Capítulo 29

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Caminamos en silencio alejándonos del lugar donde se reencontró con su madre. Su falta de palabras me hacen entender que está sumido en sus propios pensamientos, y me invaden las ganas de preguntarle qué ha pasado, qué le ha dicho, qué fue lo que le contó y cómo se sintió él con todo eso, pero increíblemente hay algo que me detiene, y es nada más y nada menos que la culpa. Lo siento tan lejos, tan distante de mí, que no creo tener derecho a nada que tenga que ver con su intimidad mientras él no quiera involucrarme. Y al parecer no tiene intención alguna de hacerlo.

Al llegar a uno de los lados del enorme cuadrado que constituyen la plaza central, nos detenemos en el lugar. Es hora de tomar direcciones distintas si ambos nos dirigimos a nuestras casas, pero la imagen se parece mucho a nuestras vidas: también es hora de tomar direcciones distintas en ese aspecto.

Me giro a mirarlo y me encuentro con sus ojos perdidos en algún lugar detrás de mí. El reciente encuentro con su madre lo ha dejado perturbado, y no es para menos.

—¿Necesitás que te acompañe? —me atrevo a preguntar.

Cambia la dirección de su vista hacia mis ojos.

—No, está bien.

—Si es así, nos vemos mañana.

—Ajá.

Acerca su cara a la mía a modo de saludo, pero ni siquiera llega a posar sus labios sobre mi mejilla, y tengo que admitir que estaba esperando la sensación de tener sus labios encima de mí, aunque no sea sobre mi boca. Cierro los ojos de forma automática por el anhelo que siento cuando eso no sucede, pero entonces lo veo tomar su rumbo y alejarse de mí. Yo hago lo mismo y comienzo a caminar en dirección opuesta. Doy un paso. Dos pasos. Tres pasos. E incluso diez. Y entonces me volteo en un acto involuntario buscándolo a mis espaldas, y lo atrapo haciendo exactamente lo mismo. Una sonrisa aparece en mi cara y siento mis ojos achinarse. Él sólo esboza una mueca a un lado de su boca, pero siendo yo una fanática de su sonrisa sé que eso es sólo un simulacro. Y qué mal disimula.

No pierde más tiempo y vuelve a retomar su camino, yo hago lo mismo y ya no me vuelvo a girar.


Al día siguiente, ya en mi lugar de trabajo, espero impaciente a que Simón se digne a aparecer. Son las diez de la mañana y todavía no sale de su casa, lo que me resulta extraño teniendo en cuenta que él siempre está presente en el almacén mucho antes que yo.

Me preocupa. Tal vez no se sienta bien, quién sabe cómo lo ha dejado el suceso de la tarde de ayer, pero sigo sin animarme a preguntarle nada. Me pasé el resto del día luego de que nos despedimos con el celular en la mano buscando las palabras justas para dirigirme a él, pero con todo lo que escribía me parecía estar entrometiéndome en sus asuntos, y él me dejó muy en claro que me quiere lejos de su vida.

Me acerco a la puerta que da a la casa y me paro elevando el puño con la intensión de golpearla, pero no lo hago. Es así como me he pasado todos los minutos libres de la mañana en los que ningún cliente me necesitó, pero no me animé a golpear.

Espero un momento y agudizo mí oído con el fin de escuchar algo, y nada. Entonces acerco mi oreja un poco más a la puerta manteniendo el puño elevado.

Nada.

—¿Qué hacés ahí?

Doy un salto y me volteo de inmediato con ambas manos sobre el pecho cuando escucho la voz de Simón detrás de mí. ¡Santo Dios! Vaya susto me ha pegado.

—Yo...

—¿Nadie te enseñó que no se escucha detrás de las puertas?

—Estaba preocupada —explico, recuperando el aliento que el miedo me ha robado.

Por culpa de un secreto [COMPLETA EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora