurre cada veinticuatro horas, haciendo un espectáculo en el cielo que los humanos nos perdemos constantemente por estar durmiendo. Y es una pena que apreciemos tan poco lo maravilloso de la naturaleza.

Por culpa de un secreto [COMPLETA EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora