Cada rincón de la casa permanece tal cual lo recuerdo años atrás. Da la impresión de que mi madre se ha encargado de que todo, incluso los adornos más insulsos, permanezca en su lugar como si así se pudiese detener el paso del tiempo. No es una casa grande, pero aun así sigue siendo mi lugar en el mundo. La puerta de entrada lleva a un living adornado con un antiguo juego de sillones que heredamos de mi abuela, y desde allí se puede ver la cocina, que es amplia y cómoda para poner a prueba las habilidades de un talento tan maravilloso como lo es cocinar, y que yo definitivamente no tengo. Desde el living también se puede ver la entrada a un pasillo que conduce a las únicas dos habitaciones de la casa, y al baño.
Después de desarmar mi valija por completo, busco a mamá y la encuentro en la cocina concentrada en la preparación de una receta que, al parecer, ha descubierto por casualidad en una de esas revistas de chismes, que permanece a su lado y ojea cada tanto para saber cómo seguir. Me siento cerca de ella y me detengo a mirarla. Se ha corrido un mechón de pelo poniéndolo detrás de la oreja y dejando al descubierto los rasgos de su cara. Mi madre es preciosa. Tiene unos enormes ojos verdes que lamentablemente no heredé, y una nariz perfecta. El paso del tiempo ha dejado sus huellas, y ahora unas pequeñas líneas marcan algunas partes de su rostro, pero aun así demuestra ser muchísimo más joven de lo que es en realidad. Yo, en cambio, me parezco más a mi padre, y mis ojos color miel son idénticos a los suyos.
—Mañana voy a dar una vuelta por el pueblo. Deben haber cambiado algunas cosas —le digo, dejando de lado mis pensamientos.
—No tantas. Todo sigue relativamente igual. Pero andá, las calles deben extrañar esos piecitos que pasaban más tiempo ahí fuera que dentro de casa.
Nos reímos y me pone al tanto de algunos cambios. Me cuenta que la vecina de la vuelta está embarazada por segunda vez y que clausuraron un quiosco que solía frecuentar por venta de drogas. También me entero de que falleció el anciano que repartía el diario de los domingos y que una de mis profesoras engañó a su marido con el director del colegio. Sí que han cambiado algunas cosas, aunque los rincones siguen siendo los mismos. Es que tal vez lo que cambia en realidad no son los lugares, sino las personas que lo habitan.
El viaje a casa ha sido largo y un intenso dolor de cabeza me tortura durante el resto del día. Me paso la tarde entera mirando televisión y casi sin darme cuenta se hace de noche. Mamá no tiene ganas de hacer la cena, así que pedimos una pizza al delivey y apenas termino de comer me meto a la cama.
Me siento rara. Tengo la sensación de haber vuelto al pasado siendo alguien totalmente diferente, y casi no me reconozco. Me pregunto cómo sería hoy mi vida si mis decisiones hubiesen sido otras, pero me doy cuenta de que el cambio me ayudó a crecer en algunos aspectos. Estoy más grande, más madura y más adulta, aunque apenas cumplí veinte años.
Decido dejar de pensar y me dispongo a hacer un esfuerzo por conciliar el sueño, pero no es necesario; apenas cierro los ojos ya estoy dormida.
Amanezco temprano y me visto con ropa deportiva. Después de desayunar un jugo de frutas salgo de casa con los auriculares conectados al celular, dispuesta a dar una vuelta por el pueblo que me vio crecer. Camino al ritmo de la música y casi sin pensarlo mis pies me llevan por los mismos lugares que he recorrido tantas veces tiempo atrás. Paso por las casas vecinas e incluso alguna cincuentona que ha madrugado para limpiar su vereda se sorprende al verme y me saluda con amabilidad. Todo está igual, excepto por algún nuevo color en la pintura de alguna fachada, o por la presencia de nuevas mascotas que se asoman en las ventanas custodiando el hogar de sus dueños. Avanzo un poco más y de pronto me encuentro frente a la escuela en la que cursé la secundaria, y veo como algunos alumnos entran apurados siendo conscientes de su tardanza. Volver a ver ese uniforme que tantas veces odié vestir temprano en la mañana cuando ni siquiera había terminado de despertarme me genera una enorme nostalgia. Se me vienen a la mente cientos de momentos vividos en este lugar que me hacen recordar lo feliz fui dentro de esas paredes. Entonces pienso en las muchas cosas que he dejado atrás con mi mudanza, en mis viejas amigas, y me pregunto qué será hoy de ellas. No puedo evitar cuestionarme el hecho de haberme alejado de esas chicas de la forma en la que lo hice. ¿Cómo es que pasaron de ser las personas en las que más confiaba a ser unas completas desconocidas? Pero entiendo que el tiempo pasa y desgasta no sólo la pintura de las paredes de mi viejo colegio, sino también las relaciones, las emociones, e incluso los recuerdos de aquella época en la que fui tan feliz.
Sigo mi recorrido y llego al centro del pueblo. Paso por el frente de un bar al que solía ir con mis compañeros de clase y veo que sigue siendo atendido por el mismo mozo. Me alegra. Realmente era bueno sirviendo a los clientes y lograba que te den ganas de volver siempre que hubiera oportunidad. Más allá hay un nuevo videoclub donde alquilan películas, y ahora me sorprendo. ¿Estas cosas siguen sobreviviendo aún con el fenómeno Netflix? Avanzo unos metros más. Voy distraída pero de pronto mis ojos anuncian una alerta. De repente mis pies se clavan en el suelo haciendo que mi cuerpo se deje de mover. El panorama cambia por completo y pestañeo rápidamente para corroborar que lo que veo no es producto de mi imaginación. Mi corazón comienza a latir más rápidamente, noto que mis manos están temblando y siento que estoy a punto de desmayarme.
Es él. Es Simón Di Salvo.
Lo veo salir de un negocio sosteniendo unas cajas en las manos, mientras ríe y tal vez bromea con el que parece ser el encargado del lugar. A simple vista parece estar más alto desde la última vez que lo vi, pero no puedo negar que los músculos de sus brazos han crecido de forma considerable. Lleva el pelo más largo pero tan prolijo como siempre. La simetría de su sonrisa y el verde de sus ojos hacen de él una perfecta combinación de rasgos, convirtiéndolo en el dueño de un rostro envidiable. Está más grande. Se nota que el paso de los años no ha sido en vano, y la verdad es que le sienta increíblemente bien.
De pronto Simón dirige la mira hacia el lugar donde me encuentro inmóvil contemplándolo como si fuese una obra de arte. Parece estar buscando algo, pero hasta ahora no se ha percatado de mi presencia. Antes de que lo haga reacciono y abro la primera puerta que tengo a mi alcance, quedando dentro de un local. Veo dos largos mesones llenos de libros y caigo en la cuenta de que es una librería. Agarro el primer ejemplar que encuentro y simulo que lo ojeo, aunque mis pensamientos están completamente lejos de estas páginas. Segundos después cierro el libro que he tomado al azar y leo su título: "Cómo sobrevivir a la menopausia".
¡¿Qué?!
Definitivamente no es el tipo de género que me gustaría leer para retomar el hábito de la lectura. Busco con la mirada al encargado de la tienda, pero el hombre detrás del escritorio está tan entretenido leyendo algo que ni siquiera es consciente de que estoy allí. Decido que es momento de salir y enfrentar la situación casi evitándola, así que pongo la capucha de la campera sobre mi cabeza y cual ladrona que busca no ser descubierta, salgo a la calle. Miro a mi alrededor y no veo a Simón por ninguna parte, pero aún podría estar cerca, de modo que avanzo a paso apresurado camino a casa intentando no ser vista por nadie. Al fin y al cabo, con esta vestimenta y las gotas de sudor que caen por mi rostro no estoy presentable como para afrontar semejante reencuentro.
Al llegar a casa me cruzo a mamá que está saliendo rumbo al trabajo. Desde que ella y mi padre terminaron decidió que era indispensable conseguir un empleo, y entró a trabajar en una clínica como secretaria de un grupo médicos de diferentes especialidades. Desde entonces no se ha movido de ahí.
—¿Qué tal estuvo el paseo?—pregunta.
—Intenso —le digo, para luego perderme en mi cuarto.
Si bien he intentado no pensar en la posibilidad de ese reencuentro para que mi regreso no me resulte una tortura, sabía que esto podía suceder. Sólo que no esperaba encontrarme tan pronto, y casi sin darme tiempo a asimilarlo, nada más y nada menos que a mi ex novio.
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Por culpa de un secreto [COMPLETA EN EDICIÓN]
RomanceAlina regresa a su pueblo natal tres años después de haber huido de manera repentina y misteriosa, dejando atrás su pasado, sus errores, y sus miedos. En su regreso a casa deberá enfrentarse a un viejo amor, con quien comparte un trágico secreto que...