Cap. Final

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Village of Plandome

Martes, 9 de septiembre de 2008

Mila

El regreso de Suiza lo hicimos por separado, pues el doctor de mi española le había recomendado que asistiera a un chequeo médico en una clínica italiana especialista en neurología. Sí, su enfermedad es y seguirá siendo una inesperada invitada en medio de nuestra relación, sin embargo, no evitará que cada día la ame más.

Me hubiese gustado acompañarla para darle ánimos durante esos tortuosos días que estaría en Turín, pero con tanta emoción por disfrutar nuestras vacaciones en Suiza, se me olvidó matricularme en las asignaturas que cursaría en este segundo semestre en la universidad. Así que, con el corazón partido en diez, en el aeropuerto de Madrid nos despedimos en medio de unos tiernos y algo asustados besitos. El miedo estaba más que justificado en ambas: un desalentador diagnóstico podría derrumbar a Arantxa, y ni qué decir de mí. Quizás puedo parecer una chica fría ante los demás, pero al lado de mi leona sigo siendo la rusita de 19 años temerosa y sensible que rompe a llorar al estar muy triste o feliz.

Mi vuelo aterrizó el lunes por la mañana en el aeropuerto de la Gran Manzana. Apenas pude dormir unas pocas horas de las que duró el viaje, ya que, por un lado, tenía el horrible trastorno del sueño causado por el jet lag. Y, por otro lado, mi mente no me dejaba de atormentar con lo que Arantxa estaría viviendo ahora mismo en Italia. Ni siquiera tenía idea de la hora que es en Turín, pero igual me torturé con pensar que mi española debería estar pasando por esas claustrofóbicas máquinas de resonancia magnética.

Lo primero que hice al bajarme del avión, y luego de maldecir mil veces a esa lentísima cinta que te entrega tu equipaje, fue hacer una llamada a su celular. Necesitaba escuchar su voz, sentirla cerca de mí y recitarle suspiros románticos para desearle los mejores resultados en esos exámenes médicos. Mi pulso se aceleró desde el momento en que la llamada se iba directo al buzón de voz. Bueno, podría ser culpa de la diferencia horaria – pensé – por eso no tiene el celular encendido.

Luego de pasar por el aburrido control de migraciones, y ya con el pasaporte sellado, me decidí por tomar un chocolate con leche en alguno de esos restaurantes del tercer piso del aeropuerto. Quería sumergirme en mil cosas distintas al estado de salud de Arantxa, pero por más que lo intentaba, no lo logré.

Volví a intentar llamarla en tres ocasiones y en todas obtuve como respuesta a esa fría voz femenina que te avisaba el momento para que grabes tu mensaje. Preferí no hacerlo, ya que mi española se daría cuenta de lo afectada que me encuentro.

El trayecto en taxi, desde Queens hasta mi barrio en Village of Plandome, no tardó lo suficiente como para despejar mi mente. Por momentos recordaba esas bonitas escenas que disfrutamos en los nevados de Zermatt, como cuando a Arantxa se le helaba hasta la punta de la nariz y con mis besos le devolvía la calidez a todo su interior. Una vez que el auto llegó a la entrada de la villa, fue cuando mi ánimo mejoró de improviso. Ya no le busqué más explicaciones a por qué su celular estaba apagado, y solo pensaba en lo mucho que disfrutaría con traer a Arantxa a mi casa durante los fines de semanas que nos quedaban durante todo este año.

Los lujosos chalets que se alzaban en los laterales de las calles de Village of Plandome seguían igual o más esplendorosos que como los dejé hace más de un mes atrás. En este medio año en que he vivido aquí, apenas he hecho algunas tibias amistades con los vecinos cercanos; claro que con los Lacazette y Samantha esa relación es muy estrecha. Después de todo, Sami me hizo el enorme favor de cuidar mi casa durante todo este tiempo.

Una vez que bajé del taxi y arrastré mi par de maletas con ruedas hasta la puerta principal, me di con la sorpresa que, en mi jardín, el césped aún mantenía su verdoso tono y las flores todavía seguían vivas: Sami se había tomado la molestia de regarlos. Incluso el pasadizo de la entrada, la sala de estar y el comedor, resplandecían de brillo en el suelo de parqué. Así que Samantha se tomó muy en serio lo de cuidar mi casa, pensé al abrir por pura curiosidad el refrigerador y encontrarme con casi todos los compartimientos abastecidos de comida fresca.

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