Cap. 18

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Hospital de la Columbia Británica

Lunes, 11 de agosto de 2008

Sami

Tuve que "inventar" mil creíbles y buenas excusas para que Scott no me acompañara a la clínica para visitar a nuestra profesora. La razón es simple: él no sabe que Mila ha viajado hasta aquí, y menos que fue – o es - enamorada de Arantxa. Mi amiga no me pidió explícitamente que le guardara "el secreto", pero luego de haberla visto tan desolada por el estado de salud de la española, preferí no darle más motivos de los que preocuparse. Es obvio que Scott haría demasiadas preguntas si se lo cuento, y ello solo afectaría más a Mila.

Además, luego de la alegre llamada que recibí ayer por la noche de parte de ella, no tengo corazón para arruinarle su buen ánimo que ha recuperado. En sus propias palabras me dijo que Arantxa estaba fuera de peligro, que se habían reconciliado y se consideraba la chica más feliz de todo el mundo.

De cierta manera he cumplido con mi función de "cupido" - desde esa tarde en la universidad cuando me lo propuse - por lo que me siento muy feliz por la rusa. Claro que esto solo es el principio del largo camino que tendrá que enfrentar si de verdad quiere tener una vida al lado de su española. Quizás sus padres se opondrán y es casi improbable que terminen por aceptarla, pero es un riesgo que ambas tendrán que tomar.

¿Cómo puedes tenerle miedo a algo que no conoces o solo temes a un incierto futuro?

Muero por hacerle esa pregunta a Mila, ya que sus padres son eso: sus papás. Quizás tengo esta particular percepción de que el amor familiar - ya que mi familia es lo más importante en todo mi mundo - no se puede romper ante nada. Tú como hija no dejarás de ser el fruto del amor entre tu papá y mamá, así tomes infinitas decisiones que vayan en contra del pensar de ellos, nunca perderás tu naturaleza de "hija": serás la misma a la que enseñaron a caminar o hablar.

Si se supone que la misión de los padres es darles la mejor y más feliz vida a sus hijos, ¿por qué estaría mal que Mila ame a Arantxa? No le encuentro sentido lógico alguno para negárselo, y peor aún, que Mila lleve una vida ocultando sus sentimientos por estar aterrada ante - quizás - una inexistente mala reacción de su familia.

- ¡Sami! - escucho una animosa voz llamándome del otro extremo de la concurrida cafetería.

Mientras recorro el serpenteante sendero de sillas y mesas metálicas que decoran el sobrio ambiente del sitio, intento ocultar - o al menos simular - mi expresión de sorpresa, pero me resulta difícil e imposible.

Mi amiga está completamente distinta que el día de ayer. Una contagiosa y alegre sonrisa resalta en su rostro que ya había abandono el tono pálido. Sin mentir, ayer Mila parecía un fantasma cuando nos encontramos en la sala de espera. El maquillaje se le había corrido por todo el contorno de sus enrojecidos ojos, y los intentos que debió tener para limpiarse el rímel no dieron ningún buen resultado. En cambio, ahora está muy bien arreglada con un leve maquillaje que oculta muy bien su pasado estado catatónico y los jeans y camiseta de colores vivos le otorgan un aire más contento.

- Parecería que estás viendo a un fantasma. - Bromea Mila, al estamparme un cálido beso en la mejilla al saludarnos.

- No es eso. - Contesto entre risitas y ocupo la silla a su lado. - Sino que estás... wow... muy distinta que cuando llegaste del aeropuerto.

- Lo sé, lo sé. - Sus ojos de dulzón chocolate se abren como un par de soles que iluminarían la voluntad de cualquiera. - Sabes, solo se necesita un día de locura para que cualquiera pierda la razón. Y yo estuve a punto de caer en ese abismo, pero por el amor que siento a Arantxa logré evitarlo.

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