Capítulo 9

3.7K 480 44
                                    

Llevo una semana en mi nuevo trabajo, y si bien no ha sido fácil lidiar con la cara de pocos amigos de Simón cada vez que me ve, hacemos lo posible por lograr un vínculo laboral decente.

Mamá opina que estoy loca, no puede creer que esté cometiendo tal «acto de provocación», como ella llama a mi nuevo empleo, y la verdad es que yo tampoco. Si alguien me hubiese dicho semanas atrás que terminaría viviendo en Villa Tore y trabajando junto a mi ex novio, me habría reído en su cara, y sin embargo acá estoy, actuando por impulso y dejando en evidencia que ese chico me importa mucho más de lo que podía admitir.

De camino al trabajo me detengo en un quiosco y compro una bolsa de caramelos masticables con sabor a menta, algo que no puede faltar jamás en mi mochila. La mujer que lo atiende sonríe al verme después de tantos años; me conoce desde niña y aún recuerda cuales son mis dulces preferidos. Su sonrisa y su particular paciencia para contar las unidades de caramelos una por una me estremecen, me llena de nostalgia y me alimenta el alma. Son cosas tan pequeñas las que hacen a nuestra esencia. Somos un puñado tan grande de cosas tan minúsculas. Parece una idiotez a simple vista, pero ese, mi caramelo preferido en todo el planeta, la sensación de placer que me da comerlo, el hecho de que alguien que me conoce me regale una bolsa enorme con ellos adentro, o el particular detalle de tener siempre uno en mi mochila, conforman gran parte de lo que soy.

Eso es lo que somos, un cúmulo de pequeñas cosas.

Pero mis pensamientos se desvanecen cuando estoy llegando al trabajo y me encuentro con Simón y Carolina parados uno frente al otro en la acera del local. Ella parece estar enojada, y él sólo la escucha sin decir una palabra. Antes de que puedan verme me escondo en la entrada de la tienda que está justo al lado del almacén simulando mirar la ropa expuesta en la vidriera, pero con la única intensión de escuchar la conversación.

—Es que no me entendés, Simón, ¡no quiero que la veas más! —reprocha Carolina en un tono de voz formidablemente elevado—. Me dijiste que no iba a aceptar el trabajo, y resulta que ahora que se pasa horas enteras al lado tuyo.

—¿Qué querés que haga Caro? No soy el único dueño, mi hermano también toma decisiones y necesitábamos a alguien urgente para que reemplace a mi abuela.

—¡Es tu ex! —le grita, como si ese fuese motivo suficiente para hacerme desaparecer de su círculo íntimo.

Bueno, tal vez lo sea.

—Pasaron tres años, no me pasa absolutamente nada con ella, tenés que creerme —alega Simón en un intento de excusarse frente a mi presencia en su rutina—. No me genera nada tenerla cerca, ella no me importa. Vos me importas —dice mientras le acaricia la cara y suaviza la voz—, y no quiero que esto cause problemas entre nosotros.

Ella lo escucha con la mirada desviada hacia un lado y permanece de brazos cruzados en una actitud defensiva.

¡Qué distintas somos!

Antes, cuando discutía con Simón por lo que fuera, bastaba con una caricia, un beso, o una mirada para dejar atrás cualquier enojo y refugiarme entre su pecho. Ahí, en medio de sus brazos, todo parecía dejar de importar y lo único valioso para mí era tenerlo cerca, saber que me quería y que haría cualquier cosa por mí. Ahora está ahí, a unos metros de mí, suplicándole a otra mujer. A otra que ni siquiera tiene la sensibilidad de derretirse con una caricia suya, una a la que le dice que yo ya no le importo y que tenerme cerca no le genera absolutamente nada.

A otra que no soy yo, maldita sea.

Sus palabras retumban en mi cabeza y hacen añicos mi corazón. Yo, que de forma egoísta pensé que su amor sería mío para siempre pase lo que pase, estoy siendo testigo de su historia con alguien más.

De pronto los veo saludarse con un insignificante beso en la mejilla y Carolina camina hacia donde me encuentro escondida, así que me doy media vuelta dándole la espalda y me detengo a mirar el otro lado de la vidriera. Cuando veo su pelo rubio y largo hasta la cintura alejarse más, salgo de mi escondite y me dirijo a mi lugar de trabajo.

Una vez dentro dejo cerrar la puerta con fuerza detrás de mí, que por poco no pierde el vidrio que la compone en pedacitos por el golpe que pegó. Sé que tengo que simular mi enojo, un enojo que ni siquiera me corresponde, pero no lo consigo.

—Cuidá las cosas de este lugar porque si rompés algo lo vas a tener que pagar —dice Simón, que aparece por detrás de una góndola haciendo que me enerve mucho más la sangre.

—Perdón, ¿me estás hablando a mí?

Mira alrededor y vuelve a clavar sus ojos en los míos.

—¿Vos ves a alguien más acá? —pregunta con ironía.

—Si discutiste con tu novia no te la agarres conmigo, porque yo no tengo nada que ver.

Su semblante se transforma y si antes se veía enojado, ahora parece estar furioso.

—Te voy a decir algunas cosas. —Y empieza a enumerarlas con los dedos—. Primero, no tengo novia. Segundo, no me gusta que mis empleados escuchen atrás de las paredes lo que hablo con mi gente. Tercero, sí tenes mucho que ver. De hecho, en casi todos mis problemas tenés mucho que ver.

Me quedo mirándolo atónita, no sé a qué darle más importancia, si al hecho de que me trate como a una simple empleada, al dato de que Carolina no es su novia, o al rol de «causa-problemas» que me ha adjudicado en su vida.

—¿No es tu novia? —Me escucho decir de pronto, dejándome y dejándole en claro a qué le di más importancia en su reciente discurso.

—No, pero pronto lo va a ser —confirma, y yo estallo en una carcajada.

—No parece. Si ya se llevan así de mal cuando apenas están saliendo no me quiero imaginar lo que puede llegar a ser el noviazgo.

—¿Querés que te recuerde cómo me llevaba con vos apenas te conocí?

Se produce un silencio incómodo, y de pronto se me viene a la mente esa etapa de nuestras vidas. Cuando conocí a Simón me cayó pésimo. Hacía chistes todo el tiempo y presumía ser bueno en todo en el intento de caerme bien. Era realmente fastidioso. Después supe que sólo estaba fingiendo una personalidad que no tenía sólo para conquistarme, y cuando descubrí la verdadera me enamoré de él completamente.

Qué equivocadas están algunas personas buscando ser quienes no son para agradarle a alguien más, para acercarse a otros cuando sólo tendrían que preocuparse por ser ellos mismos y encontrar a una persona que los quiera así. Al fin y al cabo la propia esencia siempre sale a la luz y debe ser realmente agotador estar con alguien que no los quiere precisamente por lo que son.

—No compares nuestra historia con esta ni con ninguna otra que vayas a tener en tu vida. No hagas eso con lo nuestro, te lo pido por favor —le digo en un suplicio.

Siento la presión de un nudo en mi garganta, y hago lo posible por contener las lágrimas que se están formando en mis lagrimales. Cada día que pasa me duele más tenerlo cerca, mirarlo y saber que lo nuestro está completamente destruido. Sé que lo que dije en algún punto lo conmueve, pero elige ser duro conmigo. Al fin y al cabo me lo merezco por arruinarlo todo.

—Lo nuestro no existe, Alina. Hace mucho tiempo se destruyó.

Sus palabras son como puñales. Me duelen, como duele el pasado y el recuerdo de los días felices que no tuve la valentía de proteger.

***

No olvides dejar tu voto y comentario para que esta historia continúe creciendo ☺️

• Pueden seguirme en mis redes sociales:

Instagram: fuiabela

Twitter: nahirraue (personal) - fuiabela (escritos)

Abrazo secretero 🌸💖

Por culpa de un secreto [COMPLETA EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora