Por culpa de un secreto [COMPLETA EN EDICIÓN]

Capítulo 6

Simón

Después de tanto analizarlo y decidirlo casi a último momento estoy parado en medio de esta plaza, otra vez. Desde aquel verano he intentado no pisar este lugar; los recuerdos de los días felices pueden ser perturbadores cuando toda esa felicidad se ha esfumado para siempre.

No creo que sea una buena idea volver a verla, hablar con ella, mirarla a los ojos después de todo lo que ocurrió. Y sin embargo cuando recibí su mensaje se me aflojaron las piernas y me estalló el corazón en una mezcla sumamente extraña de sentimientos. Sentí bronca al leer esa idea estúpida de trabajar en el mismo lugar que yo, nada más y nada menos que impulsada por el idiota de mi hermano, pero también me invadieron unas ganas desesperadas por verla, aunque estoy seguro de que será el reencuentro más difícil de mi vida.

Pero entonces lo vuelvo a pensar un momento y me arrepiento; definitivamente esto es una muy mala idea. Me doy la vuelta con la intención de irme, pero en ese instante la veo llegar.

Me prometió que estaría ahí esperándome y yo he llegado antes que ella. Sigue siendo tan impuntual como siempre. Lleva casi todo el pelo suelto, atado sólo en una media cola, unos jeans apretados y una remera suelta de color blanca con un unicornio estampado en el medio. Su estilo es tan sencillo y particular que, sin que sea su intención, la hace lucir tan sexy como natural.

También en eso sigue siendo la misma.

Se acerca a mí a paso lento, como si tuviese miedo de lo que le pueda decir, pero la expresión de mi rostro está teñida de seriedad, así que no la juzgo. Cuando llega hasta mí se detiene y me mira, ella también está seria. Sus grandes ojos no han cambiado en nada, y vuelvo a convencerme de que a pensar del paso del tiempo, jamás podría olvidarme de su mirada. Los ojos son un puente hacia el alma, y por más que el correr de los días nos obligue a cambiar, siempre algo de lo que fuimos vive ahí, en el fondo de nuestro ser. Puedo ver a través de su retina lo inconfundible de su esencia. Esa chica que fue alguna vez y que seguramente ha cambiado en varios aspectos, conserva en sus ojos un particular brillo testigo de su inocencia, que hace temblar cada uno de mis recuerdos. Su boca, tan carnosa y chiquita a la vez, esa que tantas veces besé y que ahora parece haber borrado cada una de las huellas de mis besos, esa que me regaló las mejores sonrisas en mis peores días y a la que se le escaparon tantos «te quiero» que me hicieron sentir el hombre más afortunado del mundo cientos de veces.

Ella, Alina Fischer, la chica que me hizo conocer el amor en todas sus formas, pero también el dolor y la decepción. Ya no hay nada entre nosotros, y sin embargo no puedo dejar de sentir el mismo dolor en el pecho que sentí tres años atrás cuando decidió irse, escapar, dejarme allí tirado con un problemón en las manos que en realidad era de los dos.

Miro a Alina a los ojos y me dispongo a hablar, puesto que ella parece haberse quedado muda con mi presencia.

—Hola —digo en un tono cortante que no puedo evitar—. Contame rápido lo que tenés para decirme porque no tengo mucho tiempo.

Me siento en un banco de madera que está a unos metros de nosotros y ella me sigue, sentándose a mi lado. Se vienen a mi mente cientos de días en los que estábamos ella y yo juntos en este mismo lugar, con nuestros cuerpos enredados entre abrazos y besos, y se estremece el cuerpo al ser consciente de que la tengo cerca físicamente, pero en realidad estoy demasiado lejos de aquella chica de mis recuerdos.

—Creo que hay muchas cosas de las que tenemos que hablar —dice, mientras le tiembla la voz cuando pronuncia las últimas palabras.

—Alina, olvidate del trabajo. No sé qué clase de relación te une ahora con mi hermano pero no quiero que trabajes en el almacén de mi abuela. No entiendo si lo hacés para molestarme o cuál es tu intención, pero no me gusta nada.